sábado, 13 de junio de 2015

Sobrevivir a un conflicto bélico como el de Malvinas: cuando el arte de la guerra se combina con el noble juego del rugby


Le ganaron a la guerra: cuando el espíritu del rugby mueve montañas

Esteban Vilgré La Madrid y Juan Casanegra, ex combatientes de Malvinas, cuentan de qué modo el deporte los ayudó a sobrevivir al terror; el estremecedor relato del derribo de un avión argentino

Cuando una moneda en el aire es el límite imaginario entre la vida y la muerte, hay que estar abrigado. De esperanza, de templanza, de valor. En medio, además, de dolor, de angustia, de miedo: no sólo los heroicos salen adelante. El deporte, los valores que transmite, algunas veces ese abrigo contra el horror. Derriba demonios, bombardeos reales desde el espacio, ametralladoras reales del interior. La Guerra de Malvinas, aún hoy, nos atraviesa el alma.
Dos ex combatientes transforman el abismo en un canto de sirenas, con un mensaje desconocido: el espíritu del rugby, sus valores, les salvó el pellejo. En la guerra y en la vida, en la batalla traumática del después. Esteban Vilgré La Madrid, de 54 años, un coronel del Ejército Argentino en actividad, ala en tiempos juveniles de Olivos, lo cuenta con firmeza.
"El rugby me ayudó a adaptarme a las islas. Yo estaba en un cerro, en trincheras, teníamos exigencias físicas muy fuertes. Entonces, recordé aquellos partidos jugando con la lluvia, con el frío; no sentía los dedos de los pies. El rugby me preparó para la guerra. Es un territorio agreste, mucha humedad, llovizna, temperaturas de 20 grados bajo cero, como en el último combate. En los momentos límite, el rugby te enseña a sobreponerte, te hace mirar con optimismo qué hay más allá. Vos te golpeás y te querés levantar, no querés que te saquen de la cancha. En el combate, salvando las distancias, pasa lo mismo: yo, como jefe de una fracción, pensaba en el equipo. No pensaba en mi riesgo, sino en cómo ayudar a mis compañeros, cómo distribuir las tareas. La táctica de la guerra y la del rugby son parecidas", describe.
La palabra es infinitamente mejor que los fusiles. "Me sirvió también para darme cuenta de que no podía permitir que se me murieran más soldados. Me ayudó a impartir órdenes mientras me estaba agotando y no me daba cuenta. Me sirvió para poder asistir a los heridos o ayudar a morir a algún soldado. El espíritu es: «Al compañero no se lo abandona nunca». Y, sobre todo, en el después de la guerra. Nuestro equipo fue (es) un gran equipo", se fortalece.
 Esteban charla al lado de Juan Casanegra, un soldado que creyó que Malvinas iba a ser una aventura. Cuenta su historia, a los 52 años, el mismo que años atrás creaba estrategias y esquivaba muros como medio scrum o inside en SIC y en el combinado de Mar del Plata. Repite: "El rugby me preparó para la guerra. El compañerismo, el trabajo en equipo, ayudar al otro, levantarlo. Bancarse el miedo, soportar los malestares físicos", describe Juan, que derrota su timidez en charlas de este tipo en clubes en los que el try es el rey.
Vilgré La Madrid fue a Malvinas con 21 años, como subteniente en comisión, porque en abril de 1982 cursaba el cuarto y último año de la carrera de oficial del Ejército en el Colegio Militar, lo que según sus camaradas resalta en su desempeño al frente de la Compañía B del Regimiento de Infantería 6, en Monte Tumbledown, durante el último contraataque previo a la rendición. Por esa tarea fue condecorado con la medalla "al esfuerzo y la abnegación". Tuvo 47 personas a cargo. Siete murieron y dos resultaron heridas. Su abuelo y su madre, que tiene 97 años, son británicos.
Tras el belicismo, La Madrid quiso saber qué había sido de sus soldados y, en la medida de sus posibilidades, abrirles su corazón. Fue reconocido en 2007 al ser designado director general del Centro de Estrés Postraumático, creado tres años antes. Jugó en Olivos, por última vez, en la reserva, en 1978. Su padre fue el socio fundador N° 11. Creó la Unión de Rugby Militar, de modo formativo para los soldados, como ocurre en Estados Unidos, Francia e Inglaterra.
Nació en Dolores, en una familia de ocho hermanos (dos varones y seis mujeres). Especialista en remo, suele ser homenajeado en el Buenos Aires Rowing Club. Está casado con Patricia, la novia de su vida; tienen dos hijos. "Me bancó en la guerra. Sobre todo cuando volví. Yo estaba convencido de que me iba a morir. Pero soñaba con casarme y tener hijos. Había señales, signos, de que no iba a volver. Las patrullas británicas, los gritos, el horror de la guerra. Me salvé por centímetros, volé por el aire. Aquellas esquirlas no eran para mí. Me ayudó el valor del rugby, el espíritu de lucha. Es como cuando perdés 50-0 y seguís adelante, por el compromiso que tenés con tus compañeros", susurra, cuando desconfiaba hasta de su propia sombra.
El paso de la vida a la muerte era un riesgo. Casi no había otro final. Su frialdad era tan calculada que en los días que más olfateaba el desenlace se higienizaba en exceso, agua helada sobre las tripas, con locura. "Para que el cuerpo estuviera limpio, sin manchas, cuando lo tomara mi madre ", se encoge.
Su madre inglesa le enseñó a querer la patria. Tiene 92 años. En su hogar se saboreaban tés en tazas con la imagen de la reina y hasta había banderas británicas colgadas en los estantes.
"Pero yo era argentino (lo afirma así, en pasado). Y lo tenía clarísimo. Me enseñó todos los valores, como defender mi bandera, mi patria", asume.

-La muerte te acechaba. ¿Cómo hacías para seguir en pie? ¿Tan decisivo puede ser el deporte en un momento límite?

-Hay momentos en los que te olvidás de todo. Lo único que te mantiene en la trinchera es tu compañero. Nosotros sabíamos que estábamos perdiendo y la seguíamos peleando. Cuando te quedás en un pozo para combatir, se acabó la Patria? y lo único que te sostiene es Dios y el equipo. Y no le podés fallar al equipo. Yo estaba cansado y mi padre me mandó un telegrama desde Tribunales. Me decía: "Esteban, protegé a tu gente, viva la Patria y?". Casi que me despedía? Y yo tomé impulso: no podía fallarles a mis soldados. Era como no fallarle a mi equipo. Tenemos que terminar todos juntos. No podía fallar, aun en el dolor de la derrota. Nadie es dueño exclusivo de la victoria; si el habilidoso logra el try, no es el dueño de la victoria. Hubo ocho bestias que se mataron antes para tener la pelota.

-¿Y el después? ¿Cómo hiciste para seguir?

-Con gran humildad. Nada se consigue solo, ni en la guerra, ni en el rugby, ni en la vida. Te golpeás, te levantás y seguís. El equipo, mi regimiento, siempre tuvo unión.

-Cuando jugás al rugby hoy, ¿pasan por tu cabeza imágenes del combate o de la infancia? ¿Lo relacionás tantos años después?

-Sí. Mi madre me hablaba mucho del fair play, de ser humilde, de jugar limpio. Eso me sirve en la vida, ser honesto, desde siempre. Jugando al rugby, aun con calenturas o golpes, no me enojo. Hasta pido tarjetas para compañeros míos.

Juan Casanegra trabaja en OSDE y en una empresa de fumigación. Brinda charlas en los clubes de rugby, con su experiencia, con los valores del deporte, con el recuerdo del horror. Fue soldado a los 19 años: estuvo en el Grupo de Artillería Antiaérea Gada 601. Antes del conflicto, lo tomó como una aventura: creyó que si duraba poco se iba a salvar de hacer la conscripción.
Jugaba de medio scrum y de inside en el SIC y en Sporting de Mar del Plata, en donde vivió durante la infancia y la juventud. Actuó en el seleccionado local, que disputó encuentros contra los All Blacks, Australia, Italia, entre otros grandes equipos. Su papá, un áspero hooker, también actuó en el SIC y en el seleccionado, todavía sin el nombre Pumas. Está casado con Valeria, su segunda mujer. Tiene cuatro hijos, otros dos "del corazón" y dos nietos. No es hombre de armas llevar: sus días transitan otros campamentos.
Desnuda su mirada con un recuerdo específico. "Hasta el 1° de mayo (1982) yo pensé que estaba de campamento. Pero ese día ocurrió algo fuerte. Vimos caer un avión. Y nos dijeron que los ingleses se volvían, que se había terminado la guerra. No lo podía creer, festejábamos como si fuera una final del mundo. Ingleses cagones, pensábamos. A la noche se produce un terrible bombardeo. No sé lo que pasaba, nunca lo había escuchado en mi vida. La tierra se movía. Ahí me di cuenta de que, en realidad, empezaba todo. Peor: el avión caído era argentino: lo habíamos tirado nosotros. Fue un punto de inflexión. Nosotros festejamos cuando se cayó... Al enterarme, me dio un bajón terrible. A partir de ahí, nos juntamos entre tres o cuatro y empezó el verdadero espíritu de equipo. Fuimos para adelante, como en el rugby. Cuando no tenés fuerzas, tackleás igual. Correr, luchar, el rugby te da energías de donde no tenés", se sobrepone después del intenso monólogo.

-¿Sentís que dejaste un legado? ¿Sos una referencia para las nuevas generaciones?

-Yo no soy un héroe. Cuando nos rendimos, yo estuve feliz: iba a volver a mi casa. Cuando pisé casa, no se habló más de Malvinas hasta 2004, más o menos, y yo me sentía sapo de otro pozo, tenía algo guardado. El rugby me hizo olvidar, me curó. Volví y jugué el Torneo Argentino con el seleccionado de Mar del Plata contra Buenos Aires. A los 30 días de volver de la guerra, entré en la cancha. Parecía que venía de Biafra. Era un esqueleto. Ese día, yo pensé: "Si saco adelante este partido, curo mis heridas y salgo a pelearle a la vida con lo poco que tengo". Fue así. Nos ganaron por 30 puntos, a los cinco minutos estaba todo acalambrado. Pero lo terminé. Le puse el alma, el corazón. Hubo 13 combatientes que jugaron ese día. Ese partido me salvó la vida.

-¿Con el espíritu del rugby se puede evitar, de algún modo, el miedo en situaciones extremas?

-El cagazo que yo tenía por los bombazos era tremendo. Mi viejo me dijo: "El verdadero valiente es la persona que actúa con miedo, si no sería un loco". No me da vergüenza tener miedo. Me sirvió en la guerra, en el rugby, en la vida. Viene un pilar a toda carrera y me da miedo? y sin embargo, trato de tirarlo para atrás. Los sufrimientos más grandes que tuve fueron posteriores a la guerra. Con hechos familiares, con mi hija? Esto me forjó para estar de pie. Malvinas me hizo bien porque no traicioné mis principios. Pero los valores, antes que en el rugby, empezaron en mi casa. Yo rezaba 40 rosarios por guardia y eso me traía paz y me sacó adelante.
Cita a Martín Bourdieu. "Me salvó del abismo", le agradece a otro ex combatiente y psiquiatra. Hombro, oído y abrazo, si es necesario, para las víctimas silenciosas, el amigo y el brazo psicológico de Vilgré La Madrid. Curan las heridas del olvido. Juan lo recuerda ahora, cuando espía otra página del pasado. Puntual, detallada.
"Yo siempre pensé en salvarme. Lo presentía. Tanto es así que al más pesimista, que decía todos los días «hoy nos vamos a morir, hoy nos vamos a morir», quería cagarlo a trompadas. ¿Y podés creer? Dios se lo llevó. De mi grupo, a él solo. Días después, llamaron a casa y le dieron el pésame a mi mamá. Y cortaron. Pensá que en esa época nadie sabía nada. Mamá ni se inmutó. "No le creo, el nene va a volver", decía. El nene, aquel soldado, es Juan, un hombre con cicatrices. Con lágrimas escondidas.
Esteban, el coronel, es un hombre apasionado. Siente la vida como una estrategia maravillosa, aun en la tragedia. "Los ingleses también tenían muchos rugbiers. Y a ellos les sirvió como modo de empuje. Lo charlé con varios de ellos, el verdadero soldado no siente odio. En el rugby pasa lo mismo: si vos vas ganando por mucho y aflojás, es una falta de respeto al adversario. El fair play es básico en ambos casos. Te cuento una anécdota del combate de Monte Tumbledown. El capitán Spicer, el jefe de operaciones, avanza con el cabo Ian Morton. De pronto, cae herido por nuestros embates y Spicer lo cubre, como si se tratara de un forward que cuida la pelota, pero en este caso era la propia vida. Y una vez que pasa la ráfaga, lo pone a cubierto y sigue liderando el combate. Lo vi, era un líder de los forwards. Y yo tenía que pensar qué debían hacer mis pilares en ese momento?", se entusiasma. Tal vez no recuerda qué hicieron los pilares en ese momento. Hoy, seguro, lo ven y lo abrazan. El rugby se transmite por generaciones, en el oro y en el barro. Y en el dolor, descubre esperanza.

Fuente: La Nación por Ariel Ruya 12 de junio de 2015