viernes, 4 de mayo de 2012
Guerra de Malvinas. Testimonios en primera persona: El relato de Armando Mayora, en ese entonces Teniente de Fragata, sobre el ataque al destructor Sheffield
El ataque al Sheffield, una fragata tipo 42 que estaba a la vanguardia de la flota inglesa, supuso un duro revés para las fuerzas británicas durante el conflicto de 1982. Además, fue el primer barco que perdieron desde la Segunda Guerra Mundial. Mayora, sin embargo, recuerda que tuvo una sensación agridulce: el objetivo era pegarle al Invencible. "Todo el mundo estaba feliz. Yo no, porque el objetivo era el portaaviones. La única manera de poder haber cambiado el curso de la guerra era hundirles un portaaviones. Eso fue lo que sentí: que podríamos haber generado un cambio. Hundir al Sheffield fue un tema que les pegó, pero que no fue crucial. Si hundíamos un portaaviones, la cosa hubiese sido diferente", sostiene. A pesar de ese sentimiento, Mayora reconoce que la escuadrilla hizo su trabajo a la perfección. "El ataque del Sheffield fue el único que pudimos hacer como dice el libro. Salió perfecto", reconoce. "Éramos diez pilotos seleccionados y teníamos los mejores aviones. Éramos los de mayor experiencia, los de mayor capacidad. Habíamos armado las cosas bien", agrega. Admite que había preocupación. "Teníamos que enfrentarnos a la tercera potencia del mundo con el apoyo de la primera".
Para entrenarse específicamente para Malvinas, y como en la Argentina había dos destructores idénticos a los de la flota británica, usaron esos barcos como blancos. "Diseñamos nuestro perfil de vuelo y perfil de ataque en función de ellos. Me embarqué en el destructor ARA Hércules, con la gente de operaciones, para ver a cuánto se detectaban los buques, de qué manera", explica. "El día que desembarqué del ARA Hércules, el comandante me dijo: «Mucha suerte, no sé si nos volveremos a ver». Me sonó muy dramático, pero después llegué a la conclusión de que él era más consciente de lo que estaba por venir". Su escuadrilla decidió armar cinco parejas, el más antiguo operaba con el más joven. "Volábamos siempre juntos, siempre. En la guerra moderna, no podés emitir: el que dice algo y larga energía al éter es el que termina siendo descubierto. Nosotros estábamos fijando las reglas de emisión en forma muy estricta". Y agrega: "Desde el momento en que despegamos hasta que aterrizamos, nunca hablamos. Todo era por señas, y entre aviones separados por 1000 metros. Nos conocíamos tanto...". El 1° de mayo de 1982, primer día de combate, se frustró una misión de ataque porque los aviones tuvieron problemas al cargar combustible en vuelo. "Tuvieron que cancelar y volver. El acuerdo era que pasabas a la cola. La siguiente pareja éramos el CC Bedacarratz y yo", recuerda. El 2 de mayo fue el ataque al crucero General Belgrano. "Fue un tema duro para nosotros: no sabíamos qué había pasado, era todo incertidumbre", añade. Al día siguiente, Bedacarratz (3-A-202) y Mayora (3-A-203) estuvieron en cabecera, a punto de despegar. "Desde el momento en que te dicen que vas a atacar hasta que salís, pasan como tres horas, el prevuelo. Te tenés que vestir, armar el plan. Toda esa preparación lleva dos horas y pico. Lo hicimos el 3 de mayo y estábamos a punto de irnos, pero anularon la misión", recuerda.
El 4 de mayo amaneció nublado, lluvioso y con vientos muy fuertes. A las 7 de la mañana los sacaron de la cama porque había otro blanco. Un avión explorador de la Marina, el Neptune 2-P-112 al mando del CC Ernesto Proni Leston, había salido más temprano, había estudiado el área y había capturado datos de emisiones británicas. "En función de toda esa información, se nos ordena atacar. Fuimos hacia el avión reabastecedor, iniciamos el ataque, el Neptune emitió la última posición que tenía del blanco, nos pasó los datos y los pusimos en nuestro navegador inercial", detalla el capitán de corbeta retirado. Los aviones Super Etendard eran los únicos de la Argentina que tenían navegadores inerciales, imprescindibles para volar en el mar. "Veníamos volando muy, muy bajo, y muy, muy rápido. Era un día horrible, de chubascos, lluvias, de muy baja visibilidad, lo cual era perfecto para nosotros porque de esa manera podíamos entrar sin que nos detectaran", cuenta. A las 11 de la mañana, el momento de lanzar los misiles fue traumático. "Nos metemos en un chubasco, no veo a Bedacarratz, y cuando salimos del chubasco veo fuego debajo de su avión. Él había dado la orden de lanzamiento y yo no la había escuchado. Lanzo yo. Cuando sos piloto, estás acostumbrado a que cuando apretás un botón de los cañones, es inmediato. Y con los Exocet no es así. Tarda tres segundos, una eternidad. Hasta que de pronto se desprende el misil, que pesa 650 kilos. El avión se desbalancea y ahí ya estábamos girando a muy baja altura y a todo lo que daba. Nos fuimos sin saber qué había pasado", relata. Mayora resalta que hasta ese momento estaba "re contra enchufado" y que lo que más le preocupaba era cumplir. "Es muy laborioso, no tenés tiempo para que se te vayan los pajaritos, para nada. Tenés que trabajar: el vuelo es muy arriesgado, el proceso de lanzamiento del Exocet es muy demandante, tenés que operar el radar del avión, tenés que hacer el reaprovisionamiento en vuelo. No tenés tiempo para ponerte a pensar", detalla. Horas después, a las 5 de la tarde, mientras hacían el análisis y el informe del vuelo, el Ministerio de Defensa británico difundió que el buque Sheffield había sido atacado con misiles Exocet y que había quedado completamente inutilizado y posteriormente se hundiría.
Fuente: Extracto y edición de nota de La Nación por Natalia Pecoraro
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