La Prefectura Naval
Argentina recibe una orden: "Poner en marcha la Operación Cormorán".
Parten hacia las lejanas hermanas los guardacostas Islas Malvinas y Río Iguazú,
dos aviones Short Skyvan, matrículas PA 50 y PA 52, y el helicóptero Puma PA
12.
Esa partida ya es una
hazaña. Porque los guardacostas sólo son aptos para funciones de policía en las
costas de los ríos.
Su tamaño es cinco o más
veces menor que los guerreros del mar: acorazados, fragatas, cruceros…
De 27 metros de eslora y 6
metros de manga tiene un peso de 79 toneladas. Cuenta con dos motores y con
combustible a pleno carga once mil litros de diesel. Su único armamento es una
ametralladora Browning calibre 12.7mm y la dotación es de quince tripulantes.
Pero el 13 de abril, cinco
minutos antes de las dos de la madrugada, azotados por olas de hasta nueve
metros, y evadiendo el bloqueo británico… ¡entran en aguas de Malvinas!
Como dos pequeños peces
entre ballenas y tiburones…
¿La misión? Llevar a
tierra dos cañones de 105 milímetros.
Peso: entre 1.500 y 1.700
kilos cada uno. Sólo era posible llevarlos en partes, porque enteros hubieran
hundido a los guardacostas.
Además del enemigo, las
olas los amenazan con dos formas de naufragio: vuelta de campana o hundimiento
de proa.
Muchos días después, ya
caído Puerto Argentino y prisioneros algunos tripulantes, los ingleses
–históricamente, reyes de los mares– se resisten. No creen. No comprenden que
esas "cáscaras de nuez" -definición de un oficial inglés- hayan roto
la barrera río-mar, y sin ningún apoyo, llegaran a esas islas golpeadas
eternamente por el salvaje Atlántico Sur…
Interrogando a los
prisioneros, desconfían.
"¿No tuvieron
protección aérea?"
"¿No tuvieron una nave-madre que los
guiara?".
Y la respuesta siempre es "¡no!"
Con un hito grabado en el
bronce. Porque el 22 de mayo, mientras el Río Iguazú navega por la bahía Button
llevando tropas y material bélico, además de partes de los cañones, lo atacan
tres aviones Sea Harrier.
¡Primer combate aeronaval
de la historia patria!
“Después, nuestro guardacostas encalló.
Caminamos más de mil metros con los heridos y el finado envuelto en una
frazada, hasta que un avión argentino nos rescató”, cuenta Ibáñez.
El único artillero, cabo
Julio Omar Benítez, cae muerto bajo la metralla enemiga. El guardacostas queda
inerme.
Entonces es la hora de la
desesperación, o del heroísmo.
El cabo José Raúl Ibáñez,
a cargo de la sala de máquinas –ya averiada e inundada– empuña la
ametralladora, derriba a uno de los Sea Harrier, y los otros dos se baten en
retirada.
Hasta ese instante, el
maquinista Ibáñez jamás había disparado una ametralladora. Correntino, de 24
años ese día, soltero, cuenta hoy…
"Es cierto, nunca
disparé. Sólo la conocía de mirar a Benítez y a otros artilleros en distintos
viajes, de puro curioso, mientras tomábamos mate… Pero después del primer
ataque, que averió e inundó mi sala de máquinas, subí a la cubierta, vi a
Baccaro herido y arrastrándose, y a Benítez moribundo, y ni siquiera lo pensé.
Abrí fuego contra el avión inglés, que largó una columna de humo, perdió altura,
y cayó al mar".
"Hoy tengo mujer, dos
hijos, y además de recibir algunas medallas de la Prefectura, me han nombrado
Hijo Dilecto de Corrientes".
Juan Baccaro, ayudante
mayor, apenas pasadas las ocho de la mañana y alcanzado por la metralla, se
desangraba. Su cuerpo estaba lacerado por 72 esquirlas, de las que le quedarían
61 para siempre…
Pedro Mele, que también
llegó a prefecto, ese 22 de mayo tenía esposa, dos hijos, y apenas 22 años. Era
copiloto de un helicóptero Puma.
En una entrevista recordó que
"teníamos miedo, pero ese miedo sano que nos mantiene alerta. Después de
cumplir varias misiones –unas 25 salidas y 60 horas de vuelo–, un bombardeo
naval enemigo dañó nuestros sistemas de transmisión e hidráulico, y allí
terminó todo. Doble dolor, porque muy poco antes, el 15 de marzo, había muerto
mi primer hijo, y mi esposa, Elisa, y mi madre, sufrieron mucho cuando
partí".
Osvaldo Aguirre, que
alcanzó el grado de prefecto mayor, tenía entonces 26 años y era primer oficial
del guardacostas Islas Malvinas. Averiada su nave y a punto de hundirse luego
de ese primer ataque, cayó prisionero. Durante 30 días fue el preso número 607.
Volvió al continente el 14 de julio.
Este es su testimonio:
"El rol de la Prefectura Naval Argentina en las islas Malvinas fue cumplir
con las funciones como autoridad marítima de policía sobre navegación y
seguridad de los puertos. Estuve a cargo del guardacostas 82 Islas Malvinas. En
la primera etapa conocí, patrullé, ¡y nos encontramos con la guerra! Mi
guardacostas entró en combate el 1° de mayo de 1982 con un helicóptero de
exploración inglés Sea King, a las tres de la tarde. En la contienda cayó
herido el cabo segundo Grigolatto, maquinista, con una herida en el abdomen,
pero acertando seis impactos contra el helicóptero Sea King inglés. Terminada
la guerra estuve prisionero de los ingleses durante treinta días. ¿Mi
reflexión? El rol que cumplió la Prefectura logró que los ingleses nos
respetaran. Eso me reconforta".
Aguirre contó, además, que
los ingleses le pagaron las 8 libras de sueldo que en ese momento exigía la
Convención de Ginebra. Que no sufrió violencia, pero sí vejación moral: sacarse
la ropa, y después ser interrogado en medio de un campo, mientras un soldado lo
apuntaba con su fusil.
Y en ese interrogatorio,
otra vez el asombro. Porque lo que realmente querían saber… "era cómo
habíamos podido cruzar el Atlántico… ¡con esos barquitos que sólo sirven para
navegar por el río!".
El secreto: un combustible
esencial, y, por lo tanto, "invisible a los ojos" según el escritor y
aviador Antoine de Saint Éxupery (1900-1944) en su libro "Le Petit
Prince".
Sí. "El
Principito". Un best seller eterno y para la eternidad.
¿El combustible?
El alma.
Fuente: Infobae por Alfredo Serra y Fernando
Morales (Extracto)