Le ganaron a la guerra:
cuando el espíritu del rugby mueve montañas
Esteban Vilgré La Madrid y
Juan Casanegra, ex combatientes de Malvinas, cuentan de qué modo el deporte los
ayudó a sobrevivir al terror; el estremecedor relato del derribo de un avión argentino
Cuando una moneda en el
aire es el límite imaginario entre la vida y la muerte, hay que estar abrigado.
De esperanza, de templanza, de valor. En medio, además, de dolor, de angustia,
de miedo: no sólo los heroicos salen adelante. El deporte, los valores que
transmite, algunas veces ese abrigo contra el horror. Derriba demonios,
bombardeos reales desde el espacio, ametralladoras reales del interior. La
Guerra de Malvinas, aún hoy, nos atraviesa el alma.
Dos ex combatientes
transforman el abismo en un canto de sirenas, con un mensaje desconocido: el
espíritu del rugby, sus valores, les salvó el pellejo. En la guerra y en la
vida, en la batalla traumática del después. Esteban Vilgré La Madrid, de 54
años, un coronel del Ejército Argentino en actividad, ala en tiempos juveniles
de Olivos, lo cuenta con firmeza.
"El rugby me ayudó a
adaptarme a las islas. Yo estaba en un cerro, en trincheras, teníamos
exigencias físicas muy fuertes. Entonces, recordé aquellos partidos jugando con
la lluvia, con el frío; no sentía los dedos de los pies. El rugby me preparó
para la guerra. Es un territorio agreste, mucha humedad, llovizna, temperaturas
de 20 grados bajo cero, como en el último combate. En los momentos límite, el
rugby te enseña a sobreponerte, te hace mirar con optimismo qué hay más allá.
Vos te golpeás y te querés levantar, no querés que te saquen de la cancha. En
el combate, salvando las distancias, pasa lo mismo: yo, como jefe de una
fracción, pensaba en el equipo. No pensaba en mi riesgo, sino en cómo ayudar a
mis compañeros, cómo distribuir las tareas. La táctica de la guerra y la del
rugby son parecidas", describe.
La palabra es
infinitamente mejor que los fusiles. "Me sirvió también para darme cuenta
de que no podía permitir que se me murieran más soldados. Me ayudó a impartir
órdenes mientras me estaba agotando y no me daba cuenta. Me sirvió para poder
asistir a los heridos o ayudar a morir a algún soldado. El espíritu es: «Al
compañero no se lo abandona nunca». Y, sobre todo, en el después de la guerra.
Nuestro equipo fue (es) un gran equipo", se fortalece.
Esteban charla al lado de
Juan Casanegra, un soldado que creyó que Malvinas iba a ser una aventura.
Cuenta su historia, a los 52 años, el mismo que años atrás creaba estrategias y
esquivaba muros como medio scrum o inside en SIC y en el combinado de Mar del
Plata. Repite: "El rugby me preparó para la guerra. El compañerismo, el
trabajo en equipo, ayudar al otro, levantarlo. Bancarse el miedo, soportar los
malestares físicos", describe Juan, que derrota su timidez en charlas de
este tipo en clubes en los que el try es el rey.
Vilgré La Madrid fue a
Malvinas con 21 años, como subteniente en comisión, porque en abril de 1982
cursaba el cuarto y último año de la carrera de oficial del Ejército en el Colegio
Militar, lo que según sus camaradas resalta en su desempeño al frente de la
Compañía B del Regimiento de Infantería 6, en Monte Tumbledown, durante el
último contraataque previo a la rendición. Por esa tarea fue condecorado con la
medalla "al esfuerzo y la abnegación". Tuvo 47 personas a cargo.
Siete murieron y dos resultaron heridas. Su abuelo y su madre, que tiene 97
años, son británicos.
Tras el belicismo, La
Madrid quiso saber qué había sido de sus soldados y, en la medida de sus
posibilidades, abrirles su corazón. Fue reconocido en 2007 al ser designado
director general del Centro de Estrés Postraumático, creado tres años antes.
Jugó en Olivos, por última vez, en la reserva, en 1978. Su padre fue el socio
fundador N° 11. Creó la Unión de Rugby Militar, de modo formativo para los
soldados, como ocurre en Estados Unidos, Francia e Inglaterra.
Nació en Dolores, en una
familia de ocho hermanos (dos varones y seis mujeres). Especialista en remo,
suele ser homenajeado en el Buenos Aires Rowing Club. Está casado con Patricia,
la novia de su vida; tienen dos hijos. "Me bancó en la guerra. Sobre todo
cuando volví. Yo estaba convencido de que me iba a morir. Pero soñaba con
casarme y tener hijos. Había señales, signos, de que no iba a volver. Las
patrullas británicas, los gritos, el horror de la guerra. Me salvé por
centímetros, volé por el aire. Aquellas esquirlas no eran para mí. Me ayudó el
valor del rugby, el espíritu de lucha. Es como cuando perdés 50-0 y seguís
adelante, por el compromiso que tenés con tus compañeros", susurra, cuando
desconfiaba hasta de su propia sombra.
El paso de la vida a la
muerte era un riesgo. Casi no había otro final. Su frialdad era tan calculada
que en los días que más olfateaba el desenlace se higienizaba en exceso, agua
helada sobre las tripas, con locura. "Para que el cuerpo estuviera limpio,
sin manchas, cuando lo tomara mi madre ", se encoge.
Su madre inglesa le enseñó
a querer la patria. Tiene 92 años. En su hogar se saboreaban tés en tazas con
la imagen de la reina y hasta había banderas británicas colgadas en los
estantes.
"Pero yo era
argentino (lo afirma así, en pasado). Y lo tenía clarísimo. Me enseñó todos los
valores, como defender mi bandera, mi patria", asume.
-La muerte te acechaba.
¿Cómo hacías para seguir en pie? ¿Tan decisivo puede ser el deporte en un
momento límite?
-Hay momentos en los que
te olvidás de todo. Lo único que te mantiene en la trinchera es tu compañero.
Nosotros sabíamos que estábamos perdiendo y la seguíamos peleando. Cuando te
quedás en un pozo para combatir, se acabó la Patria? y lo único que te sostiene
es Dios y el equipo. Y no le podés fallar al equipo. Yo estaba cansado y mi
padre me mandó un telegrama desde Tribunales. Me decía: "Esteban, protegé
a tu gente, viva la Patria y?". Casi que me despedía? Y yo tomé impulso:
no podía fallarles a mis soldados. Era como no fallarle a mi equipo. Tenemos
que terminar todos juntos. No podía fallar, aun en el dolor de la derrota.
Nadie es dueño exclusivo de la victoria; si el habilidoso logra el try, no es
el dueño de la victoria. Hubo ocho bestias que se mataron antes para tener la
pelota.
-¿Y el después? ¿Cómo
hiciste para seguir?
-Con gran humildad. Nada
se consigue solo, ni en la guerra, ni en el rugby, ni en la vida. Te golpeás,
te levantás y seguís. El equipo, mi regimiento, siempre tuvo unión.
-Cuando jugás al rugby
hoy, ¿pasan por tu cabeza imágenes del combate o de la infancia? ¿Lo relacionás
tantos años después?
-Sí. Mi madre me hablaba
mucho del fair play, de ser humilde, de jugar limpio. Eso me sirve en la vida,
ser honesto, desde siempre. Jugando al rugby, aun con calenturas o golpes, no
me enojo. Hasta pido tarjetas para compañeros míos.
Juan Casanegra trabaja en
OSDE y en una empresa de fumigación. Brinda charlas en los clubes de rugby, con
su experiencia, con los valores del deporte, con el recuerdo del horror. Fue
soldado a los 19 años: estuvo en el Grupo de Artillería Antiaérea Gada 601.
Antes del conflicto, lo tomó como una aventura: creyó que si duraba poco se iba
a salvar de hacer la conscripción.
Jugaba de medio scrum y de
inside en el SIC y en Sporting de Mar del Plata, en donde vivió durante la
infancia y la juventud. Actuó en el seleccionado local, que disputó encuentros
contra los All Blacks, Australia, Italia, entre otros grandes equipos. Su papá,
un áspero hooker, también actuó en el SIC y en el seleccionado, todavía sin el
nombre Pumas. Está casado con Valeria, su segunda mujer. Tiene cuatro hijos,
otros dos "del corazón" y dos nietos. No es hombre de armas llevar:
sus días transitan otros campamentos.
Desnuda su mirada con un
recuerdo específico. "Hasta el 1° de mayo (1982) yo pensé que estaba de
campamento. Pero ese día ocurrió algo fuerte. Vimos caer un avión. Y nos
dijeron que los ingleses se volvían, que se había terminado la guerra. No lo
podía creer, festejábamos como si fuera una final del mundo. Ingleses cagones,
pensábamos. A la noche se produce un terrible bombardeo. No sé lo que pasaba,
nunca lo había escuchado en mi vida. La tierra se movía. Ahí me di cuenta de
que, en realidad, empezaba todo. Peor: el avión caído era argentino: lo
habíamos tirado nosotros. Fue un punto de inflexión. Nosotros festejamos cuando
se cayó... Al enterarme, me dio un bajón terrible. A partir de ahí, nos
juntamos entre tres o cuatro y empezó el verdadero espíritu de equipo. Fuimos
para adelante, como en el rugby. Cuando no tenés fuerzas, tackleás igual.
Correr, luchar, el rugby te da energías de donde no tenés", se sobrepone
después del intenso monólogo.
-¿Sentís que dejaste un
legado? ¿Sos una referencia para las nuevas generaciones?
-Yo no soy un héroe.
Cuando nos rendimos, yo estuve feliz: iba a volver a mi casa. Cuando pisé casa,
no se habló más de Malvinas hasta 2004, más o menos, y yo me sentía sapo de
otro pozo, tenía algo guardado. El rugby me hizo olvidar, me curó. Volví y
jugué el Torneo Argentino con el seleccionado de Mar del Plata contra Buenos
Aires. A los 30 días de volver de la guerra, entré en la cancha. Parecía que
venía de Biafra. Era un esqueleto. Ese día, yo pensé: "Si saco adelante
este partido, curo mis heridas y salgo a pelearle a la vida con lo poco que
tengo". Fue así. Nos ganaron por 30 puntos, a los cinco minutos estaba
todo acalambrado. Pero lo terminé. Le puse el alma, el corazón. Hubo 13
combatientes que jugaron ese día. Ese partido me salvó la vida.
-¿Con el espíritu del
rugby se puede evitar, de algún modo, el miedo en situaciones extremas?
-El cagazo que yo tenía
por los bombazos era tremendo. Mi viejo me dijo: "El verdadero valiente es
la persona que actúa con miedo, si no sería un loco". No me da vergüenza
tener miedo. Me sirvió en la guerra, en el rugby, en la vida. Viene un pilar a
toda carrera y me da miedo? y sin embargo, trato de tirarlo para atrás. Los
sufrimientos más grandes que tuve fueron posteriores a la guerra. Con hechos
familiares, con mi hija? Esto me forjó para estar de pie. Malvinas me hizo bien
porque no traicioné mis principios. Pero los valores, antes que en el rugby,
empezaron en mi casa. Yo rezaba 40 rosarios por guardia y eso me traía paz y me
sacó adelante.
Cita a Martín Bourdieu.
"Me salvó del abismo", le agradece a otro ex combatiente y
psiquiatra. Hombro, oído y abrazo, si es necesario, para las víctimas
silenciosas, el amigo y el brazo psicológico de Vilgré La Madrid. Curan las
heridas del olvido. Juan lo recuerda ahora, cuando espía otra página del
pasado. Puntual, detallada.
"Yo siempre pensé en
salvarme. Lo presentía. Tanto es así que al más pesimista, que decía todos los
días «hoy nos vamos a morir, hoy nos vamos a morir», quería cagarlo a
trompadas. ¿Y podés creer? Dios se lo llevó. De mi grupo, a él solo. Días
después, llamaron a casa y le dieron el pésame a mi mamá. Y cortaron. Pensá que
en esa época nadie sabía nada. Mamá ni se inmutó. "No le creo, el nene va
a volver", decía. El nene, aquel soldado, es Juan, un hombre con
cicatrices. Con lágrimas escondidas.
Esteban, el coronel, es un
hombre apasionado. Siente la vida como una estrategia maravillosa, aun en la
tragedia. "Los ingleses también tenían muchos rugbiers. Y a ellos les
sirvió como modo de empuje. Lo charlé con varios de ellos, el verdadero soldado
no siente odio. En el rugby pasa lo mismo: si vos vas ganando por mucho y aflojás,
es una falta de respeto al adversario. El fair play es básico en ambos casos.
Te cuento una anécdota del combate de Monte Tumbledown. El capitán Spicer, el
jefe de operaciones, avanza con el cabo Ian Morton. De pronto, cae herido por
nuestros embates y Spicer lo cubre, como si se tratara de un forward que cuida
la pelota, pero en este caso era la propia vida. Y una vez que pasa la ráfaga,
lo pone a cubierto y sigue liderando el combate. Lo vi, era un líder de los
forwards. Y yo tenía que pensar qué debían hacer mis pilares en ese
momento?", se entusiasma. Tal vez no recuerda qué hicieron los pilares en
ese momento. Hoy, seguro, lo ven y lo abrazan. El rugby se transmite por
generaciones, en el oro y en el barro. Y en el dolor, descubre esperanza.
Fuente: La Nación por Ariel Ruya 12
de junio de 2015