martes, 19 de julio de 2011

La contención religiosa durante el conflicto de Malvinas. Breve historia del padre Vicente Martinez Torrens


El Padre Vicente Martínez Torrens fue el primer sacerdote del Ejército Argentino en llegar a las Islas Malvinas en el conflicto bélico de 1982. Vivió de cerca los horrores de la guerra y regresó al continente cinco días después de la rendición con el buque hospital Almirante Irizar. Rescató la espiritualidad de la tropa, la moral que tuvieron; realizó un desesperado llamamiento a evitar más suicidios entre los ex combatientes, dándoles el lugar que se merecen en la historia argentina.


Un poco de historia:

Los salesianos en Malvinas

Una de sus tareas específicas es la de incrementar el patrimonio que tiene la Congregación Salesiana sobre las Malvinas. Cabe destacar que los salesianos llegaron al archipiélago en el año l888. Anexo a la iglesia parroquial fundaron un colegio primario en Port Stanley. Desde entonces y hasta 1952, año en el que se creó la Prefectura Apostólica de Malvinas, dependiente de la Santa Sede, mantuvieron una presencia ininterrumpida en el archipiélago. Esa presencia permanente de la Iglesia debe considerarse como un hito de soberanía, porque el nombramiento de los sacerdotes en las islas era realizado desde las diócesis argentinas.

Su arribo a las islas

El primer Capellán desembarcado el día de la recuperación fue el Padre Ángel Mafezzini, de la Armada. Formaba parte de la tripulación del buque Cabo San Antonio, en el operativo “Rosario”.
El Padre Martínez fue convocado por la comandancia de la Brigada Infantería IX con asiento en Comodoro Rivadavia el día 03 de abril. Entre el 2º Comandante de la Brigada, Coronel Alais y el Padre Benigno Roldán, hoy fallecido, entonces Jefe del Servicio Religioso de la Brigada, lo impusieron acerca de la misión que debería desempeñar como Capellán. Transportado de inmediato en un avión C130 Hércules, su arribo al aeródromo Malvinas le despertó sentimientos indescriptibles. “Al descender por la escalerilla del avión y poner el pie en la verde turba me hizo sentir todo un “Amstrong” cuando pisó la luna”, dijo el sacerdote. Su primer asentamiento fue en el ex cuartel de los Royal Marines, en Moody Brook.

Presencia del sacerdote en la guerra

En torno a la participación de un sacerdote en la guerra, dijo que "la Iglesia acompaña la vida del hombre, en todas sus circunstancias; si ese hombre entra en guerra también la Iglesia va a ir a la guerra, no para aplaudirla sino para sostener a ese hombre. Se deja en claro que la guerra defensiva es el último recurso de la tutela de los derechos legítimos de la nación. La presencia del Capellán ayudará a no permitir que el rencor y mucho menos el odio ganen terreno en los corazones.
Las balas no ven ni saben leer. Yo no portaba armas –aclaraba el Padre Martínez Torrens-, tampoco portaba insignia alguna que lo identificara a la distancia como sacerdote. Por consiguiente corría los mismos riesgos que los soldados y padecía las mismas vicisitudes. Estaba al alcance de las balas, las esquirlas o de los campos minados.
Hacia mediados de mayo recibió una consoladora carta del Vicario Castrense que entre otras cosas le decía: “Si S.S. Juan Pablo II pudo decir (24.1.1980) que los Capellanes Castrenses en tiempo de paz realizan una obra sacrificial y entusiasta, ¿qué os puedo decir, mis Hermanos Capellanes, que en el presente estáis en nuestras Malvinas o en la costa continental sureña? ¿Quién puede medir vuestro patriotismo, vuestro esmerado servicio, vuestros sacrificios bélicos, vuestro desgaste holocaustal?
La dificultad añeja a toda vida auténticamente sacerdotal, y la surgente de la pastoral castrense, hoy se acrecienta por el flagelo de la guerra.
Capellanes, os admiro; porque si como Sacerdotes os habéis hecho todo para todos, como castrenses os habéis hecho soldados con los soldados, y por ello, en el hoy de la Patria, estáis imitando el servicio de la Virgen María en su misterio de la Visitación; estáis encarnando de un modo vivencial al compasivo Samaritano; aceleradamente estáis completando la pasión de Jesús; y si lo dispusiera Dios, mañana acompañaríais al Señor en su muerte.
Capellanes hermanos, os reitero mi admiración”.


Las lágrimas de la guerra

Al consultarlo sobre los momentos de emoción, tanto de él como de los soldados, el sacerdote dijo que “gracias a Dios, lágrimas de emoción hubo muchas, lágrimas de tristeza... también. Recordó al primer muerto, a dos horas de haber llegado a Malvinas. Era un soldadito casi imberbe, chico de cuerpo, con una herida de bala en el pecho. Fue operado. Salió bien del quirófano, pero tuvo un infarto y no resistió. Lo recuerdo así, en la camilla, sin su ropa. Le administré el sacramento de la unción y adecenté lo mejor que pude para enviarlo al continente. Provisto de su uniforme debía ser enviado a la familia. En ese momento me conmoví hasta las lágrimas. Contemplar su palidez mortuoria, imberbe, imaginármelo cuatro meses antes tirando tizas en el aula me quebró. Después, con el correr de los días de la guerra, uno se va insensibilizando, se va endureciendo,” acotó el P. Vicente.

Una conclusión

El Padre Vicente Martínez, por último, comentó que “perdimos una batalla, no la guerra”. Hemos adquirido un reconocimiento mundial por nuestro valor. Hay muchos libros escritos sobre la destreza de la Fuerza Aérea, la habilidad del personal que piloteó los Súper Etendard y realizó la adaptación de los Exocet para tierra – mar, la valentía de una tropa que oscilaba entre los 18 y 20 años. No se han escrito, pero existieron, inventivas como los falsos radares de Bahía Fox o los lanzamisiles construidos con los restos de las coheteras de los Pucará.
El gobierno de la Sra. Margaret Tatcher puso como secreto de estado todo lo concerniente a la actuación en Malvinas hasta el año 2072. Noventa años de ocultamiento de la verdad. Mientras que acá, en la Argentina, hicimos culto a la desmalvinización. Veo con agrado como el estrés postraumático de la guerra y los veteranos hablan; son la historia viva, la verdadera historia”.
Recordó finalmente, con tono de preocupación, que la desatención al veterano, los calificativos peyorativos difundidos, la marginación de una gran parte de la sociedad ha llevado a casi 400 el número de los suicidios de excombatientes.
El triunfo tiene muchos padrinos (rememoremos la Plaza de Mayo el 02 de abril de 1982), pero la derrota ninguno (remitámonos al recibimiento posterior al 14 de junio). No tenemos que agregar un suicidio más. No debemos tener conductas que induzcan a un solo suicidio más.
GLORIA A LOS HÉROES MUERTOS Y HONOR A LOS HÉROES QUE VOLVIERON CON VIDA


Fuente: Extracto de “La espiritualidad en Malvinas” Aveguema.