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jueves, 2 de noviembre de 2023

Operación Playa Vaca. En noviembre del año 1966 comandos anfibios y buzos tácticos de la Armada incursionaron en playas al norte de la isla Soledad en Malvinas


La operación “Playa Vaca”, según una exposición del año 2016 en la Escuela de Oficiales de la Armada, fue desarrollada por el entonces Teniente de Corbeta Oscar García Rabini.
El TC García Rabini junto a otros 87 efectivos de la Armada Argentina, entre los que se encontraban Comandos Anfibios (APCA), Buzos Tácticos (APBT) y la tripulación del submarino S-22 ARA Santiago del Estero, cuyo comandante era el Capitán de Fragata Horacio González Llanos, conformaron una operación de reconocimiento llevada a cabo durante noviembre de 1966, de manera encubierta, en la Isla Soledad, en el archipiélago de Malvinas.
El TC García Rabini, que en aquel momento revistaba en la Agrupación de Comandos Anfibios, relató que “sorpresivamente una mañana me llamó el comandante del submarino para indicarme que debía embarcar con tres de mis mejores hombres, desconociendo cuál sería mi misión”.
La superioridad había dispuesto que García Rabini junto a tres de sus mejores hombres embarcarían en un submarino con el objeto de cumplir con el adiestramiento que consistiría en lanzamiento y recuperación de su patrulla desde el buque. Deberían estar equipados para operar de noche en aguas australes, con armas de dotación con un día de munición y con dos kayaks biplazas, con dos días de agua y raciones de combate.
En noviembre de 1966 zarparon desde la Base Naval Mar del Plata en navegación rumbo a Península de Valdés, el primer destino elegido fue Puerto Pirámides, donde comenzaron los ejercicios de lanzamiento y recuperación de comandos desde el submarino. Ejercicios que se repitieron más allá de Punta Delgada, casi en mar abierto.
Tras esa etapa de adiestramiento naval en cercanías de Puerto Madryn, el submarino de la clase Balao S-22 ARA Santiago del Estero navegó por cuatro días con rumbo sur hasta llegar a las islas Malvinas.


El secreto lo develaría el comandante de la misión, con la confirmación de la operación que se constituía con medios de apoyo al ARA Santiago del Estero, entre ellos un buque pesquero en el área y una escuadrilla aeronaval basada en Río Gallegos, conformada así la fuerza de tareas con el objetivo de realizar un reconocimiento de playa al norte de la Isla Soledad, denominada Playa Vaca, de una extensión de casi dos kilómetros.
La operación de reconocimiento fue realizada con éxito dos veces por la fuerza de tareas desplegada, cuatro patrullas partieron hacia la playa “Punta Vaca” con la misión de reconocerla y determinar su aptitud para un posible desembarco argentino, que finalmente no resultó ser el lugar elegido para el desembarco en abril de 1982 durante la operación Rosario.
Luego del éxito de la misión y en el más estricto secreto, se entregó un informe detallado de la topografía e hidrografía del área elegida en Malvinas.


Otra historia poco conocida de Malvinas por la que hubo que esperar décadas para tener los detalles.

Lic. Hernán Favier, 01 de noviembre de 2023
(La primera fotografía fue obtenida por el tripulante Miguel Salvatierra desde el ARA Santiago del Estero durante la misión)

miércoles, 21 de noviembre de 2018

1845 - 20 de noviembre - 2018 173º aniversario de la batalla de la Vuelta de Obligado, jornada donde también recordamos a los 44 patriotas del submarino ARA San Juan


Hoy se conmemora un nuevo día de la soberanía nacional, un día donde recordamos a los patriotas de la batalla de la Vuelta de Obligado, pero el país está de duelo, hace apenas 72 horas se confirmó el hallazgo del submarino S-42 ARA San Juan, cuyo naufragio se produjo el 15 de noviembre de 2017 mientras realizaba una misión a lo largo de nuestra Zona Económica Exclusiva, en la cual perecieron sus tripulantes. Desde esa fecha agregamos a 44 marinos al pedestal de la patria, 44 tripulantes que dieron su vida en cumplimiento del deber, a todos ellos, el más absoluto respeto y reconocimiento.


lunes, 30 de abril de 2018

La aviación naval en Malvinas. Los pilotos argentinos formados en la base aeronaval francesa de Landivisiau


Los pilotos argentinos formados en Landivisiau

El vice almirante Paul Habert recuerda el entrenamiento de los pilotos argentinos en Francia, de marzo a julio de 1981.
La formación de los pilotos argentinos en los Super-Étendard se realizó en la base aeronaval de Landivisiau, en el seno del equipo NAVFCO (empresa naval de formación y de consejería) al mando del capitán de corbeta Paul Habert (acababa de dejar el mando de la flotilla 14F). Tres pilotos lo secundaban: los tenientes de navío Josa y Delaboudinière y el alférez de navío Roussin.
En París, el capitán de navío Corti, responsable de la misión compras, y el capitán de fragata Lavezzo, oficial del programa Super-Étendard argentino, sumados al aparato en febrero de 1980, supervisaban la operación. El conjunto del personal argentino en Landivisiau estaba a las órdenes de uno de los diez pilotos que había que formar, el capitán de corbeta Colombo.
El equipo NAVFCO, emplazado en el lugar de la flotilla visitante, vecino de los de la escuadrilla 57S, recibían el apoyo de la base y más particularmente de la flotilla 14F que proporcionaba los aviones para los pilotos instructores (los argentinos volaban en sus aviones, un total de cinco).
El primer “debut” se efectuó el 01 de abril de 1981 en la persona del CC Colombo, el último fue el TN Mayora el 16 de abril. El desarrollo de la instrucción fue ligeramente perturbado en la época de la elección presidencial del 10 de mayo de 1981, el nuevo presidente quería reexaminar todos los contratos de venta de armamento al extranjero. Finalmente fue posible retomar los vuelos a fines de mayo.



Rápido progreso

Los pilotos argentinos, teniendo una buena experiencia aeronáutica, progresaron rápidamente sin encontrar mayores problemas. La instrucción acelerada, dispensada en francés, los hizo adquirir todas las capacidades del aparato en misiones aire aire, ataques terrestres y navales. Todos los pilotos, asimilando sin dificultad todos los aspectos de las capacidades del aparato que acababan de adquirir, manifestaron una predisposición y una voluntad de progresar que particularmente fue muy valorada por sus instructores.
Los mecánicos argentinos sufrían un poco más el progreso (tenían más dificultades en comunicar sus necesidades). Sin embargo, el equipo de mecánicos franceses, bajo el mando del teniente de navío Bihannic, se consagró con mucha devoción a su formación y a hacer de intermediario entre ellos y sus pilotos.
La instrucción culmina a principios de julio, los aviones se reunieron en Cazaux, antes de su transporte hacia Argentina. Los pilotos habían dado pruebas de una gran capacidad para el vuelo y para la ejecución de las misiones. No teníamos ninguna duda sobre su capacidad para utilizar su nuevo aparato y su sistema de armas con éxito. Sin embargo, no podíamos adivinar que un año más tarde, ellos se encontrarían en las Malvinas, frente a un adversario a quien no imaginaban en esa época. Durante el conflicto, fue particularmente interesante observar que las tácticas de ataque en el mar, que les habían sido enseñadas, se revelaban particularmente eficaces.


Fuente: Le Marin. Mémoire de l’histoire. [Extracto]
Traducción: Lic. Hernán Favier

lunes, 7 de agosto de 2017

El Apostadero Naval Malvinas, primera unidad logística de la Armada en las islas, fue creado el 2 de abril de 1982


Apostadero Naval Malvinas: un gran almacén de ramos generales durante la guerra

En la madrugada del 2 de abril de 1982 la Fuerza de Desembarco argentina recuperó las islas Malvinas.
Apenas cumplida la misión, una de las primeras acciones de la Armada fue construir el Apostadero Naval en Puerto Argentino.
Se trataba de un establecimiento con funciones logísticas de todo tipo, aunque lo primordial era brindar apoyo a las unidades que operaban en la capital. Quedó a cargo el capitán de fragata Adolfo Gaffoglio.
A las 7:35 comenzó el desembarco del rompehielos Almirante Irízar, que entre tantas cosas traía 19 hombres que habían dormido mal en el laboratorio del barco.
“Al principio no teníamos nada. Y cuando digo nada, es nada. Fue el inicio de la Marina en las Malvinas”, cuenta Roberto Coccia, que fue el bioquímico del Apostadero.


Fue como un almacén de ramos generales para los buques, que cargaban y descargaban. Además patrullaban, custodiaban la península Camber y el faro San Felipe; hacían la provisión de suministros, la operación de radios y las centrales telefónicas; tenían un puesto de socorro y hasta se llevaba a cabo la recuperación físico-mental de los soldados de la Infantería de Marina.
Claudio Guida, entonces conscripto, construyó el cartel del "Apostadero Naval Malvinas". Había sido pensado para tapar uno de "F#lkland Islands Company", pero como la gobernación no lo autorizó, se puso en un galpón contiguo.
Recién en mayo del 82 se estableció la plana mayor, en unos galpones que se usaban para acopiar lana y carpintería. Hubo, en total, entre 170 y 220 personas. Esa comunidad compartió la guerra hasta el final.
Todos ellos volvieron al continente el Día de la Bandera de 1982, y empezaron a juntarse al año siguiente.
Su historia acaba de convertirse en libro, escrito y compilado por Jorge Muñoz: se titula Historias del Apostadero Naval Malvinas (Ediciones Argentinidad, 249 pesos).

Fuente: Extracto de la nota de Juan Brodersen para Clarin publicada el 07/08/2017

miércoles, 3 de mayo de 2017

1982 - 3 de mayo - 2017 A 35 años del ataque de helicópteros británicos al Aviso ARA Alférez Sobral en aguas de Malvinas


El 3 de mayo de 1982 se produjo el ataque al Aviso Alférez Sobral. Dos helicópteros Sea Linx británicos armados con misiles atacan al buque de la ARA, provocando la muerte de su comandante y siete hombres más de su tripulación.

El sábado 1 de mayo a las 1730 horas, un avión Canberra de la Fuerza Aérea Argentina fue abatido aproximadamente a 100 millas náuticas (185 km) al norte del Estrecho de San Carlos. Ante este hecho, y en cumplimiento de la orden recibida, nuestro buque se destacó de inmediato para efectuar la búsqueda y el rescate de los dos tripulantes de la aeronave.
El Capitán Gómez Roca encaró resueltamente el peligro que implicaba internarse en una zona controlada por el enemigo, sabiendo que, de producirse un encuentro, las posibilidades que tenía de salir airoso eran prácticamente nulas. Esa actitud decidida y valerosa, fue apoyada por toda la Plana Mayor y Dotación, sin excepciones.
El 2 de mayo amaneció con tiempo borrascoso. Durante la mañana un mensaje alertó sobre la presencia de un Grupo de Tareas británico compuesto por un portaaviones y seis u ocho buques de guerra, operando en el área hacia la cual nos dirigíamos.
Llegó el atardecer, y con él una infausta noticia: el Crucero General Belgrano había sido torpedeado, pero a medida que transcurrían las horas y nos acercábamos al punto calculado para iniciar la búsqueda, la atención se centró en el intento de salvar a los dos hombres que se hallaban a merced de las aguas.
Casi a medianoche fuimos sobrevolados por un helicóptero no identificado, ordenándose entonces cubrir puestos de combate. La aeronave se mantuvo sólo unos instantes, alejándose luego para perderse en la oscuridad. Había algo muy claro: El enemigo nos había descubierto y no tardaría en atacar.
Se sabía a bordo que no recibiríamos ayuda debido a que no había otros buques argentinos en las proximidades. Como tampoco apoyo aéreo, cuando menos hasta la mañana siguiente. Como el mar estaba agitado y el violento movimiento del buque dificultaba el trabajo de los apuntadores de las armas, el Comandante decidió invertir el rumbo, de manera tal que recibiendo el oleaje por la popa nuestra unidad se mantuviera lo más estable posible.
Al acercarse otro helicóptero británico el Sobral abrió fuego, entablándose el combate. El cañón de 40 y las ametralladoras de 20 mm dispararon su munición, y si bien por la oscuridad reinante y el ya mencionado rolido y cabeceo del buque, no consiguieron hacer impacto, sí lograron que la aeronave enemiga se alejara precipitadamente, tomando distancia para ponerse fuera del alcance de nuestra artillería.
Minutos más tarde el Jefe de Artillería advirtió que por estribor se divisaban destellos. Desde el puente de mando, efectivamente, se observaron también pequeñas luces.
A primera vista, el Comandante, que no perdía las esperanzas de rescatar a los pilotos buscados, expresó con entusiasmo que podía tratarse de señales lanzadas por ellos. Pero instantáneamente el particular movimiento de las luces avistadas nos indicó que en realidad eran misiles que se aproximaban.
Todo ocurrió en pocos segundos. Un misil impactó en la lancha, explotando y destruyéndola por completo, al tiempo que rociaba con esquirlas la superestructura. Los tres operadores de la ametralladora de 20 mm de estribor fueron heridos.
Otro misil pasó sobre el buque sin impactar. El Comandante ordenó abrir fuego cubriendo el sector desde el que provenía el ataque, aunque era imposible ver al enemigo debido a la oscuridad y a que éste efectuaba sus lanzamientos de misiles a máxima distancia, manteniéndose fuera del alcance de las armas del Sobral.
Al ordenarse el alto el fuego, se constató que las averías no afectaban mayormente, hasta ese momento, la seguridad náutica y navegabilidad de la unidad, pero las antenas y equipos de comunicaciones resultaron averiados, por lo cual estas quedaron interrumpidas. Enseguida se trasladó a los heridos a cubiertas bajas para su atención. Allí, en la cámara y camarotes de oficiales, el médico de a bordo había instalado su puesto de socorro y trabajaba sin pausa junto al enfermero.
Al observar que los ataques se producían con misiles, el Capitán Gómez Roca apreció, acertadamente, que el lugar de mayor riesgo era la superestructura, especialmente el puente de mando.
Ante ello, con el fin de proteger a sus hombres y considerando especialmente que por la distancia la que se encontraba el enemigo ya no sería posible combatir efectivamente con las armas propias, ordenó desalojar las cubiertas superiores y los sectores más expuestos, quedando en el puente solamente él y los tripulantes indispensables para conducir el buque. Esta difícil y heroica decisión, adoptada en los momentos de mayor tensión e incertidumbre, significaría luego la preservación de la vida de muchos de sus hombres, pero también su propia muerte en acción.
Al finalizar una rápida inspección del buque, y en oportunidad en que me dirigía hacia el puente para informar el resultado de la misma, el enemigo atacó nuevamente (0120 horas del día 3 de mayo)
Un misil impactó de lleno en el puente, destruyéndolo totalmente, al igual que el cuarto de radio que se hallaba directamente debajo. El palo de proa cayó y las innumerables esquirlas provocaron averías diversas en toda la parte superior y media del buque, que se estremeció como si hubiera sido golpeado por una mano gigantesca. El sector de proa se llenó de humo y el penetrante olor de la explosión invadió los compartimientos, aumentando la ansiedad general.
Allí, en el interior de la nave, la fatalidad hizo que el Conscripto Roberto D’Errico, mientras era asistido de una herida sufrida durante el primer ataque, fuera alcanzado nuevamente por una esquirla que, traspasando dos cubiertas, terminó con su vida.
Ansioso por conocer la magnitud de lo ocurrido subí hacia el puente, encontrando un verdadero desastre: estaba totalmente arrasado, hierros al rojo vivo y un incendio que cobraba fuerza. El Comandante y los que allí se encontraban habían muerto.
La situación no era mejor en el cuarto de radio, igualmente destruido por la explosión, con los operadores muertos en sus puestos de combate y un único sobreviviente, el Cabo Enríquez, gravemente herido.
Al instante comprendí que me encontraba ante el cuadro que ningún segundo comandante desearía que se presente jamás, aunque esté preparado para ello y constituya ésta su principal razón de ser: asumir el comando por muerte del comandante durante el combate. Con plena conciencia de la tremenda responsabilidad que ello implica y de la gravedad de las circunstancias, a partir de ese momento me hice cargo de la Unidad.
Al bajar del puente, el Jefe de Máquinas me informó que por averías en el sistema de timón no era posible maniobrar el buque. Brevemente lo impuse de la situación y ordené parar máquinas.
A todo esto, un grupo de control de averías combatía las llamas en los sectores afectados.
Ante la posibilidad de que otros impactos hicieran naufragar el buque, se inspeccionaron las balsas salvavidas autoinflables, comprobándose que todas estaban inutilizadas, resultado de las innumerables esquirlas que las habían perforado.
Resumiendo, la situación del buque era: timón averiado, el puente con todo el instrumental, cartas y elementos de navegación destruidos; la radio también destruida, un incendio a bordo, ocho muertos (incluido el Comandante) y ocho heridos, personal con contusiones y heridas menores y la perspectiva de recibir nuevos ataques.
A partir de entonces, una vez dominado el incendio y reparado precariamente el sistema de timón, se organizó el regreso.

Regreso al continente

Se presentaban dos alternativas: la primera, navegar hacia las Islas Malvinas, a cuya costa norte podíamos arribar en no más de 12 horas, pero correríamos el serio peligro de ser nuevamente atacados; a ello se agregaba la falta de elementos de navegación y cartas náuticas de la zona, lo que tornaría muy dificultoso recalar con cierta seguridad. La segunda, navegar hacia el continente. En este caso, si bien persistían los riesgos antes citados, las probabilidades de que se presentaran eran menores, aunque se debería afrontar una prolongada travesía en condiciones extremas.
Decidido por esta última, se reinició la navegación, tomando en principio como guía la dirección de las olas que, sabíamos, venían del norte.
Más tarde, con la ayuda de brújulas terrestres del equipo de desembarco, en situaciones normales no utilizables a bordo por el desvío provocado por el magnetismo del buque; y con la “rosa” rescatada de un compás magnético destruido, colocada en la línea central del buque (crujía) entre las cadenas de anclas pretendiendo obtener alguna compensación, se logró tener una idea aproximada del rumbo.
Por otra parte, el cielo continuaba completamente cubierto, impedía conocer el arrumbamiento en base a las constelaciones habituales.
Durante todo el día 3 se navegó esperando el ataque que dábamos por descontado, pero que finalmente no se concretó. Excepto los vigías, apostados al efecto, todo el personal permaneció bajo cubierta ya que no quedaban armas en condiciones de uso. El interior del buque presentaba un estado realmente precario: en el sector de proa la energía había sido cortada y todo estaba mojado como consecuencia del agua arrojada para combatir el incendio. Tampoco había calefacción ni comida caliente, por lo que el frío se hacía sentir con crudeza.
Horas después, cuando las condiciones de mar lo permitieron, se improvisó un comando en proa. Desde allí, mediante una línea de teléfonos se daban las órdenes al timonel, ubicado en el timón de emergencia, en la sala de máquinas.
Entonces tuvo lugar un hecho que a mi entender evidencia el temple de aquella aguerrida tripulación: la Bandera de Guerra del Sobral, por la rapidez con que se sucedieron los acontecimientos no había sido retirada de su cofre y, al momento del combate, ondeaba en lo alto un pabellón de los usados diariamente. Al caer el palo, habíamos quedado momentáneamente sin pabellón. Percatado de ello, un grupo de tripulantes requirió autorización para tomar la Bandera de Guerra e izarla en el lugar más alto que fuera posible. Concedido el permiso la Bandera se izó al tope de la pluma (brazo de grúa) de popa, en uno de los momentos más emocionantes, sobre todo teniendo en cuenta que a esas horas existían inciertas posibilidades de sobrevivir.
El 4 de mayo a las 9 de la mañana, utilizando un transmisor de emergencia extraído de entre los escombros del cuarto de radio, se emitió un pedido de auxilio, con muy poca confianza en su eficacia ya que el equipo estaba dañado y perforado por esquirlas. Por varias horas no obtuvimos respuesta.
Simultáneamente, con una radio portátil común se sintonizaban varias emisoras, principalmente argentinas y uruguayas. Fue justamente una de estas últimas la que dio la novedad del ataque a nuestro buque, e informaba que el Aviso Alférez Sobral había sido hundido por fuerzas inglesas.
Lógica fue la desazón que produjo en la tripulación escuchar semejante noticia, al pensar el efecto que causaría en los familiares que, ansiosos, esperaban en tierra.
También se prestaba suma atención a las novedades que se daban sobre el rescate de los sobrevivientes del Belgrano, y nos llenó de euforia enterarnos del hundimiento del Destructor inglés Sheffield, atacado exitosamente ese día por la Aviación Naval.
A todo esto, una radio de Río Gallegos, en los habituales mensajes que se transmiten para apoyo a la comunidad en la Patagonia, incluyó uno que decía: para el señor Gómez Roca, lo esperamos en Puerto Deseado. Este mensaje impuesto por la superioridad, que desconocía aún el fallecimiento del Comandante, dio grandes esperanzas y la certeza de que nuestro mensaje había llegado. Al menos, en tierra sabían que en algún lugar continuábamos a flote. Un nuevo mensaje, que esta vez señalaba: al señor Gómez Roca, va gente a buscarlo a la estación, dio la seguridad de que se nos estaba buscando.
Después nos enteraríamos que unidades de la Aviación Naval, la Fuerza Aérea y otros buques trataron incansablemente de hallarnos, sin conseguirlo.
A partir de ese momento, cuando se navegaba en niebla cerrada, se efectuaron señales acústicas por medios diversos, como campana, silbatos y hasta disparos con fusil. Se desmontó del palo caído la sirena y, conectándola a una manguera de aire a presión se utilizó como elemento de señalación. Fueron numerosas las veces que alguien creyó ver u oír algo, como el ruido del motor de un avión o helicóptero, una luz o la línea de tierra, pero todo era producto de la imaginación; de los deseos de superar la situación.
Al respecto, lo más inquietante era no saber exactamente dónde nos encontrábamos. Se había efectuado una estima, más por la precariedad de medios, adolecía de grandes errores.
Esperábamos avistar la costa continental en la tarde del día 4, pero llegó la noche sin que nada se produjera. Con la noche también se hizo presente la incertidumbre. ¿Nos habríamos desviado hacia el norte, internándonos en el Golfo San Jorge? ¿Estaríamos retrasados? ¿Llevaríamos el rumbo correcto? ¿Qué pasaría si se desataba un temporal, tan frecuente en esa zona?
A ello se sumaban otros interrogantes ya que en el supuesto caso que estuviéramos cerca de la costa, sin visibilidad y a pesar de efectuar continuos sondajes (medición de la profundidad) con sonda de mano, se corría el riesgo de colisionar con alguna roca o varar, perdiendo la nave, y quizá la vida, a pocos centenares de metros de la orilla. Por otra parte, cada minuto transcurrido disminuía las posibilidades de sobrevivir.
Durante la noche otro incendio, originado en el cableado del sistema de timón, cobró tal fuerza que puso en serio peligro a todo el buque. Los denodados esfuerzos del personal terminaron por dominarlo, pero ya no tendríamos otra oportunidad. Se habían agotado los extinguidores y la espuma, y para combatir el fuego sólo se contaba con el agua de mar, extraída con bombas.
Ello impulsó la decisión de parar máquinas nuevamente para realizar las reparaciones y aislaciones indispensables en el cableado, esperando al mismo tiempo la luz del día.
Simultáneamente el médico informaba que las medicinas escaseaban y le preocupaba especialmente el Cabo Enríquez, muy débil por la hemorragia sufrida.
Pero la dotación continuó trabajando incansablemente. Podrían citarse numerosos ejemplos individuales, pero lo destacable fue, principalmente, el accionar de una tripulación que en la circunstancia obró como correspondía y se esperaba de ella, con idoneidad profesional, disciplina y valor a toda prueba.
Creo no equivocarme si afirmo que durante esos días nadie pensó en su seguridad personal, sino en la del conjunto. Aunque nadie lo manifestaba, la mente volaba entre nuestros hogares, los seres queridos, las alternativas de la guerra, el recuerdo de nuestros muertos y lo que ocurría a bordo.
Por fin, con la esperanza que da el amanecer, seguimos navegando. El 5 de mayo, aproximadamente a las 9 de la mañana se avistó la costa continental. Aún así, continuábamos sin saber nuestra posición, por lo que se navegó a prudente distancia de tierra, con arrumbamiento (dirección) general hacia el norte.
Horas después se divisó un punto en el cielo. Lanzamos luces Very (“bengalas” para señales) y, para alegría de todos, el objeto comenzó a aproximarse.
Se trataba de un helicóptero de la Fuerza Aérea Argentina. De él descendió un suboficial y pudimos evacuar al herido más grave, justo a tiempo para salvar su vida.
Más tarde el buque fue sobrevolado por un avión, también de la Fuerza Aérea cuyo piloto, con sobrevuelos rasantes, nos guio al encuentro del Buque Desembarco de tanques ARA. “Cabo San Antonio”, el Destructor ARA. “Py” y un Guardacostas de la Prefectura Naval.
Fue éste otro momento tremendamente emotivo. Al pasar al costado del Cabo San Antonio nuestra tripulación formó en puestos de honores y lo propio hizo la del buque que teníamos enfrente. No hubo palabras, sólo un saludo militar.
Luego, mediante lanchas se trasbordó a los heridos y con el apoyo de los buques citados seguimos hasta Puerto Deseado, atracando durante la noche, no sin antes sortear una última y difícil maniobra de entrada bajo condiciones totalmente adversas en la ría de acceso.
En esta ciudad recibimos el afecto que es de imaginar, tanto de la población que brindó todo para ayudar a la tripulación después del trance vivido, como de nuestros camaradas del Ejército y de los otros buques de la Armada allí presentes.
Se efectuaron las refacciones imprescindibles, retirando deshechos del puente e improvisando otro.
Luego de una sentida despedida de los camaradas muertos en acción, el 20 de mayo zarpamos rumbo a la Base Naval de Puerto Belgrano, arribando a la misma tres días después.


Personal caído en combate:

Capitán de Corbeta Sergio Raúl GÓMEZ ROCA
Guardiamarina Claudio OLIVIERI
Cabo Principal Mario Orlando ALANCAY
Cabo Segundo Sergio Rubén MEDINA
Cabo Segundo Elvio Daniel TONINA
Cabo Segundo Ernesto Rubén DEL MONTE
Marinero 1º Héctor DUFRECHOU
Conscripto Roberto D'ERRICO

Fuente: Histarmar basado en el relato de su segundo comandante, el Capitán de Navío (RS) Sergio Bazán

domingo, 26 de marzo de 2017

Malvinas 35 años: los preparativos de las fuerzas de desembarco de la operación Azul


Día D, hora H: el desembarco argentino en Malvinas en primera persona

El capitán de fragata José Luciano Acuña partió de Puerto Belgrano al mando de un buque repleto de tropas y con cinco sobres lacrados. Cuando recibió la orden de abrir uno de ellos, supo que estaba ante un momento histórico para el que se había preparado toda su vida.

En febrero de 1982, el hoy contraalmirante retirado José Luciano Acuña, entonces capitán de fragata, se presentó en la base naval de Puerto Belgrano, a donde había sido destinado a fines de 1981, tras una breve licencia por la muerte de su esposa. A poco de llegar a su nuevo destino, fue asignado como comandante del buque de desembarco de tanques "Cabo San Antonio" y notó que "había una actividad que no era normal para esa altura del año". Las prácticas y preparativos que les eran ordenados alimentaban todo tipo de especulaciones entre los propios marinos.
"A mediados del mes de marzo me mandaron al Golfo San José, al norte de Península de Valdez", cuenta Acuña: embarcó al Batallón de Infantería de Marina N° 2 en el "Cabo San Antonio" y realizaron una serie de operaciones de práctica, que por su precisión ayudaron a alimentar aún más los rumores sobre la proximidad de una operación militar. Sin embargo, como el resto de los comandantes navales de esa época, Acuña no tenía la menor idea de lo que se estaba gestando: "Uno de los méritos que tenía la Operación Rosario es que pudimos guardar tanto secreto que el enemigo no se enteró. Cosa que es dificilísimo ante un servicio de inteligencia tan bueno como el británico", explica. Pero su intuición comenzaba a vislumbrar lo que sería su futuro próximo.
Tras las prácticas en Golfo San José, el "Cabo San Antonio" regresó a Puerto Belgrano y desembarcó los vehículos anfibios y las tropas. Pocos días después, cuando se conoció la orden de volver a embarcar, sumando esta vez a tropas del Ejército, todos avizoraron la proximidad del comienzo de la guerra.
El 28 de marzo fue un día radiante: "un día que da gusto ser marino", recuerda Acuña, quien zarpó con la flota ese mañana aunque todavía sin tener certezas sobre cuál sería su destino final. Antes de partir, el comandante de la flota, el contraalmirante Carlos Büsser, le entregó cinco sobres lacrados con el mandato de esperar órdenes para abrirlos, según se le indicara. Al llegar a bordo, un oficial trató de convencerlo de abrir el primer sobre y ver su contenido, algo que él descartó: "Cuando llegue la orden lo vamos a abrir", respondió.
La orden de abrir el sobre número 5 llegó cuando el "Cabo San Antonio" estaba en el punto donde comienza el canal de acceso a Puerto Belgrano: "En ese momento me enteré que formaba parte del grupo de tareas que iba a recuperar las Islas Malvinas", cuenta el marino. "Yo nunca supuse que iba a tener tanta responsabilidad. Me había estado preparando desde 1954 para esto", añade Acuña, quien al recibir la noticia cayó en la cuenta de que apenas conocía a su tripulación -acababa de ser transferido- y atravesaba el duelo por la repentina muerte de su esposa. "No quería que mis oficiales miraran y vieran a un viudo lloroso", sostiene al recordar cómo debió buscar fuerzas dentro de sí mismo.
El desembarco de los cerca de 400 infantes de Marina y Ejército que se encontraban a bordo quedó programado para "el día D a la hora H". Una vez que supo su destino, Acuña se lo comunicó a la tripulación y comenzó a navegar rumbo a Malvinas, con una trayectoria oblicua: debía evitar que los barcos que navegaban cerca la costa los vieran, pero también a los pesqueros que suelen navegar cerca de la zona de las 200 millas.
El 29 de marzo, el tiempo comenzó a desmejorar: "el 29, el 30 y el 31 soportamos un temporal del suroeste que nunca en mi vida había tenido que afrontar". El buque de desembarco de tropas y tanques Cabo San Antonio tenía portalones que se abren y bajan para permitir el desembarco, pero no muy resistentes a los "golpes de mar". Acuña sabía que "dos buques gemelos habían tenido problemas en un temporal y no habían podido abrir las compuertas", por lo que debió navegar evitando que se dañaran. "En ese temporal me di cuenta que tenía una tripulación muy marinera", explica.
El día "D" estaba originalmente previsto para el primer día de abril, pero el mal clima retrasó los planes dado que era preciso al menos un día de mar calmo para organizar el desembarco. La ocupación de las Malvinas había sido bautizada inicialmente como "Operación Azul", pero en medio del fuerte temporal el entonces teniente coronel Mohamed Alí Seineldín, embarcado en el Cabo San Antonio, recordó que cuando ocurrieron las invasiones inglesas al Río de la Plata, el general Liniers había enfrentado similares inclemencias, que cesaron cuando invocó a la Virgen del Rosario. Por su sugerencia, el almirante Büsser, jefe de la fuerza de desembarco, rebautizó la operación como "Operación Rosario": el cambio en las condiciones climáticas que posibilitó el inicio de las operaciones el 2 de abril quedó para siempre adjudicado a la intercesión de la Virgen.
Cuando el capitán Acuña dio la orden de alistar a las tropas para el desembarco, notó con sorpresa que no había movimientos en el buque: nadie había dormido en la noche del 1° al 2 de abril y ya todos estaban en sus puestos. Antes del desembarco, el comandante Büsser pronunció una arenga que se transformaría en mítica: instó a sus subordinados a ser duros con el enemigo pero amables con los habitantes, previno a las tropas de asalto acerca de que actuaría con máxima severidad ante delitos como el abuso de autoridad o el pillaje, prohibió el ingreso a las propiedades privadas y exigió el respeto a las mujeres y niños. La dictadura argentina apostaba a una operación "limpia" que no impidiera futuras negociaciones. "El viva la Patria que escuché en ese momento fue como un grito que salía de las entrañas del buque. Nunca me voy a olvidar de eso, cómo me emocioné", explica Acuña.
El "Cabo San Antonio" entró a Puerto Groussac sin radar ni sonda, en medio de la noche, y sólo una vez que recibió la contraseña por parte de los barcos que le daban cobertura. Antes, un grupo de buzos tácticos habían inspeccionado el lugar indicado para el desembarco, tras lo cual llegaron un grupo de comandos anfibios. "Siempre me acuerdo cuando estoy en un semáforo, porque la contraseña era 'luz verde'", recuerda Acuña con nostalgia. A las 6 se abrieron las compuertas y los vehículos anfibios se lanzaron al agua. Con el mar calmo y en la oscuridad de la madrugada malvinense, venciendo al temor natural que inspira la guerra, las tropas pisaron tierra firme e iniciaron la marcha por la turba, esquivando alambrados y obstáculos naturales. Horas después, centenares de soldados argentino tomaban el control de las islas sin producir bajas británicas.
Si bien la resistencia de los Royal Marines fue débil, en esas operaciones se produjo la primera baja argentina: el capitán Pedro Edgardo Giachino avanzaba con algunos de sus hombres sobre la casa del gobernador, que estaba cercada por fuerzas propias, cuando fue alcanzado por balas enemigas.
Treinta y cinco años después, Acuña recuerda aquellos días del desembarco y reflexiona: "La parte táctica estuvo muy bien. Muy pero muy bien. Fuimos justos, mostramos estar adiestrados, hicimos las cosas bien". Y añade: "Si alguna vez escuchan esas palabras 'los chicos de la guerra', por favor no lo repitan. Los conscriptos que estaban en el "San Antonio" eran marineros hechos y derechos, que cumplían con su obligación y querían más. Antes de terminar la guerra, cuando llegó una nueva camada de conscriptos, los que estaban a bordo no se querían ir".
En la "Operación Rosario" intervinieron unos 700 Infantes de Marina y 100 integrantes de fuerzas especiales. La cantidad de tropas fue decisiva para la toma de todos los objetivos planificados sin encontrar resistencia. Tras más de un siglo y medio de soberanía británica, las Islas Malvinas volvían a estar bajo bandera argentina.

Fuente: Infobae por Fernando Morales 26 de marzo de 2017

miércoles, 23 de noviembre de 2016

De Landivisiau a Comandante Espora: la formación de los pilotos argentinos del COAN en el cazabombardero Super-Étendard de Dassault


En junio de 1979, el gobierno argentino encarga catorce Super Étendard para equipar la Segunda Escuadrilla Aeronaval con base en Puerto Belgrano. El encargo completo era de catorce aviones y un primer tramo de veinte misiles Exocet. Esta unidad debía poder embarcar sobre el portaaviones 25 de Mayo, en curso de revisión para precisamente recibir a los aviones franceses. Los Super Étendard vendidos son standard Marine nationale [salvo la central inercial que en el caso de los aviones argentinos era la Uliss 80]. Rápidamente la Argentina envía a algunos de sus pilotos a Francia para familiarizarse con el avión. Todos son hombres experimentados, tienen un conocimiento previo de las operaciones embarcadas con el Skyhawk.
Ramon Josa, piloto experimentado y oficial de apontaje de la Marine nationale, es el hombre elegido para acompañar a los argentinos en sus primeras fintas con el avión.

“Un año antes de que se concluyera el encargo, una comisión de la marina francesa se desplaza una semana a Argentina para allí evaluar las infraestructuras que deberán recibir los aviones. Yo formo parte de esta comitiva y visitamos la base Comandante Espora en Bahía Blanca y también el portaaviones 25 de Mayo. El 25 de Mayo era un navío antiguo, de la clase Arromanches, al que le habían agregado una pista oblicua. Estábamos entonces muy lejos de la modernidad del Foch para la época y eso exigía una actualización para el mantenimiento de los Super Étendard, como por ejemplo la creación de talleres especiales para la aviónica de los aviones, las centrales inerciales, etc. La pista era corta pero el nivel de precisión que exigía el Super Étendard en el apontaje era tal que finalmente, que hubiera cien o doscientos metros después de las lingas no cambiaba mucho las cosas. Teóricamente, las capacidades de las catapultas eran suficientes para el Super Étendard. En resumen, el portaaviones estaba un poco subdimensionado pero en teoría eso le pasaba a los Super Étendard”.


En abril de 1981, la delegación argentina, compuesta de una decena de pilotos, todos ellos con experiencia previa en Skyhawk, y una veintena de mecánicos, desembarcaron en Landivisiau para hacer allí su instrucción sobre el nuevo avión. La Marine nationale instala una estructura específica para recibirlos, bajo el mando del capitán de fragata Habert. Otros pilotos de Super Étendard venidos de las flotillas también suman su contribución.

“La instrucción se debía hacer en francés y los argentinos fueron enviados a una profesora de idioma durante algunas semanas. Cuando nos volvimos a encontrar chapurreaban algunas palabras en francés, algunos hablaban mejor que otros. El destacamento estaba bajo las órdenes del capitán de corbeta Colombo y yo ya había entablado una relación privilegiada con el oficial argentino encargado de los Super Étendard, el capitán de navío Julio Lavezzo, en ocasión de mi desplazamiento previo a la Argentina. Julio, que había piloteado Corsair y Skyhawk a lo largo de su carrera, me había dicho un día que ellos intentarían tener un asiento eyectable 0-0. Eso era lógico para un avión destinado a apontar, Los Super Étendard estaban equipados entonces con 0-90 [Utilizable a altitud cero a partir solamente de 90 nudos].
Nosotros comenzamos por hacerles seguir los cursos teóricos de la SIT (Sección de instrucción técnica). No hubo problemas con los pilotos pero sin embargo hubo algunos chispazos con los técnicos, la comunicación no era fácil. Como yo hablaba español, el jefe de la delegación argentina, el comandante Colombo, me propuso asistir a los briefings diarios destinados a su delegación. Yo escuché en esa ocasión una parada de carro frente a sus técnicos: “Vinimos aquí a aprender el funcionamiento de estos aviones que nos cuestan bastante caros… Incluso si hay cosas aquí que les molesta, mantengan sus puños en los bolsillos…”
Al término de la SIT comenzamos con los vuelos, acompañados de sesiones en el simulador. Los argentinos debían entrenar en sus propios aviones y nosotros los seguíamos sobre nuestros aparatos. Estaba previsto contractualmente que cada piloto hiciera cincuenta horas de vuelo en Francia, ni un minuto más ni uno menos. Además estaba convenido que nosotros sólo formaríamos a los argentinos en el manejo del avión y en su utilización básica del sistema de navegación, la pantalla frontal, la central inercial, etc. No era cuestión de darles instrucción sobre armamento o sobre la táctica de empleo de las armas. No hicimos vuelos de ataque sobre el mar, incluso sabiendo claramente que el avión había sido vendido con los AM39 Exocet. En caso de inconvenientes en vuelo, problema meteorológico o técnico, nos habían exigido aterrizar únicamente sobre una base militar.
Los pilotos argentinos eran muy competentes, tanto en pilotaje como en conducción de misión. Todos tenían una cierta experiencia de combate, estando comprometidos en operaciones regionales. Estaban también muy motivados, yo recuerdo particularmente a Augusto Bedacarratz, que participaría más tarde en la destrucción del Sheffield: era un excelente piloto, muy rápido en su aprendizaje del sistema. Después de solamente siete u ocho horas de vuelo sobre el Super Étendard, ya maniobraba el avión excepcionalmente bien. Roberto Curilovic a propósito me decía: “Ramon, ojo con él, porque está loco… Para Bedacarratz no se está en entrenamiento, siempre se está en guerra”.
Cuando todos los pilotos cumplieran sus cincuenta horas de vuelo, volverían a Argentina, excepto dos de ellos que debían obtener una calificación de oficial de apontaje (OA). Los otros pilotos no habían tenido la posibilidad de hacer apontajes simulados sobre pista (ASSP), mucho menos embarcarse en nuestro portaaviones. Pero los dos OA permanecerían conmigo e iríamos a Hyères para formarlos en ASSP. Permanecemos en el sur un poco más de dos meses y después de los ASSP pasaron a una calificación en apontaje a bordo de Super Étendard franceses, seis apontajes y otros tantos catapultajes sobre el portaaviones Foch.
Durante su estadía en Francia, pasé mucho tiempo en su compañía. Quedé sorprendido cuando partieron de la manera que estos jóvenes oficiales hablaban de situaciones de guerra, de la suerte de ellos. Hablaban espontáneamente en la mesa, algo que nosotros no hacíamos en la Marine. Los argentinos son muy patriotas, muy “drapeau”: la bandera para ellos no es un pedazo de tela. Todo el tiempo que pasé en contacto con ellos marcó fuertemente mi carrera.


Cuando el asunto de Malvinas comenzó, yo permanecí en contacto epistolar con mis dos OA. Incluso después de que fueran enviados a Río Grande, en el sur del país, de donde partían las incursiones, continuaron escribiéndome. Recibía largas cartas de uno de ellos en las cuales me contaba las misiones contra el Sheffield y el Atlantic Conveyor. ¡Estas operaciones eran aún muy recientes! Había un verdadero clima de confianza entre nosotros. Más tarde, después de la guerra, volví a Argentina para darles la calificación para apontajes a bordo de su portaaviones. Un oficial PEH, alias chiens jaunes [jefe puente de vuelo-hangar, alias "perros amarillos” por su vestimenta], me acompañaría para formar a sus propios oficiales PEH. Yo guardo un recuerdo muy emotivo, además de pagarnos un viaje en primera clase entre París y Buenos Aires, los argentinos habían pedido específicamente que fuera yo quien viniera a formarlos, algo que me honró mucho. Es verdad que ya éramos viejos conocidos, la información fluía entre nosotros. Entonces califiqué al comandante de la escuadrilla y a un oficial de apontaje suplementario, además de los dos formados anteriormente en Francia. Una vez que los tres estuvieron a punto, a partir de ahí se arreglarían entre ellos”.

Con respecto al papel de los Super Étendard durante la guerra de Malvinas, Ramon Josa es categórico: sin el embargo, con un poco más de aviones y misiles, habrían hecho mucho daño a los británicos.

“Ellos dominaban bien los aviones y el sistema de armas. Habían comprendido bien que una debilidad del Exocet era la carga militar muy liviana. Es por eso que habían decidido que los tirarían de a dos… Por eso habían encargado y pagado veinte misiles pero sólo recibieron cinco. Si hubieran recibido los veinte misiles, le hubieran propinado una cachetada monumental a la segunda marina occidental. Y eso, Francia no podía permitirlo”.

Para finalizar, a la pregunta para saber si la Marine nationale lo habría hecho mejor que los argentinos enfrentando un escenario idéntico, la respuesta de Ramon Josa surge sin dudar: “¡Probablemente no!”

Fuente: Les Super Étendard des antipodes (Extracto). Le Fana de l’Aviation. Ramon Josa, piloto de la Marine nationale francesa.
Traducción: Lic. Hernán Favier 
[entre corchetes es mío]

lunes, 30 de mayo de 2016

1982 - 30 de mayo - 2016 Hace 34 años la Armada y la Fuerza aérea argentina lanzaban la Operación Invincible en Malvinas


La operación Invincible  

Fue protagonizada por dos aviones Super Etendard pertenecientes a la Segunda Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque de la Armada Argentina (ARA), cuyos pilotos fueron el Capitán de Corbeta Alejandro Francisco con el numeral 3-A-202 y el Teniente de Navío Luis Collavino con el numeral 3-A-205, y por el siguiente personal y aeronaves de la Fuerza Aérea Argentina (FAA):
Hércules C-130, matrícula TC-69, indicativo "Cacho".
Tripulación: Vicecomodoro Luis Litrenta, Capitán Guillermo Destéfanis, Mayor Francisco Mensi, Cabo Principal Juan Perón, Cabo Principal Juan Tello, Suboficial Auxiliar Hugo González, Suboficial Auxiliar Vicente Reynoso y Suboficial Auxiliar Manuel Lombino.
Despegó de Río Gallegos a las 11:25 hs y arribó a Comodoro Rivadavia a las 17:25 hs.
Hércules C-130 matrícula TC-70, indicativo "Gallo".
Tripulación: Mayor Roberto Briend, Vicecomodoro Roberto Noé, Mayor Miguel Sánchez, Capitán Osvaldo Bilmezis, Suboficial Mayor Juan Cufré, Suboficial Principal Carlos Golier, Suboficial Principal Roberto Caravaca, Suboficial Auxiliar Héctor Sosa y Suboficial Auxiliar Juan Marnoni.
Despegó de Río Gallegos a las 11:25 y arribó a las 17:15 hs.
Cuatro Skyhawk A-4C, indicativo Zonda. Misión: ataque al portaaviones ubicado en la posición 51° 38' Sur / 53° 38' Oeste, con dos reabastecimientos, armado con tres bombas retardadas por paracaídas (BRP), cada uno.
Tripulación: 1er Teniente José Vázquez (C-301), 1er Teniente Ernesto Ureta (C-321), 1er Teniente Omar Castillo (C-310) y Alférez Gerardo Isaac (C-318). El Teniente Daniel Paredi actuaría como reserva.
Despegaron de Río Grande a las 12:30 hs y regresaron a las 16:00 hs.

Las rutas previstas partían de Río Grande (Super Etendard / A-4C Skyhawk) y Río Gallegos (Hércules KC-130), convergían a los 55º 50' S / 58º O, donde se haría el reabastecimiento.
Cada sistema reabastecería dos veces, a la ida y al regreso, para despegar con máxima carga de armamento. A partir de allí, con rumbo 330º / 350º descenderían a rasante (100 pies), los Super Etendard al frente y dos A-4C Skyhawk a cada lado. Se aproximarían volando en formación a 420 nudos hasta unas 100 millas del blanco.
En este tramo, los Super Etendard deberían localizar con su radar el objetivo y, veinticinco kilómetros antes, lanzar el último Exocet regresando, previo reabastecimiento, a Río Grande.
Acelerando al máximo, los A-4C Skyhawk se montarían en la trayectoria del misil hasta el buque, cincuenta segundos después del impacto arrojarían tres bombas retardadas por paracaídas de 250 kg. cada uno.
La operación estaba condicionada por una serie de requisitos que debían cumplirse inexorablemente. Todos se cumplieron a la perfección.
Una vez disparado el Exocet, los cuatro A-4C Skyhawk (Ureta e Isaac a la derecha y Castillo y Vázquez a la izquierda), siguieron la estela del misil.
Lo primero que vieron fue una columna de humo en el horizonte. El impacto del Exocet señalaba el blanco, pero había alertado al sistema defensivo del portaaviones y su escolta.
Cuando ya tenían nítidamente al HMS Invincible en las miras, un misil (posiblemente un Sea Dart) impactó al jefe de escuadrilla, 1er Teniente Vázquez, que se partió en dos y se estrelló en el mar.
Cinco segundos antes del lanzar las bombas, la artillería impactó en el 1er Teniente Castillo, cuyo avión explotó.
Al parecer, su motor cayó sobre la cubierta y resbaló hasta el hueco del ascensor de aviones, por donde entró e incendió su interior.
Los dos A-4C restantes alcanzaron el objetivo, al que vieron despidiendo humo. Los pilotos argentinos lanzaron las bombas sobre la cubierta. Ureta que pasó primero, cree haber impactado en la superestructura. Indemnes, se alejaron con rumbos distintos, haciendo maniobras evasivas. Al serenarse, echaron un último vistazo al buque y lo vieron cubierto de humo espeso y negro.
Se perdieron de vista entre ellos pero siguieron rasante en rumbo 230º / 240º, hacia el punto en que deberían reunirse con los reabastecedores. Primero se avistaron entre ellos y luego, en el punto exacto, se encontraron con los dos Hércules KC-130.
Ureta e Isaac reabastecieron y se dirigieron a la BAM Río Grande. La operación había durado casi cuatro horas. Finalizaba así la operación aérea más imaginativa y audaz que se haya realizado en este conflicto.


Fuente: Fuerza Aérea Argentina - Operaciones aéreas

domingo, 4 de mayo de 2014

04 de Mayo de 1982. Golpe por golpe, la respuesta argentina no se hizo esperar y el destructor misilístico tipo 42 HMS Sheffield es herido de muerte en Malvinas

Martes 04 de Mayo de 1982.


Un Neptune de la ARA, el 2-P-112, al mando del capitán de corbeta Ernesto Proni Leston, fue el que marcó la sentencia de muerte del destructor británico HMS Sheffield, detectado por primera vez a las 0750 del 04 de mayo de 1982.


Dos aviones Super Etendard de la Segunda Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque del COAN, armados con misiles AM 39 Exocet, despegaron desde la base aeronaval de Río Grande a las 0945 y se encontraron con un reabastecedor Hércules KC-130 a las 1000.
Ya en vuelo hacia la ubicación dada por el Neptune, los aviones Super Etendard, indicativos 3-A-202 y 3-A-203, al mando del capitán Augusto Bedacarratz, comandante de misión y su segundo, el teniente Armando Mayora, avanzan valerosamente y descienden temerariamente a ras del mar a aproximadamente 50 kilómetros de su objetivo, arrojando el misil Exocet a las 1104, impactando aproximadamente a dos metros de la línea de flotación, abriendo un boquete de 1 metro por 2,5 metros en la contigüidad del centro de comando y a continuación se desata un furioso incendio que no pudo ser controlado.


A los pocos días, el 10 de mayo, el destructor se hundió mientras era remolcado por buques británicos en un intento de llevarlo hacia Gran Bretaña.
Los dos aviones Super Etendard aterrizaron sin repostar en la base aeronaval Hermes Quijada de Río Grande a las 1204.


viernes, 4 de mayo de 2012

Guerra de Malvinas. Testimonios en primera persona: El relato de Armando Mayora, en ese entonces Teniente de Fragata, sobre el ataque al destructor Sheffield


El ataque al Sheffield, una fragata tipo 42 que estaba a la vanguardia de la flota inglesa, supuso un duro revés para las fuerzas británicas durante el conflicto de 1982. Además, fue el primer barco que perdieron desde la Segunda Guerra Mundial. Mayora, sin embargo, recuerda que tuvo una sensación agridulce: el objetivo era pegarle al Invencible. "Todo el mundo estaba feliz. Yo no, porque el objetivo era el portaaviones. La única manera de poder haber cambiado el curso de la guerra era hundirles un portaaviones. Eso fue lo que sentí: que podríamos haber generado un cambio. Hundir al Sheffield fue un tema que les pegó, pero que no fue crucial. Si hundíamos un portaaviones, la cosa hubiese sido diferente", sostiene. A pesar de ese sentimiento, Mayora reconoce que la escuadrilla hizo su trabajo a la perfección. "El ataque del Sheffield fue el único que pudimos hacer como dice el libro. Salió perfecto", reconoce. "Éramos diez pilotos seleccionados y teníamos los mejores aviones. Éramos los de mayor experiencia, los de mayor capacidad. Habíamos armado las cosas bien", agrega. Admite que había preocupación. "Teníamos que enfrentarnos a la tercera potencia del mundo con el apoyo de la primera".


Para entrenarse específicamente para Malvinas, y como en la Argentina había dos destructores idénticos a los de la flota británica, usaron esos barcos como blancos. "Diseñamos nuestro perfil de vuelo y perfil de ataque en función de ellos. Me embarqué en el destructor ARA Hércules, con la gente de operaciones, para ver a cuánto se detectaban los buques, de qué manera", explica. "El día que desembarqué del ARA Hércules, el comandante me dijo: «Mucha suerte, no sé si nos volveremos a ver». Me sonó muy dramático, pero después llegué a la conclusión de que él era más consciente de lo que estaba por venir". Su escuadrilla decidió armar cinco parejas, el más antiguo operaba con el más joven. "Volábamos siempre juntos, siempre. En la guerra moderna, no podés emitir: el que dice algo y larga energía al éter es el que termina siendo descubierto. Nosotros estábamos fijando las reglas de emisión en forma muy estricta". Y agrega: "Desde el momento en que despegamos hasta que aterrizamos, nunca hablamos. Todo era por señas, y entre aviones separados por 1000 metros. Nos conocíamos tanto...". El 1° de mayo de 1982, primer día de combate, se frustró una misión de ataque porque los aviones tuvieron problemas al cargar combustible en vuelo. "Tuvieron que cancelar y volver. El acuerdo era que pasabas a la cola. La siguiente pareja éramos el CC Bedacarratz y yo", recuerda. El 2 de mayo fue el ataque al crucero General Belgrano. "Fue un tema duro para nosotros: no sabíamos qué había pasado, era todo incertidumbre", añade. Al día siguiente, Bedacarratz (3-A-202) y Mayora (3-A-203) estuvieron en cabecera, a punto de despegar. "Desde el momento en que te dicen que vas a atacar hasta que salís, pasan como tres horas, el prevuelo. Te tenés que vestir, armar el plan. Toda esa preparación lleva dos horas y pico. Lo hicimos el 3 de mayo y estábamos a punto de irnos, pero anularon la misión", recuerda.


El 4 de mayo amaneció nublado, lluvioso y con vientos muy fuertes. A las 7 de la mañana los sacaron de la cama porque había otro blanco. Un avión explorador de la Marina, el Neptune 2-P-112 al mando del CC Ernesto Proni Leston, había salido más temprano, había estudiado el área y había capturado datos de emisiones británicas. "En función de toda esa información, se nos ordena atacar. Fuimos hacia el avión reabastecedor, iniciamos el ataque, el Neptune emitió la última posición que tenía del blanco, nos pasó los datos y los pusimos en nuestro navegador inercial", detalla el capitán de corbeta retirado. Los aviones Super Etendard eran los únicos de la Argentina que tenían navegadores inerciales, imprescindibles para volar en el mar. "Veníamos volando muy, muy bajo, y muy, muy rápido. Era un día horrible, de chubascos, lluvias, de muy baja visibilidad, lo cual era perfecto para nosotros porque de esa manera podíamos entrar sin que nos detectaran", cuenta. A las 11 de la mañana, el momento de lanzar los misiles fue traumático. "Nos metemos en un chubasco, no veo a Bedacarratz, y cuando salimos del chubasco veo fuego debajo de su avión. Él había dado la orden de lanzamiento y yo no la había escuchado. Lanzo yo. Cuando sos piloto, estás acostumbrado a que cuando apretás un botón de los cañones, es inmediato. Y con los Exocet no es así. Tarda tres segundos, una eternidad. Hasta que de pronto se desprende el misil, que pesa 650 kilos. El avión se desbalancea y ahí ya estábamos girando a muy baja altura y a todo lo que daba. Nos fuimos sin saber qué había pasado", relata. Mayora resalta que hasta ese momento estaba "re contra enchufado" y que lo que más le preocupaba era cumplir. "Es muy laborioso, no tenés tiempo para que se te vayan los pajaritos, para nada. Tenés que trabajar: el vuelo es muy arriesgado, el proceso de lanzamiento del Exocet es muy demandante, tenés que operar el radar del avión, tenés que hacer el reaprovisionamiento en vuelo. No tenés tiempo para ponerte a pensar", detalla. Horas después, a las 5 de la tarde, mientras hacían el análisis y el informe del vuelo, el Ministerio de Defensa británico difundió que el buque Sheffield había sido atacado con misiles Exocet y que había quedado completamente inutilizado y posteriormente se hundiría.

Fuente: Extracto y edición de nota de La Nación por Natalia Pecoraro