La Sección “Bote” y su marcha a Darwin.
En las últimas horas de la tarde del 27 de mayo, el teniente Estévez retornó de Pradera del Ganso y se reunió de inmediato con su encargado de sección, el cabo primero Olmos. En el puesto de comando de la fuerza de tareas, el teniente coronel Piaggi le había impartido la nueva misión para la fracción: a orden del comando, Estévez y su gente deberían efectuar un desplazamiento para reforzar las alturas del establecimiento Darwin, ocupadas en esos momentos por personal de la Compañía Servicios del Regimiento 12. Luego de diagramar las características de aquella futura operación, Olmos comunicó la novedad a los jefes de grupo mientras que el teniente se dirigió a reconocer los primeros tramos del camino a utilizar.
Ya en el crepúsculo, poco después de que los soldados terminaran de racionar consumiendo la mezcla de merienda y cena que era lo habitual en la guarnición, el teniente Estévez reunió a su sección. Allí, el oficial le comunicó a la tropa que comenzara a preparar su armamento y se proveyera de todas las municiones que pudiera ya que, en cualquier momento, podrían ser mandados a reforzar las defensas de la primera línea, para lo cual todos debían que estar en condiciones de alistamiento inmediato. Después de evacuar algunas dudas y hacer varias recomendaciones, Estévez aprovechó también la ocasión para hablarles brevemente a sus hombres:
- Por fin ha llegado el momento más importante de sus vidas como soldados; si recuerdan toda la preparación que han tenido, la fracción tiene más posibilidades de cumplir con la misión.
Y finalizó la corta alocución con otra concisa frase:
- ¡Confío en la sección!
Salvo la mitad del personal, que tuvo que cubrir el servicio de seguridad normal, el resto pasó la noche bajo techo dejando en condiciones el armamento, ordenando las pertenencias que no iban a utilizar en su accionar en sus bolsones portaequipo (los que quedaron apilados en la casa que oficiaba de puesto de comando), y tratando de descansar un poco. De pronto, el istmo comenzó a ser batido por la artillería naval británica lo que marcaba el inicio de la ofensiva enemiga; horas después, entrada ya la madrugada, la situación tuvo una preocupante variante:
- ¡Mire Langer...! - le dijo el cabo Zárate a su soldado - ¡Mire las bengalas!
Por las ventanas del primer piso de la escuela se veía, hacia el norte, el dantesco espectáculo del ataque de la infantería inglesa a las primeras posiciones del Regimiento 12, dado por el fuego de la artillería, de los morteros y de las ametralladoras, con los hipnóticos surcos de las balas trazantes de estas últimas. Nadie durmió en esas horas de tensa espera: todos imaginaban que pronto iban a marchar hacia algo que, probablemente, iba a ser muy duro con la consecuente y lógica sensación de temor que ese hecho les producía, pero también existía una especie de alivio al estar próxima a su final la incertidumbre de haber estado casi dos meses aislados en esas posiciones de Pradera del Ganso, en medio de un ambiente sumamente hostil, y sin saber casi nada del desarrollo del conflicto. Pasadas las tres y media de la madrugada, se pudo apreciar una pausa del fuego en lo que era el campo de combate y, alrededor de las cinco, el teniente Estévez recibió desde el puesto de comando de la fuerza de tareas la orden de poner en ejecución el movimiento que le había sido anticipado en la tarde anterior.
A escasos cien metros hacia el norte del pequeño puente que permitía salvar una entrada del mar, casi en el borde del acantilado, uno de los soldados de la sección, Oscar Ledesma, estaba montando guardia cuando alcanzó a distinguir a tres o cuatro personas que venían en su dirección a la carrera. Sin saberlo, lo hacían por una pequeña playa que días antes había sido minada por el teniente Estévez; en forma fortuita, las trampas explosivas no estallaron al paso de estos hombres. El centinela se dispuso a hacer fuego sobre ellos al no obtener respuesta a los pedidos de identificación pero un resbalón al intentar cargar el fusil hizo que esta acción se retrasara unos segundos, los suficientes como para que los recién llegados pidieran a gritos que nadie tirara, que eran propia tropa. Efectivamente, eran soldados del Regimiento 12 que venían replegándose en forma descontrolada desde las posiciones que habían sido arrolladas por el enemigo, y ninguno de ellos traía consigo su armamento individual. Eran, aproximadamente, las cinco y cuarto de la madrugada.
Unos minutos más tarde, el teniente Estévez dio la orden a los jefes de grupo para que se reunieran en las cercanías del puesto de comando de la sección, con el personal al completo y portando todo el armamento y la munición necesaria para reforzar la primera línea. Muy a su pesar, ya que quería junta a toda la sección, tuvo que dar una orden a uno de sus jefes de grupo:
- Rosales, me ordenaron que deje un grupo acá pero se va a quedar usted con tres soldados; el resto me lo llevo.
Ni al cabo ni a los soldados seleccionados les convencía quedarse allí, pero la insistencia del suboficial para ir con el teniente encontró la negativa de éste:
- Ustedes se quedan, no se habla más. Cuiden bien el sector.
A las 6 de la mañana de aquel 28 de mayo, después de despedirse de lo que se quedaban, el teniente Estévez y su sección se pusieron en fila y comenzaron a avanzar hacia el norte por el ondulado y descubierto terreno en medio de la oscuridad, tratando de cubrir lo antes posible el poco más de kilómetro y medio que los separaban de su objetivo. Detrás, quedaban el cabo Rosales y los soldados Álamo, López y Mayna y dos conscriptos del grupo de apoyo de la Sección “Romeo”, Héctor Cabrera y José Luis Cevallos, para dar seguridad al puesto comando de la compañía y para actuar como escalón de recibimiento en caso de repliegue de la fracción.
Estévez encabezaba la fracción, cuya masa estaba constituida por veintiséis soldados aspirantes a oficiales de reserva, con el grupo del cabo Castro al principio de la fila seguido por el del cabo Zárate. A continuación, marchaban el cabo Miguel Ángel Ávila, jefe del grupo de apoyo de la sección del subteniente Gómez Centurión, y cuatro de sus conscriptos (Buffarini, Culasso, Bartolucci y Arce) portando una ametralladora MAG y un lanzacohetes. Si bien estos últimos estaban acoplados a la Sección “Bote” sólo desde los principios del mes de mayo, habían desarrollado una buena camaradería con los hombres del teniente Estévez, como así también el propio cabo Ávila, un jujeño de diecinueve años de edad.
El movimiento tuvo algunas dificultades ocasionadas principalmente por el traslado de la munición, ya que el peso de la misma exigía casi al límite a quienes portaban los cajones y se retrasaban en la marcha, debiendo requerir el auxilio de otros compañeros para poder realizar su tarea. Esto ocasionó que la columna se estirara y los que iban en la vanguardia debieran esperar en dos o tres oportunidades a los retrasados en este menester, entre ellos Horacio Giraudo y Adrián Rossi. Como para hacer más incómoda la situación, la helada e intermitente llovizna los mojaba en forma por demás molesta.
El cabo primero Olmos se había demorado al esperar que uno de los soldados buscara la munición que dejara en su pozo de zorro; cuando éste regresó, ambos comenzaron a trotar para alcanzar a los demás. Una cosa le llamó la atención a Olmos: pasaron por la posición de una pieza de artillería antiaérea de 20 milímetros de la Fuerza Aérea, que se encontraba desprovista de su dotación, sin siquiera con un soldado de guardia.
Varios minutos después de haber partido, los adelantados de la fila se encontraron con algunos efectivos del Regimiento de Infantería 12, replegados desde lo que había sido la primera línea del combate observado en aquella madrugada; se encontraban en sus antiguas posiciones y contaban con un jeep, desde cuyo interior podían oírse el intercambio de tráfico radioeléctrico. A cargo de esa pequeña porción de tropas estaban el teniente primero Manresa, jefe de la Compañía A de aquella unidad, y el teniente Alejandro Garra, compañero de promoción de Estévez. En la breve charla que se produjo en medio del campo y la oscuridad, aquellos le comentaron al oficial del 25 qué era lo que había pasado durante el combate y le indicaron hacia dónde estaban las posiciones que debía ocupar, facilitándole Manresa dos guías, el cabo primero Pérez y el soldado Encinas, para una mejor orientación. Tras la despedida, la Sección “Bote” continuó con la marcha.
- ¿Qué fue lo que pasó, Pérez?- le inquirió Estévez al suboficial que lo estaba guiando.
- Avanzaron con todo, mi teniente -respondió Pérez- y nos tuvimos que replegar.
Ya en las proximidades de la zona que debían alcanzar, los infantes cruzaron por una tranquera que estaba abierta y adoptaron la formación en línea. Apareciendo por la retaguardia, ya muy cerca de los pozos en donde estaba establecida la sección de los servicios, la fracción sorprendió al subteniente Peluffo. Sin tener un aviso previo de la llegada de refuerzos, Peluffo pensó que el enemigo lo había sobrepasado, pero cuando uno de sus soldados le dijo que esos eran los hombres del 25 que estaban con ellos en la zona de Pradera del Ganso, el joven subteniente salió a recibirlos. A la vez, el teniente Estévez impartía a su sección la orden de desplegarse en cadena con el mismo frente que traían en la marcha. Luego de que Peluffo se presentara, Estévez le inquirió:
- ¿Cuál es la situación?
El subteniente le informó acerca de los movimientos que el enemigo había hecho durante la noche, incluido el fuego de ablandamiento efectuado por su artillería en el sector, y del repliegue de parte de la Compañía A; también le comentó la disposición de su tropa y el armamento de que disponía, remarcándole que la altura que tenían a la derecha se encontraba desocupada. Obrando en consecuencia, el teniente le ordenó que tomara un grupo de tiradores y una de las ametralladoras MAG y que se ubicara cubriendo ese flanco para evitar un probable envolvimiento del sitio. Los jefes de grupo de la Sección “Bote” se habían acercado también para recibir las directivas acerca del despliegue de la fracción.
Los inicios del combate.
Mientras el teniente Estévez se estaba retirando para ultimar detalles del despliegue de su gente y el subteniente Peluffo se disponía a llamar al cabo primero Ríos para ir a ocupar el sector derecho de la posición, en forma casi simultánea se presentó ante ellos el sargento primero Jumilla, encargado de la sección del Regimiento 12. Éste dio la novedad de que se veía movimiento de tropas en formación de combate, a unos quinientos metros al frente. ¿Serían fuerzas propias en repliegue o el enemigo estaba a la vista? Ante la duda manifestada por Estévez, el subteniente Peluffo ordenó que una patrulla reconociera a ese personal; ya los dos oficiales y el resto de la tropa podían ver desde sus ubicaciones, recortadas sobre las aguas de la Bahía de Darwin, las siluetas de los que venían avanzando.
Con la Sección “Bote” desplegada todavía sobre el faldeo sur de la hondonada que se abría ante ella, el cabo Luis Miño y el soldado Alberto Moschen fueron designados para efectuar el reconocimiento y avanzaron hacia la tropa observada. Momentos más tarde, a unos ciento cincuenta metros de distancia, una ametralladora enemiga abrió el fuego desde el sector de su aproximación y la ráfaga alcanzó al cabo y al soldado, quienes murieron en forma inmediata. Al mismo tiempo, todo el sector de la defensa comenzó a ser intensamente saturado por el fuego de armas automáticas, el que encontró a los soldados del Regimiento 25 sin ninguna protección.
El teniente Estévez gritó a sus hombres que se tiraran cuerpo a tierra, ya que los estaban atacando los ingleses, y les ordenó que cada uno se arrastrara hasta el primer pozo que encontrara. En la medida de lo posible y aún con la oscuridad cernida sobre ellos, apoyados por los infantes del Regimiento 12 que también disparaban a discreción sobre las bocas de fuego enemigas, los soldados de la sección fueron cumpliendo con este propósito y desde las protecciones que iban obteniendo comenzaron a responder con mayor eficacia al ataque inglés; el intercambio de disparos se generalizó por ambos bandos y el combate se transformó en una situación caótica y feroz. El subteniente Peluffo, quien había pensado en cumplimentar la orden de Estévez de cubrir el flanco derecho de la posición llevando consigo un grupo de tiradores y una de las ametralladoras de la Sección Exploración, no tuvo tiempo de ejecutarla ante la precipitación de los acontecimientos. Se arrastró hasta uno de los pozos y empezó a combatir.
Eran, aproximadamente, las siete y media de la mañana...
Fuente: Extracto del Libro "Pradera del Ganso (Goose Green) Una batalla de la Guerra de Malvinas" Oscar A. Teves 2007 - Edición del autor.