"Hoy tan lejos en el
tiempo y tan cerca en mi corazón, debo reconocer cuando fue mi bautismo de
fuego, se que fue el 11 de junio, pero no se a que hora, creo que fue de noche,
ya que al ser apuntador izquierdo, me costó encontrar la luz roja para ajustar
la deriva de tiro, pero cuando el obús estuvo apuntado, esos segundos que pasan
desde que la munición está dentro del cañón hasta que dan la orden de fuego,
son eternos, cuando yo bajara el percutor y la explosión me dijera con su bravo
ruido que era artillero, mi vida cambiaría para siempre!
Cuando el cabo Sánchez
dijo fuego! y el proyectil salió, el nos dijo, siéntanse dichosos, son
artilleros!!! todos al unísono gritamos, ¡viva la patria!
Fue un momento
inolvidable, único! Fue algo hermoso, sentirme artillero y haberme recibido
luchando por mi patria, hacia que fuera todo más especial, pero lo importante,
era e iba a ser por todo el resto de mi vida, artillero.
Fueron días muy extensos,
casi no había descanso, las piezas tiraban día y noche sobrecargando la cadencia
de tiro recomendada para el obús Oto Melara, eso hacía que llegado el 13 de
junio, empezaran a quedar algunas piezas fuera de servicio, se agotaba el
material.
En la bruma de los
horarios recuerdo que en un momento, hubo una falsa orden de repliegue, en ese
fallido, cuando estábamos reunidos una bomba enemiga cayó cerca de la reunión y
hubo heridos, el cabo Aguirre y el soldado Hernandorena, pero en ese momento
recibimos la orden de que debíamos volver a las piezas inmediatamente, cosa que
hicimos, y seguimos tirando, y nos seguían tirando permanentemente, fue en esos
momentos, que se agigantó la figura de un cabo fuera de lo común, el cabo Quiroga,
fue el comienzo de un comportamiento extraordinario de alguien que fue más allá
de su función, nos daba fuerza, verlo venir con los cilindros de mate cocido
con leche endulzado en medio del bombardeo enemigo para darnos, a nosotros los
de las piezas, ese líquido caliente que nos daba fuerzas.
En la vorágine del
combate, varias veces nos metimos en los refugios más cercanos a las piezas que
estaban en funcionamiento.
Cuando salimos del
refugio, y fuimos a buscar la pieza que quedaba en pie, éramos el negro Moyano
y yo de la sexta pieza, cuando nos acercamos a esa pieza el negro me dijo: Walter,
andate, yo me quedo, vos salvate.
Yo le dije que no, que nos
quedábamos los dos, si estuvimos en la guerra juntos, o nos salvávamos los dos
o moríamos juntos, pero nunca lo iba a dejar solo, asi que fuimos a esa pieza,
donde se contaban sólo 20 hombres más nosotros.
Tuvimos la suerte, Dios
mediante, que esa pieza estaba comandada por alguien que me enseñó todo lo que
sabía sobre la guerra, era y es, el tipo que me dio el ejemplo que aún hoy me
sirve para manejarme en la vida, me enseñó, de lealtad, de patriotismo, de eso
que dijo Jesús alguna vez “no hay sacrificio más grande que dar la vida por un
amigo”
Ese señor, a mi criterio,
un grande, un señor que debería tener el pecho lleno de medallas, fue, es y va
a ser por siempre mi jefe, era el subteniente Gabino Suarez.
Éramos sólo 22, y en un
minuto el subteniente Suarez organizó la resistencia, unos a apuntar, otros a
cargar municiones, otros a prepararlas y cada uno de nosotros con una función
específica.
Me es muy difícil recordar
esos momentos y no emocionarme, porque nunca fui testigo de tanta valentía,
tanta decisión, de decir, por acá no pasaran!, aún hoy lo recuerdo al
subteniente Suarez a los gritos al lado del cañón dándonos fuerzas, con su
ejemplo, mientras nosotros hacíamos lo que debíamos hacer.
En mi caso, en un momento iba
a traer municiones del montón que estaba a un costado de la posición, cerca del
camino, cuando llegábamos a la pieza, en medio del bombardeo inglés, que nos
tiraban con todo lo que tenían, teníamos un hacha con el que abríamos los
cajones y los tubos en donde venían los proyectiles, de última, los cajones los
tirábamos contra una piedra y se despedazaban, también cuando algunos seguían
trayendo munición, yo cargaba el obús, todos hacíamos de todo, y todo esto en
medio del bombardeo inglés.
Una de las cosas que más
orgullo me da, es que durante todo este período nadie se protegió en los
refugios, seguíamos trayendo, preparando y cargando la pieza, en esos momentos
el enemigo estaba muy cerca, más o menos a 600 metros, por lo cual a las vainas
debíamos sacarles seis de los siete sacos de pólvora para poder hacer puntería
directa sobre las tropas enemigas, lo recuerdo al soldado Maidana trabajando
sobre las espoletas de tiempo, a las órdenes de los suboficiales, estos
proyectiles son los que hicieron un daño terrible a los británicos, y nosotros
veíamos que hacíamos daño.
No tengo ni idea si
pasaron horas o minutos, pero fue muy intenso, era todo un movimiento,
coordinado por el subteniente Suarez. Recuerdo con mucho respeto al cabo 1º Dattoli,
otro grande, dándonos fuerzas y cuidando a cada uno de los soldados.
Había mucha actividad en
esos metros cuadrados de la pieza, era una locura, teníamos que patear las
vainas servidas para no chocarnos con ellas, ya que eran tantas que casi no
había lugar para moverse, el ruido que hacia nuestro obús era hueco, y no había
una explosión fuerte, pero cada uno de los proyectiles tenía un gran poder de
destrucción, además iba con toda la bronca y las ganas de que no pasen, estábamos
dispuestos a dejar la vida, pensando que no pasarían si quedaba uno de nosotros
vivo y tuviera algo para tirar.
A medida que tirábamos, y
las municiones iban mermando, sabíamos que el final se acercaba, pero nunca nos
iríamos mientras nos quedara algo para tirar.
Sabíamos inconscientemente
que era inútil, estaba perdiéndose la batalla, ya que con solamente mirar al
frente veíamos que nos superaban por mucho en la cantidad de personal.
Hay cosas que uno entiende
con el tiempo, (o no le encuentra explicación), que era lo que hacía que estos
22 locos estuvieran en ese momento y en ese lugar combatiendo, en inferioridad
absoluta, tirando, y con la convicción de no irse pasara lo que pasara, los
detalles se van perdiendo con el tiempo, pero las sensaciones son las mismas,
el olor a pólvora, los ruidos, los silencios momentáneos, muchas cosas que
pasaron en esos momentos se asocian hoy con los olores, y cuando recuerdo esos
momentos se viene a mi mente el olor a la pólvora cuando tirábamos.
Sólo el que estuvo en ese
lugar en esos momentos sabe cuan hombres eran todos, no se puede entender de
otra manera, que un tipo como el petiso Heredia, que creo que pesaba menos que
una caja de municiones, pudiera traerla, corriendo desde el lugar en donde
estaban hasta la pieza, o ver a Salas, abriendo las cajas contra las piedras,
sin importarle que pasara, sólo pensábamos en tirarle y hacerlos mierda.
Después de 24 años alguien
me dijo que lo que hicimos esas últimas horas salvo a miles de hermanos de la
muerte.
Y llego el último
proyectil, que no fue lanzado, porque por esperar unos minutos quedo trabado en
el tubo del obús, y supimos, con tristeza y dolor, que eso era lo último que
podíamos hacer. Habíamos agotado las municiones.
Aún hoy recuerdo la cara
de mis hermanos, la resignación y la bronca nos llenaba el corazón de argentinos
bien nacidos, y alguien dijo, bueno, hicimos todo, repleguemos!
Esos 200 metros que había
entre la pieza y el puesto comando fueron un infierno.
Nos tiraron con todo,
ninguno de nosotros pensábamos que saldríamos con vida de ese repliegue. Pero
salimos.
En un momento quedamos
cuerpo a tierra cara a cara con el negro Moyano, y después de mucho tiempo, nos
reímos, y él me dijo algo asi como: ”la puta, no nos vamos a morir ahora, no?
tenemos que ir a comer pizza a mi casa”
También en esos momentos
se escuchaban los gritos de los jefes, nos guiaron de a poco hasta el puesto
comando, cuando llegamos ahí, el cabo 1º Dattoli contó a todos y faltaba uno,
el loco, volvió al refugio a ver si estaba, esto en medio de un terrible
bombardeo, pero el soldado, que no recuerdo quien era, estaba con nosotros,
volvió, con la bandera del grupo con él; hoy esa bandera está en el museo del Grupo
de Artillería, hoy el cabo 1º Dattoli está sin ser reconocido.
Y tomamos la decisión de
volver al pueblo.
Los metros que recorrimos hasta
el pueblo me sirvieron para entender que lo que habíamos hecho era inolvidable,
y cuando miraba a mis jefes, los subtenientes Suarez y Pucheta, el sargento Squaglia,
el cabo 1º Dattoli, el cabo Sánchez, esos que alguna vez puteé con ganas, eran
unos gigantes, que jamás serían vencidos, porque nos dieron la mejor
instrucción que un militar de carrera le podía dar a un conscripto, eso nos
salvó, además estuvimos juntos hasta lo último, y eso no tiene precio, ese
hecho nos hermanó para siempre, hoy están en mi mente, las lágrimas de muchos
de ellos, la desazón de todos, el cansancio.
El camino hacia el pueblo
era una total desolación, nadie por ningún lado, el silencio era absoluto, se
escuchaban los pasos nuestros al golpear los borceguíes en el asfalto mojado,
sólo se veía humo en algunos lados, (luego me enteré de que no fue asi lo del
silencio, ya que ellos destruyeron el lugar en donde estuvo el GA4 totalmente,
asi que el silencio solo es una sensación que yo tuve).
Además de los suboficiales
y oficiales, estábamos los conscriptos, mis hermanos de la clase 62 y 63, con
algunos de ellos compartimos desde la incorporación en el distrito militar La Plata
hasta ese momento, con otros fueron los días de la guerra, pero ese camino
recorrido fue algo que nos amalgamaría para siempre, ellos son distintos, son
especiales, me doy cuenta cuando nos vemos en la actualidad, como dice Saint Exupery,
solo se ve con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos, por eso la
unión entre nosotros es invisible a los ojos, está en nuestros corazones. Para
mi fue un gran honor haber combatido junto a ellos. me siento honrado de haber
formado parte de ese grupo. fue un honor.
Al llegar a la parte
céntrica del pueblo, estaba el teniente coronel Quevedo parado sobre una
pequeña altura de tierra mirando hacia el lado desde donde veníamos, solo nos
vio cuando estábamos casi en frente de él, según su cara se sorprendió
enormemente, el subteniente Suarez se abrazó a él y hablaron un rato.
Luego vino todo lo que
nosotros sabemos, la vuelta a casa. y el silencio durante muchos años.
Nunca terminaré de
agradecer a todos y cada uno de los integrantes del Grupo de Artillería Aerotransportado
4, por haberme permitido luchar junto a ellos.
Agradezco muy
especialmente a mi querido jefe, Juan Gabino Suarez y a todos los que de una
manera u otra me dieron una instrucción excelente.
Señores, fue un gran
honor!
Viva la patria"
“Combatimos con honor y
volveremos"
Fuente: Oscar Walter
Rubíes, G.A. Aerot 4, Batería de Tiro “C”, 5º pieza