La silenciada proeza del
cabo Baruzzo
De todos los suboficiales
de Ejército que estuvieron en Malvinas, solo dos recibieron la máxima
distinción a que puede aspirar un hombre de armas argentino: la Cruz al Heroico
Valor en Combate.
Uno, el sargento primero
Mateo Sbert, muerto en el combate de Top Malo House. El otro, se trata del cabo
Roberto Baruzzo del Regimiento 12 de Infantería de Mercedes.
Su unidad había sido
ubicada primero en el Monte Kent, para después ser enviada a Darwin. Pero una
sección compuesta mayormente de personal de cuadros, con Baruzzo incluido, se
quedó en la zona, al mando del teniente primero Gorriti.
En los días previos al
ataque contra Monte Longdon, los bombardeos ingleses sobre esa área se habían
intensificado. El mismo Baruzzo fue herido en la mano por una esquirla. En una
de las noches, el cabo oyó gritos desgarradores. A pesar del cañoneo, salió de
su pozo de zorro y encontró a un soldado con la pierna destrozada por el fuego
naval enemigo. Sin titubear, dejó su fusil y cargó al herido hasta el puesto de
enfermería, tratando de evitar que se desangrara.
Lo peor aún estaba por
venir.
En la noche del 10 al 11
de junio, estuve observando desde Puerto Argentino el espectáculo
fantasmagórico que ofrecía la ofensiva británica. En medio de un estruendo
ensordecedor, los montes aledaños eran cruzados por una miríada de proyectiles
trazantes e intermitentemente iluminados por bengalas. Se me estremecía el alma
de imaginar que allí, en esos momentos, estaban matando y muriendo muchos
bravos soldados argentinos.
Allí, en medio del fragor,
la sección de Baruzzo ya se había replegado hacia el Monte Harriet, sobre el
cual los ingleses estaban realizando una acción envolvente. Varios grupos de
soldados del 12 y del Regimiento 4 quedaron aislados. El teniente primero Jorge
Echeverría, un oficial de Inteligencia de esta última unidad, los agrupa y
encabeza la resistencia, Baruzzo se suma a ellos y ve a al oficial parapetado
detrás de una roca, disparando su FAL.
Baruzzo despoja a uno de
los caídos británicos de su visor nocturno. “Ahora la diferencia en recursos ya
no será tan despareja”, piensa. Con el visor va ubicando las cabezas de los
ingleses que asoman detrás de las rocas, y tanto Baruzzo, como su jefe afinan
la puntería. Los soldados de Su Majestad, por su parte, los rocían de plomo e
insultos.
Las trazantes pegan a
centímetros del cuerpo del oficial, hasta que finalmente este es herido en la
pierna y cae en un claro, ya fuera de la protección de la roca. Cuando Baruzzo
se le quiere acercar, un inglés surge de la oscuridad y le tira al cabo. Yerra
el primer disparo, aunque la bala pega muy cerca, pero antes de que pueda
efectuar el segundo, Echeverría, disparando desde el suelo, lo abate. Otro
inglés le tira a Echeverría, pero Baruzzo lo mata de un certero disparo. Cerca
de ellos, el conscripto Gorosito pelea como un león. Los adversarios están a
apenas siete u ocho metros uno del otro y sólo pueden verse las siluetas en los
breves momentos en que alguna bengala ilumina la zona.
Echeverría está sangrando
profusamente: tiene tres balazos en la pierna. El joven cabo – de apenas 22
años – con el cordón de la chaquetilla del oficial, le hace un torniquete en el
muslo. La pierna de Echeverría parece teñida de negro y también luce negra la
nieve a su alrededor. El teniente primero dice empero que no siente nada, solo
frío. Baruzzo trata de moverlo. Echeverría se levanta y empiezan a caminar por
un desfiladero, mientras a su alrededor siguen impactando las trazantes. De
repente, de atrás de un peñasco, entre la neblina y las bengalas, surge la
silueta de un inglés, quien dispara, y le da de lleno a Echeverría. Baruzzo
contesta el fuego y el atacante se desploma muerto.
Esta vez Echeverría había
sido herido en el hombro y el brazo: una sola bala le causó dos orificios de
entrada y dos de salida. EL teniente primero cae boca abajo y Baruzzo ve que le
está brotando sangre por el cuello. “¡Se me está desangrando!”, se desespera el
cabo.
Aún hoy, el suboficial no
puede hablar de su jefe sin emocionarse:
“Él es uno de mis más
grandes orgullos. Un hombre de un coraje impresionante. Allí, con cinco heridas
de bala, estaba íntegro, tenía una tranquilidad increíble, una gran paz. Con
total naturalidad, me ordenó que yo me retirara, que lo dejara morir allí, que
salvara mi vida. Me eché a llorar. ¿Cómo iba a hacer eso? ¡Yo no soy de
abandonar! ¡Y encima a este hombre, que era mi ejemplo de valentía! Tenía
conmigo intacta la petaquita de whisky que la superioridad nos había dado junto
a un cigarrillo; es que yo no bebo ni fumo. Y le di de tomar. “Eso si que está
bueno¨, me comentó. En cierto momento, no me hablaba más, había perdido el
conocimiento. La forma en que sangraba, era una guarangada. Lo cubrí, lo agarré
de la chaquetilla y empecé a arrastrarlo”,
Súbitamente, Baruzzo se
vio rodeado por una sección de Royal Marines del Batallón 42. Sin amilanarse,
desenvainó su cuchillo de combate, pero uno de los ingleses con el caño de su
fusil le pegó un ligero golpe en la mano, como señalándole que ya todo había
terminado. Baruzzo, cubierto de pies a cabeza con la sangre de Echeverría, dejó
caer el arma, y el mismo soldado enemigo lo abrazó con fuerza, fraternalmente.
“Eran unos señores”, me comenta el cabo.
Al amanecer, al ver que no
tenía heridas graves, sus captores le ordenaron que, con otros argentinos, se
dedicara a recoger heridos y muertos. “Yo personalmente junté 5 o 6 cadáveres
enemigos”, me cuenta Baruzzo. “¡Pero en internet los ingleses dicen que en ese
combate sólo tuvieron una baja!”
Echeverría fue
helitransportado por los británicos al buque hospital “Uganda”, sobrevivió,
recibió del Ejército Argentino la medalla al Valor en Combate y hoy vive con su
mujer y dos hijas en Tucumán (la menor tenía dos años en 1982).
Baruzzo también tiene dos
hijas, a las que bautizó Malvina Soledad y Mariana Noemí, y vive en su
Corrientes natal. En su pago chico ha tenido un par de halagos que merecía: hay
una calle con su nombre y hasta le fue erigido un busto en vida. Pero aún así,
nadie repara en su existencia, ni conoce su proeza.
Poco después de la guerra,
el 15 de noviembre de 1982, Baruzzo recibió una carta del teniente primero,
donde este le agradece su “resolución generosa y desinteresada, su sentido del
deber hasta el final, cuando otros pensaron en su seguridad personal. Toda esa
valentía de los “changos”, son suficiente motivo para encontrar a Dios y
agradecerle esos últimos momentos. Pero, así Él lo decidió, guardándome esta
vida que Usted supo alentar con sus auxilios”.
El oficial le cuenta que
lo ha propuesto para la máxima condecoración al valor y le manifiesta su
“alegría de haber encontrado un joven suboficial que definió el carácter y el
temple de aquellos que forman Nuestro Glorioso Ejercito, y de los cuales tanto
necesitamos”.
Personalmente, Baruzzo volvió
a encontrarse con Echeverría recién 24 años después de aquella terrible noche.
Ambos lloraron, el oficial le mostró sus heridas, dijo que el cabo había sido
su ángel de la guardia, y le regaló una plaquetita, con la inscripción: “Estos
últimos 24 años de mi vida testimonian tu valentía”. También le contó que en el
buque-hospital los médicos británicos dejaron que le siguiera manando sangre un
buen rato, para que así se lavara el fósforo de las balas trazantes.
“You have very good
soldiers” (“Usted tiene muy buenos soldados”), le espetaron los militares
ingleses al ensangrentado teniente primero.
Un reconocimiento que la
sociedad argentina, en pleno, aún le debe a Echeverría, a Baruzzo, a Gorosito,
a Pinzos y a tantos otros callados y acallados héroes de Malvinas.
Fuente: Nicolás Kasanzew