Compendio del
libro Les îles Malouines de Paul Groussac editado por Coni en 1910, realizado
en 1936
De acuerdo con lo que
dispone la ley N° 11.904, proyectada por el senador nacional Dr. Alfredo
Palacios, la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares edita el presente
compendio de "Las islas Malvinas'', de Pablo Groussac, principalmente
destinado a los institutos de enseñanza de la república. Groussac dividió esta
obra, que, traducida al castellano, publica simultáneamente "in
extenso" la Comisión Protectora, en tres capítulos: Origen de la ocupación
actual; Los viajes de descubrimiento y Las primeras ocupaciones.
El orden cronológico está allí
invertido, con ventaja para el orden lógico, según el autor. Por razones
didácticas se ha preferido, sin embargo, seguir el primero en este escrito.
Casi todo el texto
reproduce fielmente las partes del original de donde ha sido tomado. Se han
omitido los detalles secundarios y las notas de la obra, que el estudioso podrá
hallar en la versión castellana antes aludida,para ceñir el compendio a
un esquema de la sólida y luminosa exposición de Groussac, quien dedicó su
libro así: A la República Argentina
ofrece esta evidencia de su derecho un hijo adoptivo.
Las Islas Malvinas
Las islas Malvinas o
Falkland, que Inglaterra se apropió el 2 de enero de 1833, por un acto de
fuerza, expulsando a las autoridades argentinas, están situadas al este de la
costa patagónica. El archipiélago, compuesto de dos grandes islas
rodeadas por una centena de isletas, podría inscribirse en un trapecio cuyas bases
corresponderían a los paralelos de Cala Coig y Cabo Vírgenes y cuyos lados
coincidirían con los meridianos de Pringles y Dolores, en la provincia de Buenos
Aires. Esta situación y los datos de la geología y de la botánica hacen de las
Malvinas una dependencia natural de la Patagonia. Examinaremos si los hechos de
la historia concuerdan con los de la geografía.
Las dos grandes islas
centrales, hoy denominadas East Falkland y West Falkland, están paralelamente orientadas
de N.E. a S.O. y separadas por el estrecho Falkland Sound sembrado de islotes
en toda su longitud.
La isla oriental (Conti de
Bougainville, Soledad para los españoles) tiene una superficie de 3.000 millas
cuadradas; la occidental, antiguamente designada Gran Malvina, 2.300 millas
cuadradas. Se calcula en 1.200 millas la superficie de
todas las isletas circundantes, lo que da para el archipiélago entero un total
de 6.500 millas o 16.700 kilómetros cuadrados, aproximadamente los cuatro
quintos de la parte argentina de la Tierra del Fuego
(21.000 km2).
VIAJES DE DESCUBRIMIENTO
Se ha atribuido el
descubrimiento de estas islas a Américo Vespucio y a Magallanes. La s supuestas
descripciones del primero no corresponden a la realidad, como lo hizo notar
Humboldt, y cabe pensar lógicamente que la tierra "áspera e inculta,
costeada durante 20 leguas" por aquél, era la de los acantilados de la
Patagonia. Las hipótesis deducidas del gran viaje de Magallanes no están mejor
fundadas, pues en el itinerario seguido, y minuciosamente anotado por los
pilotos de la expedición, no habría lugar para el descubrimiento de
las islas Malvinas, situadas a cien leguas de la costa que Magallanes debía reconocer,
por decirlo así, paso a paso.
Tampoco pertenece el
descubrimiento a los navegantes ingleses, uno de los cuales, el aventurero John
Davis, sostenía haber sido llevado hasta las islas por una tempestad, el 14 de
agosto de 1592, según un relato evidentemente falsificado, en el que la
fantasía se confunde con el embuste. Datos del relator, John Jane, prueban lo
absurdo de la fábula, y hay motivos para pensar que Davis intentó hacerse
perdonar cierta fechoría de la expedición con un descubrimiento interesante en
plenas posesiones españolas. Aún suponiéndolo verosímil, no se aproximó a las
islas entrevistas, no las nombró, ni fijó vagamente su latitud; se contentó con
situarlas con relación a la costa y al estrecho, siguiendo coordenadas tan inciertas que en su
intersección sólo se encuentra el océano.
Se convendrá en que visión
tan fugaz constituiría un título de propiedad, y hasta de prioridad,
insuficiente.
Posteriormente, Ricardo
Hawkins, hijo del pirata y negrero John Hawkins, hizo suyo el supuesto descubrimiento
de Davis, dando como fecha del mismo el 2 de febrero de 1594, pero su descripción
es tan extrañamente imaginaria y contradictoria que ha sido objetada y
rechazada por los propios críticos ingleses.
Descubrimiento de Sebald De Weert
Desechada la prioridad de
los descubrimientos españoles e ingleses, llegamos a la expedición holandesa de
Mahu y Cordes, que se efectuó antes de dos años del regreso de Hawkins a
Europa. La expedición, llamada de los "cinco
buques de Rotterdam", fue equipada bajo el auspicio de los Estados
Generales de Holanda con el doble fin, a la vez comercial y patriótico, de
adquirir riquezas saqueando en lo posible las posesiones españolas y
portuguesas de ambas Indias. El viaje fue muy desdichado. Zarpada de Gorea el
27 de junio de 1598, la flota perdió su almirante Mahu poco después de las
islas de Cabo Verde.
Dirigida por Cordes
atravesó penosamente el estrecho de Magallanes y entró en el Mar del Sur en
septiembre de 1599. En la costa de Chile, Cordes y veintisiete de sus
compañeros que habían bajado a tierra entre Concepción y Valdivia,
fueron muertos por los araucanos. Aquí se dividió la flota y sólo un navío, el Geloof, mandado por Sebald de Weert, volvió a su patria, tomando la ruta del
Atlántico. El 24 de enero de 1600, tres días después de la salida del estrecho,
el vigía de la nave señaló a estribor tierra desconocida distante del
continente unas sesenta leguas. A medida que el Geloof se
aproximaba los relieves sólidos surgían y se separaban en el horizonte.
Pudieron distinguirse netamente tres islas. El Geloof había perdido su última canoa en
el estrecho, lo que imposibilitaba todo desembarco; fue necesario contentarse con
ver desde lejos las focas y los pingüinos que poblaban los islotes. Sea como
fuere, ya no se trataba de descubrimientos más o menos problemáticos, de islas
indicadas por algún rumor y como provisionalmente, hasta que los sucesores en verdad las encontraran por una vaga coincidencia, sino de tierras reconocidas y
fijadas por las dos únicas coordenadas entonces aplicables (distancia al
continente y latitud), y de las que sólo un inconveniente material impidió tomar posesión efectiva.
El hecho fue prolijamente consignado en el diario, y el grupo denominado Islas de
Sebald de Weert, por el nombre del descubridor.
Navegantes y geógrafos
concuerdan siempre en respetar los derechos del viejo capitán holandés y
conservar su denominación, que consagra el primer y legítimo descubrimiento.
Hay que llegar al fin del siglo XVIII para ver a Inglaterra aplicar el
procedimiento de la contramarca. Pronto sabremos que el capitán Macbride,
enviado en 1766 con la corbeta de S.M.B. Jason para fundar
un establecimiento en Port-Egmont (dos años después del de Bougainville), empezó
por desbautizar las islas Sebald de Weert y darles el nombre de su navío.
Solamente otra expedición
holandesa volvió a estas islas diez y seis años después del descubrimiento. El 18
de enero de 1616, Le Maire y Shouten, jefes de dicha expedición, reconocieron
las islas de Sebald de Weert, como cuidaron de nombrarlas en su diario de viaje
al determinar la posición de aquéllas.
Viaje de John Strong
No parece que en los años
siguientes, y durante la mayor parte del siglo XVII, las Sebaldes o Sebaldinas (variantes
del nombre), fueran visitadas por navíos que se dirigían al Mar del Sur. Sólo
en los últimos años del siglo se encuentran, gracias a piratas, algunas menciones
nuevas de las islas descubiertas por los holandeses. Pasando por alto una
referencia de Guillermo Dampier, compañero de Ambrosio Cowley, inventor de las
inexistentes islas Pepys, quien anotó en su diario el 28 de enero de 1684 el
reconocimiento de aquéllas, citaremos el viaje del capitán John Strong, quien
en enero de 1690, a bordo del Welfare, equipado por armadores de Londres, cruzó
el pasaje que separa las dos islas principales. En su descripción expresa: "Al
día siguiente a las 10 estábamos fuera del canal, que tiene unas 17 leguas de
largo y que denominé Falkland Sound..." Más tarde los ingleses extendieron
este nombre de Falkland a la isla del oeste y, en fin, a todo el grupo.
LAS PRIMERAS OCUPACIONES
En enero de 1701,
Beauchesne, que mandaba uno de los buques de la expedición francesa organizada
en 1698 por la Compañía del Mar del Sur, descubrió al sur de las Sebaldes la
isla a la cual, siguiendo la costumbre, impuso su nombre (Beauchesne), que
conserva todavía.
En el orden de los
descubrimientos, siguió al precedente el viaje del San Carlos, de Saint-Malo,
cuyo armador Noel Danycan, famoso en los fastos de la marina mercante, daría su
nombre a otras islas del archipiélago. Las expediciones siguientes de Saint-Malo
o de Port-Louis (Lorient) al Mar del Sur no adelantan sensiblemente el
conocimiento de las islas Malvinas (que se denominan así por las numerosas expediciones
de los maluinos, marinos de Saint-Malo), pero hay que mencionar especialmente,
y tras los reconocimientos de Porée y
de Brignon, la expedición en que participó el ingeniero real Amadeo Francisco Frézier,
cuyo mapa, enriquecido por el comentario que hace en su Relación del viaje al
Mar del Sur, representa el primer trabajo científico referente a nuestro archipiélago.
El relato y el mapa de Frézier, entre otros testimonios, prueban que las
numerosas expediciones maluinas constituyen un principio de ocupación de las
islas.
Circunstancias políticas
que acentuaron la preponderancia marítima de la Gran Bretaña, y la vigencia de
una ordenanza francesa que penaba con la muerte el contrabando, hicieron luego
que decayeran las expediciones maluinas al Mar del Sur.
Primera tentativa de ocupación inglesa
El 23 de octubre de 1739
estalló la guerra entre España y Gran Bretaña. El comodoro Anson fue enviado en
1740 al Mar del Sur con una escuadra de seis navíos, de los cuales
perdió cinco en el viaje. Esta expedición se relaciona con nuestro estudio,
pues aunque dicho capitán Anson (más tarde lord y almirante) jamás vio las
Falkland, ya que de Puerto San Julián continuó su ruta directa al Cabo de las
Vírgenes y al estrecho de Le Maire, la mención que de ellas hizo su capellán
Walter en el célebre relato de la expedición, debe ser
considerada como una causa generadora de los acontecimientos que seguirán.
Volviendo más tarde sobre
los peligros y desventuras de su viaje, Anson establecía la necesidad de encontrar
un fondeadero bien provisto en las islas Falkland, para los navíos que se
proponían doblar el cabo de Hornos. "Las islas Falkland, decía, han sido
vistas por numerosos navíos franceses e ingleses; Frézier las coloca en su
carta de la extremidad de América meridional, denominándolas Islas Nuevas. Woodes
Rogers, que bordeó la costa nordeste en 1708, nos dice que se extienden sobre
una longitud aproximada de dos grados y ofrecen terrenos ondulados, de aspecto
fértil, sembrados de bosques y donde no faltan buenos puertos. Por su distancia
del continente y su latitud, esas islas deben gozar de clima templado.
Cierto es que son aún
demasiado poco conocidas para ser recomendadas desde ahora como lugar de
abastecimiento para los navíos que se dirigen al cabo de Hornos, pero si el
almirantazgo juzga oportuno hacerlas explorar lo podría con poco gasto, enviando
un solo barco apropiado para el examen que propongo...".
La indicación iba a ser
aprovechada por el almirantazgo en 1748, pocos meses después de la publicación de
la obra; pero España, con la cual ya se habían reanudado las
relaciones, reclamó de una medida que lesionaba sus derechos soberanos en las regiones designadas, e Inglaterra abandonó el proyecto. Todo esto está muy claramente
expuesto en el célebre, aunque anónimo, folleto de Samuel Johnson que apareció
poco después de una carta de Janius sobre ese mismo tema de las Malvinas.
Así quedó el asunto. Mu y
pronto, acontecimientos más graves atrajeron la atención de los gobiernos hacia
las largas luchas emprendidas en la India y el Canadá entre Francia e
Inglaterra, sin hablar de la guerra de Siete años que ponía en conflicto a
todas las naciones europeas. No se cita viaje alguno durante los veinte años
que siguieron al abortado proyecto de Anson.
Expedición de Boungainville
Terminadas las guerras en
todas partes, por cansancio, al concluir la terrible liquidación de la paz de
París (10 d febrero de 1763) en que Francia perdía casi todo su imperio
colonial, un joven héroe en disponibilidad concibió el proyecto de reanudar valerosamente
el antiguo programa de descubrimientos australes, creando en el pequeño
archipiélago malvino no ya sólo una estación de abastecimiento sino una colonia
viviente y próspera. Hombre de brillantes condiciones intelectuales y morales,
permutó su título de coronel de infantería por el de capitán de fragata, y en
pocos años inscribió su nombre entre los de los más ilustres navegantes. Se
trata de Antoine de Bougainville, cuyo retrato trazó admirablemente Diderot.
Con la colonización de las
Malvinas se ensayó Bougainville. La expedición, protegida por el duque de
Choiseul, entonces ministro de marina, absorbió asimismo la fortuna del
iniciador. Se componía de la fragata L'Aigle y de la corbeta Le Sphinx
construidas a sus expensas en Saint-Malo, de donde eran casi todos los
tripulantes. El 31 de enero de 1764 llegaron a las Malvinas por el noroeste y
reconocieron sucesivamente las Sebaldes, las dos "islas llanas" que
siguen (Pebble y la costa norte de West-Falkland) y después la isleta Eddystone
en la embocadura del estrecho. Al día siguiente los navíos siguieron costeando por
el norte la isla del Este y el 2 de febrero anclaron en la bahía Francesa, que
los ingleses creyeron también deber desbautizar. El punto elegido para el
establecimiento se encuentra enteramente al fondo de la bahía, en el lugar
señalado aun como Former Settlement, al borde de un arroyuelo, “a un tiro de
fusil del mar". Se instalaron en campamento hasta la llegada de madera de
construcción llevada de Tierra del Fuego. El ingeniero de la expedición trazó el plano del fuerte
y se pusieron a la obra. Unos cavaban la tierra, otros construían; los
oficiales salían de caza; todo marchaba rápidamente. Terminado el fuerte San
Luis y emplazados los cañones, se lo inauguró con Te Deum, salvas y vivas al
rey. Después fue necesario buscar y acorralar el ganado que había huido. A
fines de febrero se colocó la primera piedra de un obelisco conmemorativo con
una placa de plata donde estaban grabados, de un lado el plano de esa parte de
la isla y del otro una inscripción muy detallada, con fechas, nombres y calidad
de los presentes, y estas palabras en el
exergo: Conamur tenues grandia (Aunque pequeños, emprendemos grandes cosas).
Viaje de Byron y ocupación inglesa
Instalada la colonia,
Bougainville regresó a dar cuenta al rey de la toma de posesión de las
Malvinas. Preparó luego su segundo viaje y el 5 de enero anclaba nuevamente en
la bahía Francesa. Apenas descargada la fragata, Bougainville volvió a partir
para proveerse de madera en el estrecho de Magallanes:
"Encontré entonces,
escribe en su Viaje, los navíos del comodoro Byron quien, después de haber
venido a reconocer las islas Malvinas por primera vez, atravesaba el estrecho
para entrar en el Mar del Sur". El 27 de abril Bougainville emprendía el
retorno a Saint-Malo, dejando la colonia en perfectas condiciones.
El aludido Byron formaba
parte de la expedición de Anson a que antes nos referimos, y en 1764 se le confió
el comando de la fragata Dolphin que, acompañada por la corbeta Tamar, se
dirigía, decían, a las Indias Orientales. Era un ardid, a blind confiesan los documentos ingleses, para ocultar el
verdadero fin del viaje: una exploración clandestina en los mares del sur y ante todo la
reanudación del programa de Anson entorpecido antes por España.
El 14 de enero de 1765
llegó a la isleta Sedge para penetrar después en el paso, luego ensanchado, que
separa las islas Saunders y Keppel y que el descubridor llamó Port-Egmont
"en honor del primer lord del almirantazgo". Byron eligió un punto
situado en la costa oriental de la isla llamada más tarde Saunders, para
sembrar allí algunas legumbres. El 23 de enero, con el pabellón desplegado, se
posesionó del puerto y de todas las islas vecinas en nombre de S.M. Jorge III.
Parecida ceremonia se había realizado hacía casi un año en la isla principal,
en Fuerte San Luis, y no por intrusos que la realizaran de paso, sino por verdaderos
colonos que se proponían trabajar el suelo ingrato y arraigar en él.
A raíz de los informes de
Byron, algunos meses después fue enviado a las Falkland el capitán Macbride con
el navío Jason, par a comenzar allí un establecimiento. Llegó en enero de 1766
y no salió hasta los primeros días del año siguiente. Se instaló en Puerto
Egmont (reconocido por Bougainville, que lo había denominado Port de la
Croisade) en el mismo lugar de la isla Saunders
(bautizada por él) donde Byron había enarbolado su bandera.
Se sabe por Bougainville
que Macbride visitó el establecimiento de los franceses, de modo que es inexacta
la afirmación de que franceses e ingleses ignoraban su presencia simultánea en
dos puntos distintos y distantes del mismo archipiélago. Desde antes de su
propia ocupación de Port-Louis, que se realizará en abril de 1767, las
autoridades españolas habían sido advertidas de una vaga ocupación británica de
las Malvinas, pero por coincidir la indicación con los repetidos descensos de
los navíos ingleses a las costas de
la Patagonia y Magallanes, todo acabó por confundirlas. Lo prueba el increíble embrollo
de la correspondencia oficial cambiada entre Buenos Aires y Madrid: los
gobernadores de aquí estaban menos informados que los ministros de allá, quienes
se atenían a los rumores llegados de París o de Londres...
Francia cede a España la colonia de Bougainville
Bougainville había quedado
en París, mientras el Aisle volvía a las Malvinas con víveres y nuevos colonos.
Llamado al ministerio y advertido de una protesta elevada por el
embajador español respecto de la colonia de las Malvinas, debió ir a Madrid a discutir
la cuestión. El gobierno español se mostró inflexible acerca del derecho de
posesión de las islas. Admitió, sin embargo, como arreglo equitativo y-sin estar
obligado a ello (Francia reconocía bien fundadas las reclamaciones) el
reembolso de los gastos hechos, incluido el valor de las instalaciones y del material:
el todo fue estimado y fijado, según los inventarios, en la suma de 603.000
libras, que fue pagada parte en París, parte en Buenos Aires.
"España reivindicó
esas islas, dice Bougainville en su Viaje, como dependientes del continente de
la América meridional, y habiendo sido reconocido su derecho por el rey, recibí
orden de ir a entregar nuestro establecimiento a los
españoles y de dirigirme después a las Indias orientales atravesando el Mar del
Sur entre los trópicos".
Dado el abandono que
Holanda había hecho de sus derechos de descubrimiento, nadie mejor que Francia
podía aspirar a la soberanía de este territorio sin dueño, reconocido y.
frecuentado durante medio siglo por sus navegantes; provisto, después, de una administración
regular y organizado en colonia agrícola e industrial a expensas de una
compañía francesa, autorizada por el gobierno.
No es discutible que,
eliminados los derechos de descubrimiento, esta prioridad en el establecerse,
seguida de tal apropiación del suelo por el poblamiento, el capital y el
trabajo, constituía la forma más completa de ocupación efectiva. Sin embargo,
esta empresa, que Jos interesados declaraban satisfactoria, se interrumpió en
pleno desarrollo y el gobierno francés se rindió sobre la base de una
compensación equitativa para los particulares a las representaciones de! español
que reclamaba la propiedad de las islas. Esta reclamación de España no se
fundaba en los títulos ordinarios, reconocidos por el derecho de gentes; no invocaba
ni la prioridad de descubrimiento, ni la toma de posesión, ni la ocupación, no
más ficticia que efectiva, por la razón perentoria de que todas estas formas de
adquisición no se refieren y no pueden referirse más que a un territorium nullius, es decir susceptible
de ocupación. El gobierno español consideraba, pues, el archipiélago de las
Malvinas como una dependencia de sus dominios continentales, colocada en
condiciones idénticas a las de la Tierra de los Estados o de las islas Juan
Fernández y, en consecuencia, que le pertenecía con el
mismo título que Puerto Deseado o cualquier otro punto de la costa.
Recordemos que este
derecho superior invocado por España y reconocido por Francia, que es, nunca se
lo ha hecho resaltar, el eje mismo del litigio, opuesto diecisiete años
antes (1748) a una veleidad de ocupación de las Malvinas por Inglaterra había bastado
para detenerla. Dicha conexión geográfica y geológica se ha vuelto hoy una
noción trivial, admitida en las obras de más alta autoridad científica, entre ellas
la Enciclopedia británica.
Así, pues, ese título
originario de propiedad, derivado, sin duda, de las bulas pontificias de
partición, pero reconstituido por la apropiación secular del continente vecino
del que las islas dependen, fue suficiente para convencer a Francia
en 1765, como a Inglaterra diecisiete años antes, de los derechos irrefragables
de España.
El 15 de noviembre de 1766
Bougainville tomó en Nantes el mando de la fragata la Boudeuse, con la que realizaría
su memorable viaje alrededor del mundo; el 31 de enero de 1767 ancló en
Montevideo, donde encontró los dos navíos españoles Liebre y Esmeralda, que
debían acompañarlo a las Malvinas con D. Felipe Ruiz Puente, nombrado
gobernador; el 25 de marzo los navíos eran amarrados en la bahía Francesa y el 1°
de abril la colonia pasaba a manos de las autoridades españolas con las
ceremonias de práctica.
Conflicto anglo-español
Si las Malvinas dieron
poco que hablar durante los tres años (1767-1769) en que fueron simultáneamente
ocupadas por España e Inglaterra, confesemos que se desquitaron ampliamente
durante los dos años que siguieron.
Dejamos a los ingleses
establecidos en Puerto Egmont, en un punto de la costa sureste de la islita Saunders.
Habían levantado allí un fortín de madera, pero dada la seguridad existente lo
transformaron en almacén. El establecimiento británico estaba separado de
Puerto Soledad (bahía Francesa o Accaron) por más de 180 millas de costas muy
recortadas. Podría creerse que, permaneciendo quietos los unos por intrusos y
los otros por más débiles, la situación debió prolongarse indefinidamente. No
ocurrió así: el gobierno español soportaba la injuria con indignación que
presagiaba un estallido próximo. Desde 1766, el conde Aranda denunciaba los
planes de Inglaterra y aconsejaba contrarrestarlos. Durante el año 1767 y los
dos siguientes, el ministro de marina Arriaga multiplicaba al gobernador de
Buenos Aires, don Francisco Bucareli, las advertencias sobre el mismo asunto,
sin poder aun determinar el lugar preciso del establecimiento inglés.
Carlos III, tan prudente, llegó a escribir el 11 de julio de 1769:
"soporto aún sus insultos (de los ingleses), pero cuando no pueda aguantar
más todo saltará"...
Hacia la misma época el
gobernador de Buenos Aires ordenó al jefe de la división naval de Montevideo,
D. Juan Ignacio Madariaga, enviar a las Malvinas la fragata Santa Catalina con
dos embarcaciones de débil tonelaje, para reconocer la costa. La expedición fue
confiada al capitán de fragata Fernando Rubalcava quien, llegado a Puerto
Soledad a fines de enero de 1770, emprendió días después la exploración de la
costa norte de este a oeste, y el 19 de febrero "descubrió" por fin
el puerto de la Cruzada (Egmont), donde estaba anclada la fragata Tamar, al
mando de Antony Hunt. Al día
siguiente, tras una cortés entrevista, el comandante español dirigió al inglés
una protesta por la usurpación, a lo cual el aludido respondió que "estas
islas pertenecen a S.M.B. por derecho de descubierta" y que estaba allí
para protegerlas. Fijada la situación del establecimiento, Rubalcava volvió a
Montevideo. Sin esperar nuevas órdenes de la corte, que por otra parte antes
las había impartido categóricas, se activaron los preparativos de una
expedición armada contra Puerto Egmont, la cual partió de Montevideo el 8 de
mayo al mando del comandante
Madariaga. Se componía de cinco fragatas, unos mil quinientos hombres y tren de
artillería.
La guarnición inglesa
estaba reducida a la corbeta Favourite cuando los navíos españoles arribaron a Puerto
Egmont el 8 de junio. Convenida la capitulación, sin resistencia digna de
anotarse, y entregado el fortín bajo inventario, las tropas debían embarcarse con
armas y bagajes, a tambor batiente y banderas desplegadas, en dicha corbeta
inglesa, que las
transportaría fuera de los
dominios de Su Majestad Católica.
La noticia de los sucesos
de Puerto Egmont fue conocida primero en Madrid, y luego en Londres por medio
del embajador de España. El estupor y la cólera se acrecentaron cuando la
Favourite entró en Spithead y despachó a Londres un correo portador de los
detalles. La guerra parecía inevitable, pues por una parte Inglaterra exigía la
más completa reparación y por la otra era poco admisible que España hubiese tomado
la iniciativa sin aceptar sus consecuencias.
No obstante, el gobierno
español, sin condenar abiertamente los actos cometidos, procuraba atenuarlos expresando
que el gobernador Bucareli había procedido sin órdenes y por una interpretación
temeraria de las leyes de Indias. Mientras las negociaciones continuaban
lentamente, ambas partes se armaban. España contaba en sus proyectos con el
apoyo de Francia, pero la decreciente influencia y por fin la caída de
Choiseul, primer ministro de Luis XV, que era partidario de la alianza con
España, determinó un cambio de frente en la actitud de este país, cuyo gobierno
tuvo que firmar una declaración en virtud de la cual S.M. Católica manifestaba
haber visto con desagrado la expedición, capaz de turbar la buena armonía con
S.M. Británica, y comprometerse a dar órdenes inmediatas para que las cosas
volvieran a ponerse en la Gran Malvina, en el puerto llamado Egmont, en el
preciso estado en que se hallaban antes del 10 de junio de 1770.
El documento establece que "el compromiso de S.M.C. de restituir a S.M.B. la
posesión del Fuerte y Puerto llamado Egmont no
puede ni debe en manera alguna afectar la cuestión de derecho anterior de
soberanía de las islas Malvinas, de otro modo llamadas Falkland".
Evacuación de Puerto Egmont
Cumplido este compromiso,
los españoles volvieron a Puerto Soledad y los ingleses se reinstalaron en Puerto
Egmont. Y desde entonces se mantuvo ese extraño condominio, que duró casi tres
años y según el cual los primeros permanecían tácitamente dueños del
archipiélago con la única condición de dejar a los segundos la posesión tranquila
de su establecimiento en la isla Saunders, la cual, insistamos en ello, no es
absolutamente la Gran Malvina o West-Falkland de las controversias, como han
dejado decirlo, por ignorancia o ligereza, los españoles y sus sucesores.
El convenio no fue bien
recibido ni en España ni en Inglaterra. En Londres se censuraba la cláusula de
la soberanía de las Malvinas reservada, vale decir retenida, por
España. Significaba, según se hacía notar en el parlamento, el reconocimiento expreso
de los derechos de España sobre las Falkland y, a los ojos de Europa "la
justificaba (a España) de antemano si cuando lo juzgase oportuno las
reconquistaba por las armas". Después de esto, cuando lord Palmerston, sesenta
años más tarde, con su respuesta del 8 de enero de 1834, cerraba la boca a
nuestro enviado Manuel Moreno, al afirmar en tono perentorio que "los
derechos de la Gran Bretaña a la soberanía de las "islas Falkland fueron,
sostenidos y mantenidos sin equívoco durante las controversias de 1770 y
1771", puede decirse sin faltar
al respeto a la memoria del ilustre hombre de estado, que pasaba ese día los
más amplios límites del buen humor, aún del buen humor británico.
El 22 de mayo de 1774, dos
años y ocho meses después de la reocupación, por conveniencias de la política
exterior británica y para conciliarse con España, Puerto Egmont fue evacuado.
Como restos durables de la permanencia inglesa quedaban los parapetos del
fuerte y una inscripción grabada sobre placa de plomo, en la que se afirmaba la
pertenencia de las islas Falkland a su Sacratísima Majestad Jorge III.
El abandono ficticio o
real de Puerto Egmont le ofrecía más ganancia que pérdida, sobre todo si, con su
acostumbrada duplicidad, retenía por un hilo invisible la presa que aparentaba
soltar. Poco importa, en el fondo, que desde entonces Inglaterra haya o no acariciado
la intención oculta de reivindicar algún día el territorio que simulaba
devolver a sus legítimos dueños. Los derechos de
España no derivan de una concesión de Inglaterra, como se ha demostrado por la
historia de los descubrimientos y ocupaciones sucesivas del archipiélago.
La ocupación española hasta la independencia
La administración española
de las islas Malvinas, inaugurada en Puerto Soledad el día de la cesión hecha
por Bougainville, continuó desarrollándose sin obstáculo ni interrupción
durante los cuarenta últimos años del imperio colonial.
Los gobernadores de las islas Malvinas (tal fue desde entonces su único nombre reconocido)
eran, generalmente, oficiales de la flota, nombrados por el ministro de marina,
pero dependientes en lo administrativo del virrey de Buenos Aires. Se puede
seguir en los documentos oficiales la sucesión ininterrumpida de tales
funcionarios. Por esta época, y para regularizar las comunicaciones entre el
archipiélago y el continente, se englobó la comandancia de Puerto Deseado en la
gobernación de las Malvinas y se decidió que cuatro bergantines del apostadero
del Río de la Plata navegasen regularmente entre Montevideo, Puerto Deseado y
las Malvinas. Esta organización persistió hasta la caída del régimen colonial.
En una nota del 18 de diciembre de 1807, el
comandante Juan Crisóstomo Martínez, que fue el último gobernador colonial de Puerto
Deseado y Malvinas, explicaba al Capitán General del Río de la Plata, D.
Santiago Liniers, que se acercaba a Buenos Aires (escribía desde Río Negro) ante
el anuncio de un ataque de los ingleses: ya se sabe que las tropas de
Whitelocke, derrotadas por las de la "Defensa", debieron capitular y
reembarcarse en agosto y septiembre de ese año...
La cadena, rota un
instante por la violenta sacudida de la independencia, se reanudó casi en
seguida de la instalación del nuevo régimen y fue necesario un golpe de fuerza
de Inglaterra, TRAS SESENTA AÑOS DE TRANQUILO ABANDONO,
para arrancar momentáneamente a la Argentina apenas emancipada, el girón de imperio
colonial que España envejecida y extenuada había, sin embargo, sabido
conservar.
LA OCUPACIÓN ACTUAL
Inútil es decir que se
pensó poco en las Malvinas durante las guerras de la independencia
sudamericana. Pero esta aún no había terminado cuando el gobierno de Buenos
Aires reocupaba Puerto Soledad, enviando allí la fragata Heroína cuyo
comandante, David Jewitt, debía también asumir el mando del archipiélago. La
nueva toma de posesión se efectuó con las formalidades ordinarias y,
detalle significativo, en presencia del célebre navegante inglés James Weddell,
que había recalado en las Malvinas en el curso de su primer viaje
antártico. Jewitt encontró la región infestada de balleneros ingleses y
americanos que destruían no solamente los anfibios de esos lugares, sino
también el ganado salvaje del interior. Procuró remediar esto y, por una
circular del 9 de noviembre de 1820, notificó a los gobiernos extranjeros el
nuevo estado de cosas. El comandante Pablo Areguaty le sucedió en 1823; ese
mismo año el gobierno del general Rodríguez acordó a don Jorge Pacheco, "en
pago de sus servicios", treinta leguas de tierra en la isla Soledad, con
derecho exclusivo de pesca. No tuvo éxito una primera tentativa de
colonización. Años más tarde, por decreto del 8 de enero de 1828, las islas
Statenland y Soledad (hecha la reserva de diez leguas cuadradas atribuidas al
fisco, además de la concesión anterior) eran adjudicadas liberalmente por el
gobierno, la validez del acto es discutible, al comerciante hamburgués Luis
Vernet, siempre con derecho exclusivo de pesca por veinte años, con la condición
de fundar allí una colonia en el plazo de tres años.
El gobernador Vernet
El concesionario Vernet se
puso animosamente a la obra y agotó en ella sus recursos. Se organizaron expediciones;
varias docenas de colonos, algunos con sus familias, provistos de ganados y
útiles de labranza y pesca, vinieron directamente de Europa o fueron embarcados
en Montevideo. Las pampas de Buenos Aires proporcionaron para el ganado gauchos
y hasta indios patagones. Antes de dos años la colonia contaba con un centenar
de personas más o menos estables incluidos los balleneros y sealers de toda procedencia, los
empleados europeos y algunos esclavos de Vernet. Los primeros tiempos fueron particularmente
difíciles; la pesca era poco productiva por la competencia de pescadores
extranjeros más expertos o mejor
equipados. Los colonos reclamaron una embarcación de guerra y un puesto militar
para hacer observar los reglamentos. En fin, Vernet aprovechó el rápido
interinato del mismo general Rodríguez a quien hemos visto interesarse por la
colonia, para obtener una reorganización del territorio, del cual fue nombrado
ese mismo día comandante político y militar, con plenos poderes en el
territorio de su dependencia, y algún
armamento para pasar, llegado el caso, de la teoría a la práctica. Apenas
conocido el decreto, Mr. Woodbine Parish, encargado de negocios de S.M.B., se
apresuró a comunicarlo a su gobierno, el cual le ordenó reclamar contra una
medida administrativa que atacaba los "derechos de soberanía ejercidos
hasta entonces por la corona de la Gran Bretaña". La protesta formal data
del 19 de noviembre de 1829. Al acusar recibo, el general Guido, ministro de
relaciones exteriores en la efímera administración de Viamonte, manifestaba que
el gobierno provisional estaba muy ocupado en considerar "con particular
atención" la nota de Mr. Parish, haciéndole entrever una pronta resolución.
Para quien conoce esas horas de turbación y calamidades en las que el país
parecía librado a gobernantes atacados de vértigo, lo asombroso no es que la
respuesta se hiciera esperar, sino que el ministro del día tuviera tiempo de
anunciarla. La protesta cayó en el vacío; al cabo de ocho días nadie la
recordaba, y la situación habría podido eternizarse si la brusca sobrevenida de
un tercero en discordia no hubiese provocado, dos años después, una solución
imprevista.
Captura de goletas norteamericanas
La investidura del
comandante Vernet no tuvo la virtud de cortar de raíz el merodeo marítimo y
terrestre. Órdenes y amenazas no impedían que los barcos pesqueros afluyeran
a las costas de las pequeñas y grandes Malvinas. Vernet se decidió a
perseguirlos. Con algunos días de intervalo (agosto de 1831) capturó las tres
embarcaciones norteamericanas Breakwater, Harriet y Superior, que cargaban en Puerto
Salvador, al noroeste de Soledad; la flotilla, por otra parte, frecuentaba
desde largo tiempo esos parajes y estaba ampliamente probada la reincidencia.
Habiendo conseguido la
goleta Breakwater escapar y ganar su fondeadero (Stonington, Connecticut), Vernet
tenía que resolver sobre la suerte de las otras dos; se vio
entonces el inconveniente de su doble oficio. Bajo el funcionario despertó el
comerciante y despojándose de su uniforme entró en arreglos con los capitanes
de los barcos capturados. Según cierto contrato incluido en el proceso, entre los
capitanes Davison y Congar por una parte y D. Luis Vernet, director de la
colonia de Soledad, por la otra, se habría convenido que la Harriet, provista de
los papeles de la Superior, se dirigiría a Buenos Aires para comparecer ante el
tribunal de presas, mientras la segunda, al
mando del capitán Congar, iría a pescar focas en el sur, a medias con Vernet...
La Harriet partió de
Soledad hacia Buenos Aires en noviembre de 1831, llevando a su bordo a don Luis
Vernet y su familia. En cuanto llegó a Buenos Aires fue remitida al capitán del
puerto para la instrucción del proceso, mientras Davison se quejaba, exponiendo
los hechos a su modo, ante el cónsul norteamericano George W. Slacum (o
Slocum), quien el 21 de noviembre arremetió con una intimación al gobierno para
que declarara si mantenía la presa, y ante la respuesta afirmativa del ministro
Anchorena, pronunció al día siguiente la sentencia, consular, que denegaba al
gobierno argentino toda jurisdicción sobre las islas Malvinas, Tierra del Fuego
y sus dependencias, y por consiguiente, toda autoridad para restringir en lo
mínimo los derechos de pesca y otros, de los libres ciudadanos de los Estados
Unidos. El 30 de noviembre arribaba la corbeta Lexington, desprendida de ¡a
escuadra norteamericana estacionada en el Brasil, y tras los saludos reglamentarios
el comandante, Silas Duncan, comunicaba al gobierno su intención de pasar a las
Malvinas "para la protección de los ciudadanos y del comercio de los
Estados Unidos". Días después, el propio Duncan dirigía al gobierno la
orden de entregar "al nombrado Luis Vernet, culpable de piratería y robo,
al gobierno de los Estados Unidos, para ser juzgado...
Era una simple
provocación, tan despreciable en el fondo como grosera en la forma, y el héroe
de pacotilla debió contentarse con embarcar, en reemplazo de Vernet, al patrón
Davison, que sustraía a los jueces de Buenos Aires para hacerlo servir de espía
en Puerto Soledad.
Saqueo de Soledad
Pero enseguida se pasaba a
hechos ofensivos para la soberanía del país. El 28 de diciembre de 1831 llegó a
Soledad la corbeta Lexington, cuyo comandante, Duncan, bajó provisto de
fuerzas, destruyó el armamento, saqueó habitaciones y cazó ganado salvaje.
Casi dos años más tarde
Fitzroy, cuyo testimonio no es sospechoso, encontró todavía los rastros
flagrantes del pillaje.
Después de arrestar a casi
todos los colonos, Duncan mantuvo prisioneros a seis argentinos y al
comerciante inglés Brisbane, a quien, según unánimes declaraciones, engrilló y
llevó a Montevideo. Desde esta ciudad dirigió una nota al ministro de negocios extranjeros
de Buenos Aires, en los siguientes términos: "Debo decir a Ud. que
entregaré o pondré en libertad a los prisioneros
existentes a bordo de la Lexington, dando el gobierno de Buenos Aires una seguridad
de que han obrado bajo su autoridad".
Aún no había concluido
todo. Después de Duncan, que fue a calmarse en su tierra, y de Slacum, a quien el
ministro García debió retirar el exequátur (14 de febrero de 1832), entra en
escena el encargado de negocios Francis Baylies, que ocupa el puesto vacante. Apenas
presentadas sus credenciales, abrió el fuego con una nota en la que decía tener
órdenes "para llamar la atención de este gobierno a ciertos procedimientos
de don Luis Vernet, quien pretende, en virtud de un decreto de este gobierno, de
fecha 10 de junio de 1829, ser "gobernador civil y militar de las islas Malvinas,
etc.". Habiéndose permitido el ministro Maza, al acusar recibo de esta
nota, expresar cierta sorpresa por semejantes modales diplomáticos, Baylies
volvió a la carga al día siguiente y puso al ministro en trance de declarar en
el más breve plazo si el gobierno de Buenos Aires persistía en atribuirse derechos
sobre las islas Malvinas cuando el de los Estados Unidos los había
denegado. Ante el silencio de Maza, Baylies se resignó a elaborar una larga y mediocre
memoria histórico-jurídica que constituía una intromisión indiscreta y malévola
en un asunto que sólo competía a Gran Bretaña y Buenos Aires.
Reclamación diplomática a Washington
Sin perder la calma, pero
resuelto esta vez a llevar las cosas hasta el fin, el ministro Maza comenzó el 8
de agosto por apartar al intermediario y plantear la cuestión ante el ministro
de Estado de Washington, en una exposición completa y firme de los derechos y
agravios argentinos. Hecho lo cual se volvió contra quien desde hacía dos meses
no retrocedía ante cualquier falsa afirmación para apoyar su mala causa y desacreditar
al gobierno. Rehusando admitir a ese intruso en una discusión sobre la
propiedad de las Malvinas, que estaba por sobre él y en la cual los Estados
Unidos no podían ser parte, el ministro argentino encerró al adversario en el
incidente de la pesca ilícita, con sus consecuencias. El acusador quedó acusado. El gobierno de
Buenos Aires denunció la complicidad de un navío de guerra de los Estados Unidos
en los actos ilícitos de sus connacionales y exigía una reparación del
ultraje infligido a la bandera argentina, y asimismo una indemnización por los actos
de piratería que habían arruinado la naciente colonia. Baylies tuvo que pedir sus pasaportes y mientras los esperaba
trató de dejar la legación norteamericana al antiguo cónsul Slacum, pero el
ministro desbarató tal propósito al afirmar que el dicho Slacum era para el
gobierno sólo un delincuente refugiado en una legación.
Días antes de su partida,
Baylies pudo leer el decreto del 10 de septiembre por el cual se nombraba al
mayor Mestivier comandante interino de las islas Malvinas hasta que el titular
pudiera retomar sus funciones, se le
adjudicaban 50 hombres de tropa con sus familias, y el bergantín de guerra
Sarandí debía permanecer allí fondeado.
Los actos cometidos por el
capitán Duncan motivaron reclamaciones diplomáticas de los sucesivos ministros
argentinos acreditados en Washington, pero el gobierno de los Estados Unidos
respondía evasivamente o no respondía. Cuando en 1885 el presidente Cleveland
se dignó dedicar al asunto unas cuantas líneas en su mensaje, lo hizo para
declarar la reclamación como "totalmente desprovista de fundamento",
términos que suscitaron la protesta del ministro argentino Dr. Quesada y una
respuesta del ministro del gobierno estadounidense Bayard, en la que manifestaba que
"aunque los derechos de la República Argentina a la soberanía de las islas
Falkland llegaran a establecerse, no faltarían buenas razones para justificar
ampliamente la conducta del capitán Duncan". Aparte de que tales
"buenas razones" son fácilmente refutables por inexactas y sofísticas,
Bayard contradecía la doctrina establecida por la Corte Federal que declaraba
condenable la conducta de Duncan aunque los hechos alegados por los ciudadanos norteamericanos
fueran exactos.
El Dr. Quesada replicó y
la discusión no volvió a entablarse.
Ataque inglés a Puerto Soledad
Ponemos en duda la
afirmación categórica, generalmente aceptada, de que esa agresión norteamericana
contra las Malvinas fue la causa directa de la reaparición de la Gran Bretaña,
cuya codicia se dice que despertó al ruido de la disputa. Sin contar que las codicias
territoriales de Inglaterra no necesitan ser despertadas, sabemos que el
encargado de negocios Woodbine Parish había
protestado en noviembre de 1829 contra el decreto argentino que reorganizaba el
comando de las Malvinas. Es ocioso decir que el gobierno inglés debió tomar sus
medidas y comunicar sus intenciones al contralmirante Sir Thomas Baker, jefe de
la división naval del Atlántico Sud, sea dejándole facultad de elegir el
momento oportuno, sea indicándole que esperara nuevas instrucciones.
Es probable, a pesar de
todo, que el incidente norteamericano indicara la hora de proceder. A esto sin duda
debió limitarse su influencia en los acontecimientos que siguieron, cuya
verdadera causa debe buscarse en el estado de anarquía política y social que
desgarraba estas infelices comarcas y las convertía en presa fácil para las
monarquías europeas.
Hemos visto que el
gobierno de Buenos Aires, por decreto del 10 de septiembre de 1832, había
nombrado a D. Juan Mestivier comandante interino de las Malvinas "en
ausencia de D. Luis Vernet, impedido". La goleta de guerra Sarandí que lo
conducía debía quedar agregada al servicio de las islas y los hombres establecerse
en la parte de territorio alrededor de Puerto Soledad que el Estado se había
reservado.
Vernet no volvería a ver
más su colonia arruinada, de la que su agente Brisbane recogería los despojos.
En efecto, los soldados
que se enviaban allá eran deportados, criminales o vagabundos condenados, según
la costumbre de entonces, al servicio de las armas; y su envío significaba un
ensayo de colonia militar y penal, es decir, un "presidio", en el
doble sentido de la palabra. La medida en sí era plausible y se sabe que las
florecientes colonias australianas no tienen otro origen. Pero, evidentemente,
la primera condición del éxito residía en que los guardianes fuesen guardados.
Con insuficiente custodia, o tal vez maltratados, aquéllos se amotinaron a.
instigación de un sargento negro y asesinaron al mayor Mestivier. El comandante
de la Sarandí, D. José María Pinedo, al frente de sus hombres ayudados por
algunos balleneros franceses, se ocupaba en capturar a los bandidos diseminados
por la isla, cuando la entrada a puerto de la corbeta Clío, que enarbolaba
pabellón inglés, lo sorprendió en tan triste tarea. El comandante Pinedo no
dejó de enviar inmediatamente dos
oficiales al comandante inglés, portadores de sus saludos y ofrecimientos de servicios.
El comandante Onsíow, muy correcto, agradeció y anunció que retribuiría sin
demora la atención. El mismo día llevaba a bordo de la Sarandí este aguinaldo
(era el 1° de enero de 1833): tenía orden de tomar posesión de las Falkland en
nombre de Su Majestad Británica y de enarbolar allí la bandera inglesa;
concedía, pues, al comandante Pinedo veinticuatro horas para arriar la
argentina y preparar el embarque de la guarnición, con arma s y bagajes, en el
buque que la devolvería a Buenos Aires...
A las vanas protestas de
Pinedo ("atentado inaudito, en plena paz, naciones amigas, etc.")
Onslow, tieso y con helada cortesía, se limitó a responder, al despedirse, que
tendría el honor de trasmitir sus instrucciones por escrito al día siguiente,
cosa que efectivamente hizo.
La desproporción-de las
fuerzas era tal que toda resistencia seria, capaz de costar la vida de un solo hombre,
habría sido una locura tal vez culpable. La bandera argentina, que Pinedo
rehusó tocar, fue entregada a bordo de la Sarandí por un oficial inglés, y el 3
de enero el comandante de la Clío tomó posesión de Puerto Soledad con las
ceremonias ordinarias. El día 5 y luego de haber delegado Pinedo en un tal Juan
Simón, empleado de Vernet, el comando provisional de Puerto Soledad, la Sarandí
se puso en viaje hacia Buenos Aires,
adonde llegó el 15. Por su parte, la corbeta inglesa no prolongó su estadía. Carente
de otras órdenes, su comandante hizo a la vela sin dejar autoridades en
Port-Louis, después de confiar la custodia de la bandera al irlandés Dickson.
Cuando Fitzroy, que antes
había comprobado la destrucción del establecimiento por la tripulación de la
Lexington, volvió a pasar en agosto del mismo año, Brisbane, Dickson, Simón y
otros dos colonos, uno alemán y el otro francés, habían sido asesinados por los
bandidos dispersos en la isla; sólo a duras penas los marinos destacados del
Beagle y del Challenger (otro navío inglés que
había fondeado en Berkeley Sound) lograron, tras semanas de lucha, apoderarse
de estos salvajes y hacer justicia con ellos. (Debieran compararse estas
escenas con las del hogar de Vernet, del que un oficial amigo de Fitzroy nos ha
dejado un croquis encantador, y decir: "¡he aquí lo que han ganado las
Falkland, por largos años, con la intervención violenta y sucesiva de dos
naciones que pretenden una situación superior entre las potencias civilizadas!"),
Protesta del gobierno de Buenos Aires
En Buenos Aires la emoción
fue profunda y duradera. El mismo día de la llegada de la Sarandí (15 de enero)
el ministro Maza denunció la escandalosa usurpación al encargado de negocios
británico, quien, en conciencia, afirmó ignorar los hechos, pero se declaró
dispuesto a llevar el asunto a conocimiento de su gobierno. Pronto, una
circular fechada el 23 de enero comunicaba a las
"repúblicas americanas" el atentado cometido por Inglaterra. La nota fue
acogida por un vasto silencio y el Annual Register de 1833, burlándose,
felicitaba a los Estados Unidos por permanecer sordos a las quejas del débil,
después de haberse puesto de parte del más fuerte, sin perjuicio de la tira de
papel que era la doctrina Monroe...
Algunos días después el
Dr. Maza depositaba una protesta formal en manos de dicho encargado de negocios
(Philip Gore) y redactaba enseguida las instrucciones al ministro
plenipotenciario en Londres, don Manuel Moreno, encargado de presentar las reclamaciones
del gobierno argentino ante el de Gran Bretaña. En Londres iba a entablarse el asunto
y tropezar, luego de un
simulacro de discusión, con un rechazo cortés y obstinado.
La protesta, fundada en
una nutrida exposición, realmente eficaz en diversos aspectos, si se salvan ciertos
errores, fue depositada el 17 de junio de 1833 en la Foreing Office, en manos
del subsecretario de estado, quien la remitió a lord Palmerston. La respuesta de
éste, fechada el 8 de enero de 1834, se desentendía en absoluto de los orígenes
históricos de la cuestión. Después de
recordar la protesta de Mr. Parish, que "explicaba y justificaba" el
procedimiento de la Clío, la nota inglesa se encierra en la tesis de que "cuando
la discusión de 1771, se trató siempre de las islas Malvinas in globo y que, por otra parte, jamás
existió una promesa formal de abandono". La primera proposición como ha
sido demostrado, es absolutamente falsa; en
cuanto a la segunda, si no es materialmente refutable (al menos con los medios de
que disponemos aquí) puede serlo moralmente, si se admite ese passe-partout político que la antigua diplomacia
usó demasiado para que pueda negarse: la duplicidad.
Moreno volvió a la carga
el 29 de diciembre de 1834 con una nueva nota al duque de Wellington, pero era evidente
que el enviado argentino hablaría en lo sucesivo a oídos sordos. Una tercera
nota del 18 de diciembre de 1841 sólo
consiguió un aviso de recibo de lord Aberdeen. Una cuarta, del 19 de febrero de
1842, tuvo mejor éxito: mereció de parte del lord secretario una breve
refutación. "El gobierno británico, alegaba, no puede reconocer a las Provincias
Unidas el derecho de alterar un acuerdo concluido, cuarenta años antes de la
emancipación de éstas, entre Gran Bretaña y España. En lo concerniente a su
derecho de soberanía sobre las islas Malvinas o Falkland, la Gran Bretaña
considera este arreglo como definitivo..."
Esto era cerrar
completamente la disputa. Ante actitud tan decidida, el enviado argentino sólo
podía dejar las cosas en igual estado y formular, como lo hizo el 10 de marzo
de 1842 (tras una conferencia inútil, que parece haber sido abreviada por lord Aberdeen)
una última protesta de carácter solemne y permanente. Jamás se volvió a
discutir seriamente el punto y el gobierno británico se limitó en adelante a
acusar recibo de las notas con que la parte argentina intentó hacerlo.
Refutación de los argumentos ingleses
Desde el año 1833 la Gran
Bretaña detenta, pues, las islas Malvinas, tomadas por la fuerza, con expulsión
de las autoridades argentinas constituidas en Puerto Soledad. Sin volver sobre
la violencia ultrajante del procedimiento, el hecho mismo de la toma de
posesión se fundaría, según el gobierno inglés, en los títulos siguientes: 1° la
prioridad del descubrimiento; 2° la ocupación subsiguiente de dichas islas; 3°
las discusiones de 1770-71 con España, en las cuales las pretensiones de la
Gran Bretaña a la soberanía de las Malvinas fueron
sostenidas y mantenidas sin equívoco; 4° la restitución del establecimiento
de Puerto Egmont; 5° el animus dominandi
que, cuando la evacuación de 1774, se manifestó por las señales de posesión y
otras formalidades ejecutadas por las autoridades inglesas.
Sobre estos cinco puntos
capitales hemos demostrado:
1° que la prioridad
absoluta del descubrimiento parece pertenecer a los holandeses; aun admitiendo la
realidad y la identificación de las tierras entrevistas por Davis y
Hawkins, con las Malvinas, esta visión confusa no bastaría para crear un título
siquiera imperfecto ante el derecho de gentes; 2° que la pretendida ocupación
inglesa sólo puede referirse a la simple toma de posesión del comodoro Byron, posterior
en un año a la fundación de la colonia de Bougainville (la que, por otra parte,
debió ceder a los derechos superiores de España) por lo cual es una aserción completamente
contraria a los hechos universalmente conocidos, que asombra ver reaparecer y
mantenerse en la discusión; 3° qué la cuestión de la soberanía de las Malvinas
sólo fue evocada por España en el conflicto de 1770-71 y en su declaración finaí,
para salvaguardar su "derecho anterior de soberanía"; 4° que la
restitución del establecimiento inglés fue exigida y
concedida como reparación de una injuria al pabellón nacional; en cuanto al
hecho de "volver las cosas en el puerto llamado Egmont al estado preciso
en que se encontraban antes del 10 de junio de 1770" no podría en caso
alguno significar el reconocimiento de la soberanía británica, puesto que ese
"estado de cosas " comportaba el funcionamiento de autoridades y la
existencia de establecimientos españoles en Puerto Soledad; 5° que la actitud
clandestina del teniente Clayton, consistente en erigir en Puerto Egmont
símbolos materiales de la pretendida soberanía
británica es un acto arbitrario y sin alcance internacional, pues no es seguido
de otro efecto; que se opone formalmente a los términos de la Declaración,
único instrumento legal para las dos partes
interesadas; Y QUE ENCUENTRA, EN FIN, SU DESMENTIDO PERMANENTE EN LA OCUPACIÓN ININTERRUMPIDA
E INDISPUTADA DE PUERTO SOLEDAD DURANTE SESENTA AÑOS POR ESPAÑA O SU HEREDERA
LA REPÚBLICA ARGENTINA.
La nulidad de los derechos
enunciados por la Gran Bretaña aparece, pues, absoluta, y no es necesario hacer
resaltar la falta de seriedad y de buena fe que revela para varios de ellos
esta persistencia en apoyar una argumentación desesperada en hechos abiertamente
falsos.
Los derechos de España, y
por consiguiente de la República Argentina, que hereda legítimamente de la
madre patria todo el territorio marítimo comprendido en el antiguo virreinato
de Buenos Aires, están casi por entero contenidos en la comprobación positiva y
siempre verificable de que el archipiélago de las Malvinas es una dependencia
geográfica de la Patagonia, es decir, en
suma, una parte del continente. Podría deducirse, sin forzar los términos, que,
desde el punto de vista del derecho internacional, la soberanía de España sobre
las Malvinas, como sobre cualquier punto de la
costa patagónica, comenzó el mismo día del descubrimiento y toma de posesión
del Río de la Plata, de suerte que la apropiación secular de éste, por los mil
hechos sociales que forman su historia, se extiende a
sus dependencias más lejanas para constituir en ellas la ocupación real, aunque indirecta. La cesión del establecimiento de Bougainville, ya referida, es la
prueba más evidente de los derechos superiores de España.
La cuestión de las Malvinas es cuestión pendiente
No esperamos convencer al gobierno inglés del valor de
nuestras razones, ni aun de las conveniencias de todo género que aconsejan la
solución definitiva de esta enervante e inacabable cuestión de las Malvinas. No
hemos escrito, pues, para él, sino para los hombres de buena voluntad que tal
vez sólo esperan conocer la causa de la verdad y de la justicia para
interesarse por ella.
La actitud de la Argentina sólo puede merecer aprobación
y estima. Después de haber expuesto su buen derecho, no pide que Inglaterra se
adhiera espontáneamente y ordene inmediatamente a sus autoridades evacuar Stanley y las Malvinas. Espera apenas que el
gobierno británico reconozca, como lo reconocería si tuviera ante sí naciones
más poderosas, que, aún en la hipótesis de que Inglaterra tuviera todos los derechos que
se atribuye, no le corresponde fallar, y que el conflicto de las Malvinas no ha
sido juzgado sin apelación por una ocupación a mano armada, justificada con alegatos inexactos o por lo menos discutidos por
la parte adversa.
La República Argentina no pretende salir gananciosa; pide
que su litigio sea examinado por jueces y se niega a considerar como tales a
los oficiales y funcionarios ingleses que le ha impuesto la ley brutal del más
fuerte. No es humillante someterse a la ley común que exige que nadie sea juez
en su propia causa. El demérito y el descrédito consistirían, más bien, en adherirse
teóricamente a las doctrinas de paz y justicia arbitral, proclamadas a la faz
del mundo, para negarlo en la práctica.
La actitud de la República Argentina, que no ha cesado
de protestar contra la usurpación, es buena y hay que sostenerla. Se aferra a
su derecho y no quiere ceder. No cabe admitir que los efectos sean nulos por el
hecho de que el detentador conserve la posesión ilegítima y disfrute de ella
sin ser perturbado. La resistencia obstinada al hecho cumplido no ha sido
estéril.
En principio ha proporcionado un "ejemplo", en
el doble sentido de la expresión, a la enseñanza de la cátedra y del libro: es
decir, incorporar al actual derecho de gentes, según lo prueba la lectura de
tratados y repertorios especiales, esta noción, esencial en la especie: que LA
CUESTIÓN DE LAS MALVINAS ES UNA CUESTIÓN PENDIENTE.
Fuente: Les ïles Malouines
de Paul Groussac. Compendio realizado por la Comisión Protectora de Bibliotecas
Populares cumpliendo la ley Nº 11.904