Día D, hora H: el
desembarco argentino en Malvinas en primera persona
El capitán de fragata José
Luciano Acuña partió de Puerto Belgrano al mando de un buque repleto de tropas
y con cinco sobres lacrados. Cuando recibió la orden de abrir uno de ellos,
supo que estaba ante un momento histórico para el que se había preparado toda
su vida.
En febrero de 1982, el hoy
contraalmirante retirado José Luciano Acuña, entonces capitán de fragata, se
presentó en la base naval de Puerto Belgrano, a donde había sido destinado a
fines de 1981, tras una breve licencia por la muerte de su esposa. A poco de
llegar a su nuevo destino, fue asignado como comandante del buque de desembarco
de tanques "Cabo San Antonio" y notó que "había una actividad
que no era normal para esa altura del año". Las prácticas y preparativos
que les eran ordenados alimentaban todo tipo de especulaciones entre los
propios marinos.
"A mediados del mes
de marzo me mandaron al Golfo San José, al norte de Península de Valdez",
cuenta Acuña: embarcó al Batallón de Infantería de Marina N° 2 en el "Cabo
San Antonio" y realizaron una serie de operaciones de práctica, que por su
precisión ayudaron a alimentar aún más los rumores sobre la proximidad de una
operación militar. Sin embargo, como el resto de los comandantes navales de esa
época, Acuña no tenía la menor idea de lo que se estaba gestando: "Uno de
los méritos que tenía la Operación Rosario es que pudimos guardar tanto secreto
que el enemigo no se enteró. Cosa que es dificilísimo ante un servicio de
inteligencia tan bueno como el británico", explica. Pero su intuición comenzaba
a vislumbrar lo que sería su futuro próximo.
Tras las prácticas en
Golfo San José, el "Cabo San Antonio" regresó a Puerto Belgrano y
desembarcó los vehículos anfibios y las tropas. Pocos días después, cuando se
conoció la orden de volver a embarcar, sumando esta vez a tropas del Ejército,
todos avizoraron la proximidad del comienzo de la guerra.
El 28 de marzo fue un día
radiante: "un día que da gusto ser marino", recuerda Acuña, quien
zarpó con la flota ese mañana aunque todavía sin tener certezas sobre cuál sería
su destino final. Antes de partir, el comandante de la flota, el
contraalmirante Carlos Büsser, le entregó cinco sobres lacrados con el mandato
de esperar órdenes para abrirlos, según se le indicara. Al llegar a bordo, un
oficial trató de convencerlo de abrir el primer sobre y ver su contenido, algo
que él descartó: "Cuando llegue la orden lo vamos a abrir",
respondió.
La orden de abrir el sobre
número 5 llegó cuando el "Cabo San Antonio" estaba en el punto donde
comienza el canal de acceso a Puerto Belgrano: "En ese momento me enteré
que formaba parte del grupo de tareas que iba a recuperar las Islas
Malvinas", cuenta el marino. "Yo nunca supuse que iba a tener tanta
responsabilidad. Me había estado preparando desde 1954 para esto", añade
Acuña, quien al recibir la noticia cayó en la cuenta de que apenas conocía a su
tripulación -acababa de ser transferido- y atravesaba el duelo por la repentina
muerte de su esposa. "No quería que mis oficiales miraran y vieran a un
viudo lloroso", sostiene al recordar cómo debió buscar fuerzas dentro de
sí mismo.
El desembarco de los cerca
de 400 infantes de Marina y Ejército que se encontraban a bordo quedó
programado para "el día D a la hora H". Una vez que supo su destino,
Acuña se lo comunicó a la tripulación y comenzó a navegar rumbo a Malvinas, con
una trayectoria oblicua: debía evitar que los barcos que navegaban cerca la
costa los vieran, pero también a los pesqueros que suelen navegar cerca de la
zona de las 200 millas.
El 29 de marzo, el tiempo
comenzó a desmejorar: "el 29, el 30 y el 31 soportamos un temporal del
suroeste que nunca en mi vida había tenido que afrontar". El buque de
desembarco de tropas y tanques Cabo San Antonio tenía portalones que se abren y
bajan para permitir el desembarco, pero no muy resistentes a los "golpes
de mar". Acuña sabía que "dos buques gemelos habían tenido problemas
en un temporal y no habían podido abrir las compuertas", por lo que debió
navegar evitando que se dañaran. "En ese temporal me di cuenta que tenía
una tripulación muy marinera", explica.
El día "D"
estaba originalmente previsto para el primer día de abril, pero el mal clima
retrasó los planes dado que era preciso al menos un día de mar calmo para
organizar el desembarco. La ocupación de las Malvinas había sido bautizada
inicialmente como "Operación Azul", pero en medio del fuerte temporal
el entonces teniente coronel Mohamed Alí Seineldín, embarcado en el Cabo San
Antonio, recordó que cuando ocurrieron las invasiones inglesas al Río de la
Plata, el general Liniers había enfrentado similares inclemencias, que cesaron
cuando invocó a la Virgen del Rosario. Por su sugerencia, el almirante Büsser,
jefe de la fuerza de desembarco, rebautizó la operación como "Operación
Rosario": el cambio en las condiciones climáticas que posibilitó el inicio
de las operaciones el 2 de abril quedó para siempre adjudicado a la intercesión
de la Virgen.
Cuando el capitán Acuña
dio la orden de alistar a las tropas para el desembarco, notó con sorpresa que
no había movimientos en el buque: nadie había dormido en la noche del 1° al 2
de abril y ya todos estaban en sus puestos. Antes del desembarco, el comandante
Büsser pronunció una arenga que se transformaría en mítica: instó a sus
subordinados a ser duros con el enemigo pero amables con los habitantes,
previno a las tropas de asalto acerca de que actuaría con máxima severidad ante
delitos como el abuso de autoridad o el pillaje, prohibió el ingreso a las
propiedades privadas y exigió el respeto a las mujeres y niños. La dictadura
argentina apostaba a una operación "limpia" que no impidiera futuras
negociaciones. "El viva la Patria que escuché en ese momento fue como un
grito que salía de las entrañas del buque. Nunca me voy a olvidar de eso, cómo
me emocioné", explica Acuña.
El "Cabo San
Antonio" entró a Puerto Groussac sin radar ni sonda, en medio de la noche,
y sólo una vez que recibió la contraseña por parte de los barcos que le daban
cobertura. Antes, un grupo de buzos tácticos habían inspeccionado el lugar
indicado para el desembarco, tras lo cual llegaron un grupo de comandos
anfibios. "Siempre me acuerdo cuando estoy en un semáforo, porque la
contraseña era 'luz verde'", recuerda Acuña con nostalgia. A las 6 se
abrieron las compuertas y los vehículos anfibios se lanzaron al agua. Con el
mar calmo y en la oscuridad de la madrugada malvinense, venciendo al temor natural
que inspira la guerra, las tropas pisaron tierra firme e iniciaron la marcha
por la turba, esquivando alambrados y obstáculos naturales. Horas después,
centenares de soldados argentino tomaban el control de las islas sin producir
bajas británicas.
Si bien la resistencia de
los Royal Marines fue débil, en esas operaciones se produjo la primera baja
argentina: el capitán Pedro Edgardo Giachino avanzaba con algunos de sus
hombres sobre la casa del gobernador, que estaba cercada por fuerzas propias,
cuando fue alcanzado por balas enemigas.
Treinta y cinco años
después, Acuña recuerda aquellos días del desembarco y reflexiona: "La
parte táctica estuvo muy bien. Muy pero muy bien. Fuimos justos, mostramos
estar adiestrados, hicimos las cosas bien". Y añade: "Si alguna vez
escuchan esas palabras 'los chicos de la guerra', por favor no lo repitan. Los
conscriptos que estaban en el "San Antonio" eran marineros hechos y
derechos, que cumplían con su obligación y querían más. Antes de terminar la
guerra, cuando llegó una nueva camada de conscriptos, los que estaban a bordo
no se querían ir".
En la "Operación
Rosario" intervinieron unos 700 Infantes de Marina y 100 integrantes de
fuerzas especiales. La cantidad de tropas fue decisiva para la toma de todos
los objetivos planificados sin encontrar resistencia. Tras más de un siglo y
medio de soberanía británica, las Islas Malvinas volvían a estar bajo bandera
argentina.
Fuente: Infobae por Fernando
Morales 26 de marzo de 2017