“Viaje alrededor del mundo por la Fragata La Boudeuse y el navío L'Étoile”
Capítulo II
En el mes de febrero de
1764, Francia había comenzado un establecimiento en las islas Malvinas mientras
España reivindicaba esas islas como una dependencia del continente americano; y
su derecho fue reconocido por el rey, yo recibí la orden de entregarles nuestros
establecimientos a los españoles, y de dirigirme entonces hacia las Indias
Orientales, atravesando el océano Atlántico sur entre los trópicos. Me dan para
esta expedición el comando de la fragata La Boudeuse, de veintiséis cañones del
doce, y, debía juntarme en las islas Malvinas con el buque básicamente armado
[flûte] L´Etoile, destinado a aportarnos los víveres necesarios para nuestra
larga navegación y poder seguir el resto de la campaña.
En los primeros días del
mes de noviembre de 1766, me dirijo a Nantes donde La Boudeuse fue construida,
y donde Duclos-Guyot, capitán de navío y mi segundo, se encarga del armamento.
Yo la encontré algo
combada y escorada por el peso pero fue mi impresión por la forma de preparar
los escondites donde iría el armamento antes de ser lanzada al agua. El 5 de
ese mes, la llevamos de Paimbeuf a Mindin para agregarle el armamento, y el 15
levantamos velas en esta rada para dirigirnos a las riberas del Plata. Yo debía
encontrarme con las dos fragatas españolas, la Esmeralda y la Liebre que salían
de Ferrol el 17 de octubre, y cuyo comandante estaba a cargo de recibir las
islas Malvinas en nombre de sus Majestades Católicas.
El 5 al mediodía, zarpamos
de la rada de Brest.
Mi estado mayor estaba
compuesto de once oficiales, tres voluntarios, y la tripulación de doscientos
tres marineros, oficiales marineros, soldados, grumetes y personal doméstico.
El príncipe de Nassau Siegen había obtenido del rey el permiso de participar en
esta campaña…
…Desde el 29 de enero a la
tarde vimos la tierra, sin que pudiéramos reconocerla bien, porque el atardecer
se cernía y las tierras de esta costa son muy bajas. La noche era oscura, con
la lluvia y los truenos padecimos la inclemencia a lo largo del trayecto. El
30, los primeros rayos de claridad nos hacen percibir las montañas de
Maldonado, que nos hizo más fácil de reconocer que la tierra que vimos la
víspera era la isla de los Lobos.
Maldonado son las primeras
tierras altas que vimos sobre la costa norte antes de entrar en el estuario del
Plata y las únicas antes de divisar Montevideo. Al este de estas montañas hay
un fondeadero sobre una costa muy baja. Es una ensenada en parte cubierta por
un islote. Los españoles han levantado un pueblo en Maldonado, con una
guarnición. Luego de algunos años hemos trabajado en esos lugares, en una mina
de oro abandonada, encontramos también piedras bastante transparentes.
Un poco más al interior
hay una ciudad de construcción nueva, poblada enteramente por portugueses
desertores llamada Pueblo Nuevo.
El 31 a las once de la
mañana nos encontramos en la bahía de Montevideo, anclados en un fondo turbio y
negro. Anteriormente fuimos echando anclas en cuatro o cinco lugares al este de
la isla de Flores. Las dos fragatas españolas destinadas a tomar posesión de
las islas Malvinas estaban en esta rada desde hacía un mes. Su comandante, don
Felipe Ruis Puente, capitán de navío, fue nombrado gobernador de esas islas.
Nos dirigimos juntos hacia
Buenos Aires con el fin de concertar con el gobernador general don Francisco
Bucarelli las medidas necesarias para la cesión del establecimiento que yo
debía entregar a los españoles. No tuvimos una larga estadía y ya estaba de
retorno en Montevideo el 16 de febrero.
Hicimos el viaje a Buenos
Aires el príncipe de Nassau y yo, remontando la ribera en una goleta, con el
viento en contra pasamos de costa a costa entre Buenos Aires y Colonia del
Sacramento y a la vuelta hicimos el resto del trayecto desde Colonia hasta
Montevideo por vía terrestre, hasta donde habíamos dejado la fragata…
Capítulo IV
El 28 de febrero de 1767
zarpamos de Montevideo con las dos fragatas españolas y una tartana que
transportaba animales. Convinimos Don Ruis y yo que en el estuario el tomaría
la delantera pero que una vez en mar abierto yo conduciría la marcha. No
obstante, para evitar una separación, le di a cada una de las fragatas un
piloto de las Malvinas. Luego del mediodía, intentando levar anclas, la bruma
no permitía ver ni la tierra firme ni la isla de Flores. El viento sopló de
forma contraria el día anterior; yo contaba que zarparíamos de todos modos, las
corrientes son fuertes en el estuario, principalmente en las orillas, pero
viendo que el día se iba y que el comandante español no daba ninguna señal,
envié un oficial para decirle que volvía de reconocer la isla de Flores durante
un claro, yo me encontraba fondeado muy cerca del banco de arena de los
Ingleses y que mi orden era zarpar al día siguiente, con viento en contra o no.
Don Ruis me responde que el dejaba la decisión en manos de su piloto, un
práctico de la ribera, que no quería levar anclas hasta que hubiera viento
favorable.
El oficial le previno de
mi parte que yo soltaría amarras en el momento del día más conveniente y que
los esperaríamos bordeando las costas para zarpar desde más al norte, a menos
que las mareas o la fuerza del viento me separasen de ellos a pesar mío.
La tartana no había podido
zarpar la víspera y la perdimos de vista a la tarde y no la vimos nunca más.
Ella retornó a Montevideo tres semanas después, sin haber podido completar la
misión.
La noche fue tempestuosa,
el pampero soplaba con furia y nos zarandeaba, una segunda ancla que soltamos
pudimos clavar en el fondo. El nuevo día nos muestra a los buques españoles con
las velas plegadas en los mástiles, haciendo frente a la tempestad como
nosotros. El viento era aún en contra y violento, el mar estaba picado, fue
recién a las nueve que pudimos zarpar con las cuatro velas mayores, a mediodía
ya habíamos perdido de vista a los españoles, aún anclados y el 3 de marzo a la
tarde, ya estábamos fuera del estuario.
Tuvimos durante toda la
travesía a las Malvinas vientos variables del noroeste y del sudoeste, casi
siempre con mal tiempo y mar violento; estuvimos tentados de desviarnos entre
el 15 y el 16 luego de soportar varias averías. Por otra parte, nuestro casco
exigía un buen manejo, la deriva de la fragata no era lineal, su marcha no era
igual en cada una de sus bordas, y el mal tiempo no nos permitía intentar
realizar algunos cambios para corregir esas diferencias y hacerla más estable.
En general, los buques finos y largos son verdaderamente caprichosos, su marcha
está sometida a un gran número de causas que son imperceptibles, que son
difíciles de sobrellevar y que sólo dependen de ella. Sólo los avezados y los más
hábiles pueden tomarle la mano.
Desde el 17 después del
mediodía comenzamos a encontrar el lecho, el tiempo continuaba con una bruma
espesa. El 19, sin ver la tierra, salvo el horizonte que empezó a clarear, y,
según mis estimaciones, estábamos al este de las islas Sebaldes, creyendo que
me había pasado de las islas Malvinas, decidí virar hacia el oeste; el viento,
que es fuerte en estos parajes, favoreció esta decisión.
Yo hice un ida y vuelta en
esta ruta durante veinticuatro horas, y mientras corroboraba las cartas de las
costas patagónicas, aseguré mi posición y retomé con confianza la ruta hacia el
este. En efecto, el 21, cuatro horas después del mediodía, estábamos en
presencia de las islas Sebaldes que nos dejaban al nordeste, a ocho o diez
leguas de distancia, y pronto pudimos ver la tierra de las Malvinas.
El 25 a la tarde nos
adentramos y fondeamos en la gran bahía, donde fondearon también el 24 las dos
fragatas españolas. Ellas habían padecido fuertemente la travesía, los vientos
del 16 las obligaron a llegar bien atrás, recibiendo su capitán un zarandeo que
le destrozó las botellas, le arruino las ventanas de su gran camarote y perdió
toda el agua de abordo. Casi todos los animales embarcados en Montevideo, para
la colonia, habían muerto por el mal tiempo. El 25, los tres buques entran en
el puerto y amarran.
El 1 de abril, yo entrego
nuestro establecimiento a los españoles que toman posesión y enarbolan el
pabellón de España, mientras en tierra y desde los buques saludan con veintiún
cañonazos al alba y a la caída del sol.
Yo le leí a los franceses
habitantes de esta colonia naciente una carta del rey, por la cual su Majestad
les permitía permanecer bajo el dominio del rey católico. Algunas familias se
beneficiaron de este permiso, el resto, junto con el estado mayor, fue
embarcado en las fragatas españolas, las cuales zarparon para Montevideo el 27
a la mañana.
En mi caso, me vi forzado
a quedarme en las Malvinas a la espera de la Etoile, sin la cual no podía
continuar mi viaje.
Fuente: Voyage autour du
monde par la frégate du roi La Boudeuse et la flûte L'Étoile, en 1766, 1767,
1768 & 1769
Louis-Antoine de
Bougainville
Traducción: Hernán Favier