viernes, 22 de enero de 2010

Las banderas de guerra de las unidades que volvieron al continente luego de la contienda en las islas Malvinas


Al amanecer del 14 de junio de 1982, en Bahía Fox, Isla Gran Malvina, el jefe del Regimiento 8 de Infantería, teniente coronel Ernesto Repossi llamó al teniente 1º Marcelo Giglio para decirle lo que todos imaginaban: se avecinaba la rendición. De paso le dio una orden: "Hágase cargo de la bandera del regimiento. No la puede tocar ningún inglés." Giglio llamó a dos de sus camaradas, los tenientes 1º Rafael Barreiro y Hernán Vecchieti. Los tres jóvenes oficiales se juramentaron para evitar que la bandera cayera en manos británicas.
Ese 14 de junio, en su primera entrevista con los ingleses para negociar la rendición, el gobernador de Malvinas, general Mario Benjamín Menéndez, planteó a los británicos el derecho que tenían sus tropas de regresar con sus banderas al continente. Los británicos accedieron. Pero nada de eso se sabía en el frente de batalla y la obsesión de muchos oficiales fue evitar que los enemigos se alzaran con las banderas como trofeo de guerra, en especial las de los regimientos históricos que lucen las condecoraciones ganadas en la Guerra de la Independencia. Y el 8 de Infantería era uno de ellos.
El ya retirado capitán Giglio y el hoy coronel Vecchietti recuerdan veinte años después: "Decidimos descoser la bandera en dos paños. Uno azul y blanco y el otro azul, desprendimos las medallas de la corbata y llamamos a dos suboficiales de nuestra más absoluta confianza a los que les confiamos a uno las medallas y a otro la cuja. No recordamos cómo hizo uno para hacer pasar la cuja, pero el otro disimuló las condecoraciones como medallas suyas que se colgó en la cadena que llevaba al cuello. Y ocultó otra en un llavero."
Giglio y Vecchietti descosieron también sus chaquetas. Vecchietti tajeó el cuello de la suya, que todavía conserva, con habilidad suficiente como para que pareciera gastada por setenta y cuatro días de campaña. Giglio escondió entre el duvet y su cuerpo el paño azul y blanco. Vecchietti aplanó como pudo la corbata y el moño de la bandera. El subteniente Barreiro hizo lo mismo con el restante paño blanco. Y se encomendaron a Dios. Horas después eran prisioneros de los británicos.
Lejos del 8 de Infantería y mucho más cerca de Puerto Argentino, el hoy teniente coronel Miguel Angel Cargnel era entonces teniente y abanderado del Regimiento 7 de Infantería y batallaba en Wireless Ridge. "El 12 de junio, cuando los ingleses atacaron Longdon, vimos que estábamos muy comprometidos. Y dijimos: La bandera no. Con el teniente Jorge Guidobono enterramos el asta y los herrajes en nuestra posición de combate. Guidobono se cosió el paño en el interior de la campera de duvet, yo me quedé con la corbata y el moño y repartimos las condecoraciones entre otros oficiales. Así nos replegamos el 14 a Puerto Argentino, cuando ya se sabía de la rendición."
Al este de Bahía Fox el joven subteniente Leandro Villegas ya se había envuelto la bandera de la Compañía de Ingenieros 9 como un chiripá. Tenía 21 años, hacía apenas tres meses que era oficial del Ejército y estaba metido en una guerra y en una disyuntiva: el jefe de su unidad, el mayor Oscar Minorini Lima, le había pedido que quemara la bandera antes que cayera en manos inglesas. "Lo convencí de que intentáramos llevárnosla escondida. Quemamos el asta en una típica cocina malvinera de la casa que nos servía de apoyo. Todo fue muy a las apuradas, pero cuando fuimos prisioneros, la bandera no fue descubierta en las tres revisaciones que nos hicieron."
En la que era residencia de Menéndez, antes de que amaneciera, dos miembros de su staff personal, los entonces mayores Carlos Doglioli y Agustín Buitrago, se habían alzado con cuanta bandera argentina encontraron, aún las pequeñas que estaban en algunos de los escritorios de la casa. Salieron a la todavía noche, iluminada sólo por el resplandor del fuego de artillería, y no vieron la bandera que flameaba en el mástil de la residencia. Esa bandera fue vista recién cerca de las nueve de la mañana, por el hoy capitán retirado Luis Daniel De Urquiza, entonces oficial del Batallón Logístico 10. "Se venían los ingleses, estarían a seiscientos metros, y aunque ya se hablaba de un cese del fuego, había intercambio de disparos: el clima bélico no se distiende así nomás. Corté la cuerda del mástil y me envolví la bandera al cuerpo, la cubrí con la campera y subí el cierre hasta el cuello. Así fui a parar a un galpón, ya prisionero."
La bandera del 8 de Infantería llegó a Comodoro Rivadavia en manos de Giglio, Vecchietti y Barreiro. Cuando desembarcaron del buque inglés "Norland" en Puerto Madryn, compraron hilo y aguja y la bandera fue cosida en el trayecto Madryn-Comodoro Rivadavia. Entró flameando al regimiento. Al hoy teniente coronel Cargnel tampoco le descubrieron la suya: ni en los diecisiete días que estuvo preso en un frigorífico destartalado de la Bahía San Carlos, ni en los trece días que pasó a bordo del buque inglés "St. Edmund" que lo dejó el 14 de julio en Madryn. Al joven subteniente Villegas sí se la descubrieron a bordo del "Norland". Los ingleses pidieron la bandera y Villegas, según sus herméticas palabras, se puso "un poco inquieto". Hasta que el jefe de su compañía le dijo: "Listo Villegas, déme la bandera" Fue entregada, se labró un acta y, al llegar a Puerto Madryn reclamada. "Ya van a tener noticias...", fue la respuesta al reclamo. Pero la bandera fue entregada ese mismo día por los británicos. Durante el viaje del "St. Edmund", De Urquiza tuvo que desnudarse para ser revisado: "Allí apareció la bandera. Cuando el inglés la vio hizo como un amague de algo. Pero le dije: Don't touch my flag (No toque mi bandera) y el tipo, muy respetuoso, no la tocó. Volvió conmigo y con el último contingente de prisioneros. Al año siguiente, la llevé por disposición del Ejército a la Sala de Banderas del Monumento a la Bandera de Rosario. Allí deberían estar todas."
Muchas otras banderas, en otras manos, gracias a otros trucos, volvieron de Malvinas al continente. Algunas cayeron en poder de los británicos. Todas son hoy un pedazo de historia.

Fuente: Alberto Amato para el diario Clarín